Siempre ha sido conocida nuestra querida Melilla (sobre todo por nosotros los melillenses) con ese “slogan”, ¡Melilla sol de España en África! Desconozco su origen y autor, pero, desde luego acertó de pleno con esa definición. Por una lado, la gran cantidad de días de sol que disfruta Melilla y por otro, la españolidad inquebrantable de esa bendita tierra melillense en el norte de África. Por descontado, que ese es el sentir unánime de sus habitantes actuales y anteriores, entre los cuales me cuento yo también, inclusive con su diversidad de razas y etnias.
Ya repasados en otros escritos diferentes episodios de mis vivencias en esos años de niñez, adolescencia y juventud, sigamos adelante, Melilla y su gente se lo merece. He hablado del cementerio de la Purísima, ese que con toda la razón del mundo, nuestro paisano Juan J. Aranda reivindica sea reconocido como Patrimonio Cultural, estoy con él y apoyo su lucha constante por la consecución de ese gran objetivo (gracias amigo por tu aclaración leída hoy y por favor, continua con tu “zumbido” personal, aunque sobra te lo diga). He hablado de muchos barrios, calles y establecimientos emblemáticos, sus bares, sus maravillosas tapas de toda la vida, mis recuerdos de familiares y amigos de esos años 50 y 60 han sido constantes y es que yo siento y quiero a Melilla y a su gente muy profundamente y a flor de piel también. Cada vez que escribo sobre todo esto, me traslado en el tiempo 40, 50 y 60 años atrás, pero, curiosamente, os lo podéis creer, par mí es como si volviese a vivirlos y al teclado de mi ordenador afloran esos cientos de recuerdos y añoranzas, la mayoría de ellas muy entrañables y felices. Aunque muchos de nosotros faltemos desde hace bastante tiempo, nos sentimos muy orgullosos de ella, de haber visto la luz por primera vez allí y la seguiremos queriendo hasta el final de nuestra existencia.
Hablando del cementerio, no quiero ponerme triste aunque si recuerdo y mucho a todos mis seres queridos, familiares, amigos y vecinos que allí descansan.
En los aledaños del cementerio jugábamos nuestros buenos partidos de fútbol numerosos “chavales y muchachos” de los barrios colindantes, el mío Monte Mª Cristina, las Canteras del Carmen, Horcas Coloradas, Ataque Seco y de las calles más cercanas como Castelar (“la cañada”), Castellón de la Plana, Teruel (antes C/ Duque de la Torre), Padre Lerchundi, Explorador Badía o Barceló. Unas veces jugábamos en la explanada de la puerta del Campo Santo y otras en la misma cuesta de la cañada en su parte superior, en los descansos nos refrescábamos en una fuente cercana al cementerio y bajo la sombra de los muchos eucaliptos que allí existían. Los de Ataque Seco recuerdo que tenían mal perder y cuando eso ocurría se iban monte arriba y nos tiraban piedras, nosotros respondíamos, pero, en desventaja por la altura. Hablando de Ataque seco y del cuartel allí existente, aunque no llevásemos reloj, si era por la mañana, las doce del mediodía a todos nos llegaba puntual con ese “cañonazo diario de estopa”, supongo que esa tradición seguirá existiendo, si es que existe dicho cuartel (Aranda me lo puede aclarar) Y aquella que llamábamos bola del mundo frente a la cárcel, en la parte superior del Parque Lobera, cogíamos “carrerilla” para subirnos a ella, recuerdo que en ocasiones nos teníamos que descalzar para lograrlo si llevábamos aquellas clásicas sandalias de goma en verano que nos hacía sudar mucho los “pinrreles”, con esos brotes o “churretes achocolatados de sudor”.
Para variar, y siguiendo con el fútbol, recuerdo cómo nos la ingeniábamos los más jóvenes para acceder gratis a nuestro Estadio Álvarez Claro. Unas veces nos jugábamos el pellejo y algún “mamporro” saltando la valla (sin cuchillas) de general o sol, por cierto, me agradó mucho la foto publicada por Melilla Hoy hace pocos días con esa grada repleta de subsaharianos con ocasión de un partido de la U.D. Melilla y también la de hoy lunes con la victoria sobre el Guadalajara. En otras ocasiones, cuando éramos aun más niños le pedíamos a un señor que nos pasase con su entrada, recuerdo que en los carteles siempre ponía “niños con pantalón corto acompañados de una persona mayor, gratis”. Unos muy amablemente accedían a nuestra petición (la mayoría), otros pocos “un poco ciezos o con mala follá” nos decían que no.
Un domingo de esos, yo con mi pantalón corto y de la mano de un buen señor que se prestó a pasarme, me llevé un buen “chasco y me puse como un tomate”. El portero, soltó el siguiente “exabrupto”, ¡Coño con el niño, qué patas de pelo y hasta bigote tiene! De todas formas, el amable señor que me llevaba de la mano y que además era socio, se indignó y haciéndose pasar por mi padre se enfrentó duramente con el susodicho portero, mostrando su carnet de socio de Sol Central y le dijo, ¡O nos dejas pasar o te costará cara tu negativa, es mi hijo y tiene solo 11 años y además cuidado con tu vocabulario! Pasamos, desde luego que pasamos, me quitó “dos años de edad” pero, “para dentro”, una vez allí ya nos colocábamos donde estaban otros amigos que también habían pasado.
Después de aquello, a mi desde luego, se me quitaron las ganas de seguir intentando pasar “de gorra o por el morro” con ese sistema, y al poco tiempo me surgió la oportunidad gracias a mi querido y buen vecino Antonio Font (trabajó siempre en Casa Weil) que Dios lo tenga en su gloria. Él con su familia, esposa Antonia e hijos Mari Loli de mi edad y Antonio Francisco (otro compañero de La Posta destinado en Barcelona)) algo menor que yo, vivían frente a mi casa en la que ahora es la Calle Río Segura. Una familia muy querida por mí y por toda la mía, pero, como no quiero alargar demasiado este escrito, todo lo demás y algún otro añadido lo dejo para otra ocasión, ahora me toca cenar y el estómago “me lo reclama”. Desde la costa castellonense, como siempre, desearos a todos los melillenses del norte de África español, así como a los que os abandonamos hace algún tiempo atrás, mucha salud y todo lo mejor. Como decían los inigualables Tip y Coll…¡Otro día hablaremos del gobierno!
