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Todo por la pasta

Por Miguel Platón

En medio de unos problemas económicos sin precedentes en los últimos 30 años, Pedro Sánchez tuvo la ocurrencia de regalar a Marruecos un cambio de posición respecto al Sahara Occidental. Como diría un paisano, eso no se le ocurre ni al que asó la manteca. Puesto que muchos no recuerdan bien los datos del problema, conviene efectuar una síntesis. En 1960 España inscribió al Sahara en las Naciones Unidas como “territorio no autónomo”. Ello suponía abrir la puerta a su descolonización. Se trataba, de todos modos, de un caso peculiar, puesto que su densidad demográfica era la más pequeña del mundo: apenas 0,2 habitantes por kilómetro cuadrado.

Muchos de ellos, además, era nómadas. Resultaba evidente que carecía de condiciones para un rápido proceso de independencia.

La situación empezó a cambiar en los años siguientes. El acceso a servicios como la sanidad, la educación o las posibilidades de un empleo regular estimularon que una parte creciente de los saharauis se asentaran en pequeñas ciudades como El Aaiún (Las fuentes). Fue entonces cuando algunos empezaron a considerar la independencia y hubo un primer choque cuando en 1970 llevaron a cabo una manifestación, disuelta a tiros por la Legión con el resultado de tres muertos. El principal líder, Basiri, desapareció sin que hasta la fecha se conozca cuál fue su destino.

Tres años más tarde, en 1973, antiguos miembros saharauis de las fuerzas de seguridad fundaron el Polisario (Frente por la liberación de la Seguía el Hamra (la Acequia Roja, en el norte del territorio) y el Río de Oro (el sur). Desde 1956 el proyecto de “Gran Marruecos” incluía no sólo el Sahara español, sino también la entonces colonia francesa de Mauritania y llegaba hasta Senegal. Argelia, que desde 1963 tenía relaciones hostiles con Rabat, apoyó desde sus inicios al Polisario, que emprendió una guerrilla con ataques a españoles que comprendieron muertes y secuestros. Su actuación, con todo, fue mediocre. Se trató de la primera vez que el enfrentamiento entre una guerrilla y un Ejército regular causó más bajas a los primeros. La contraguerrilla del Ejército español del Sáhara, motorizado, con apoyo aéreo y buenas comunicaciones, era mucho más eficaz, incluso a la hora de conocer el desierto. El Polisario, por otra parte, asumió una dimensión totalitaria, al proclamarse “único y legítimo” representante de los saharuis.

La política española era favorable a la independencia y para ello en 1974 se efectuó un censo, base de un futuro referéndum de autodeterminación, que contabilizó algo más de 70.000 habitantes autóctonos. Marruecos apeló al Tribunal de La Haya para reclamar su pretendido derecho. En mayo de 1975 una comisión de Naciones Unidas visitó el Sáhara y fue recibida en El Aaiun por miles de manifestantes con banderas del Polisario, que gritaban “fuera España” y hasta dieron vivas a la ETA. Ello produjo una ruptura política y moral de España con esa mayoría de la población.

En octubre el tribunal de La Haya dictó una resolución ambigua, que Marruecos falsamente consideró favorable a sus intereses y organizó una “Marcha Verde” (el color del Islam), que condujo a un cuarto de millón de manifestantes, tras meses en los cuales terroristas marroquíes y alguna pequeña unidad militar se habían infiltrado en territorio español. El riesgo de guerra era inminente, aunque España desplegó una importante defensa, al tiempo que invitó al Polisario a defender la población de Mahbes, en el extremo nordeste.

La guerrilla saharaui rechazó la propuesta, confiada en la promesa argelina de que declararía la guerra a Marruecos si ocupaba el Sahara. Fue un nuevo error del Polisario. Sólo el apoyo español que rechazaba podía amparar la independencia del Sahara y se habían alineado con el bloque perdedor de la Guerra Fría, puesto que Argelia simpatizaba con el polo soviético. La zona de interés de la OTAN llegaba hasta el paralelo de Dakar (Senegal).

El Gobierno español quería evitar una guerra colonial, sobre todo al caer enfermo Franco. La Transición no podía verse alterada por un conflicto en un territorio que se quería abandonar y por ello en noviembre, ante la inoperancia de las Naciones Unidas, se entregó la administración del territorio a Marruecos y Mauritania, sin perjuicio del eventual referéndum auspiciado por la ONU. Comenzó entonces una guerra entre Marruecos y el Polisario, que concluyó en 1991 con la derrota de la guerrilla. Durante casi medio siglo el referéndum no se ha celebrado. Su explicación es evidente: la mayoría de los saharauis quieren ser independientes de Marruecos, aunque una parte de ellos aceptan la autoridad de Rabat, incluidos antiguos dirigentes del Polisario, uno de los cuales llegó a ser hace unos años embajador de Marruecos en Madrid.

La mejor solución del problema sería que la mayoría de los saharauis y Marruecos acordaran una razonable autonomía, pero no existe siquiera un proyecto, mientras que miles de marroquíes se han asentado en el territorio para alterar su composición demográfica. Al final de su mandato, cuando ya había perdido las elecciones, el presidente norteamericano Donald Trump promovió una jugada a tres bandas con Israel en beneficio de la reclamación marroquí, lo que ahora comparte Pedro Sánchez.

La iniciativa de este último ha recibido numerosas críticas. La primera por haberla ocultado al Parlamento, a la opinión pública y a su propio Gobierno. Fue la Casa Real marroquí quien la hizo pública. La segunda por las faltas ortográficas y de sintaxis de la carta que envió al Rey Mohamed VI. La tercera, porque no contempla ninguna contrapartida.

Luego varios ministros y el PSOE terminaron de complicarlo, al sostener que no se había producido ningún cambio de política, al mismo tiempo que se felicitaban de la nueva posición. Ello no pertenece al ámbito de la política, sino al de la psiquiatría. Se llama esquizofrenia.

La única satisfacción de Sánchez es que a pesar de ser una cuestión sensible para la izquierda desde hace casi medio siglo, no rompe el gobierno de coalición con Podemos. Estos últimos tragan con esto, con el envío de armas a Ucrania, con el limitado retoque de la Reforma Laboral y en la práctica con cualquier cosa. Nunca en su vida los podemitas habían soñado con un estatus político, social y económico como el que tienen ahora, que no volverán a tener. Su lema implícito resulta muy claro: “Todo por la pasta”.

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Redacción

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