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Terremoto 7,8 en Turquía y Siria (06-02-2023)

Por Encarna León – Asesora de Humanismo Solidario

Observo en la pantalla caras preocupadas, indagando, sufriendo, despojando escombros, buscando en ellos, escuchando sonidos más o menos lejanos, animales rastreando un hálito de vida, algún gemido…Familiares confusos, deprimidos, perdidos, sufriendo las esperas…
Llevo días arrastrando sombras, las siento sobre, bajo, detrás de mí, con muchas interrogantes. Por qué, hasta cuándo, dónde la responsabilidad de los que construyen edificios, casas, hogares, sin un mínimo de seguridad, y sin escrúpulos.
Intento ponerme en lugar de tantas personas afectadas, no lo consigo, porque como ser humano no me llega caliente, quemando ese dolor lejano, no siento ni imagino en mí el sufrimiento horrible de verme atrapada entre escombros, un no respirar limpiamente, un no saber cómo y cuándo me liberaré de los miedos profundos que me acosan y agobian entre tanta soledad, no quiero perder la esperanza y me aferro a la vida como puedo. Pero no, no soy yo la que está bajo casas derrumbadas que fueron hogares de dicha compartida, de encuentros y descanso; estoy aquí como una espectadora en la distancia, a miles de kilómetros, en otro continente. Tan solo puedo seguir, vivir el desasosiego de otros más infelices sumergidos en la tragedia. Mis ojos siempre están en busca de milagros, de esos que todavía nos sorprenden a través de imágenes que los informativos ofrecen; busco intranquila, y a la vez esperanzada, lo que me puede mostrar ese orificio horadado y apuntalado por hombres y mujeres de bien, aquellos que exponiendo sus vidas llegan al corazón de los escombros. Oigo pedir silencio, suena algún silbato cortando las palabras y espero, todos esperamos el milagro de recobrar vidas después de tanto tiempo; entonces aparecen ellos/as volviendo a la vida que no llegó a extinguirse después de tantos días, tantas horas de agonía, desesperación y abandono de fuerzas. Entonces, vemos sus cabezas aflorar, salir, recogidas por manos generosas y entregadas. Sus ojos abiertos, sorprendidos, las miradas perdidas en esa multitud que espera para identificarles. ¡Dios mío cuántos niños salvados! Cómo pudieron superar esas horas sin alimento, inmóviles y sin futuro. Cómo superarán tanto trauma y tanta desolación al comprobar que nadie de los suyos les espera, dónde su familia ahora mermada o inexistente. Cuánta orfandad y cuánta incertidumbre al no saber a quién acudir ni casa donde encontrar cobijo. Dónde sus pertenencias, sus ilusiones, sus seres queridos para encontrar refugio. Ahora formarán parte de una nueva familia desconocida, sin calor de padres y hermanos.
Me pongo en su lugar, lo intento, pero me cuesta ante tal devastación, tanta tragedia y comprendo que solo me queda, nos queda, la oración, la ayuda material y humana, y una gran impotencia; también el agradecimiento a las personas que han colaborado en esta gran hecatombe para que fuera menos. Llamo a la solidaridad de los pueblos del mundo, a sus gobiernos, a cada individuo para la gran reconstrucción en Turquía y en Siria, todos juntos y sin demora. Hay que seguir buscando vidas, hoy 17 de febrero, otro milagro que se hacía imposible, tres rescates nuevos. Hay que seguir buscando, encauzar, asistir y proteger a los supervivientes de esta inmensa catástrofe y seguir rezando por su pronta recuperación, por su nuevo anclaje en su terruño, en sus nuevas familias. Ayudarles a aceptar su nuevo día a día, su destino, con resignación y fuerza a la vez, pero sobre todo a superar los traumas que posiblemente les acompañen durante mucho tiempo.
Hoy, como todos los días después de que ocurriera el demoledor terremoto (06-02-2023) con sus fuertes réplicas, estaré ansiosa por saber si aún se producen milagros como ver aparecer una cabecita que, con ojos muy abiertos, se incorpore a la vida.

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