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El rincón de Aranda

Sobre una petición oficial

Como ya habrán notado en mis sempiternas peticiones para que la calle Napoleón sea cambiada por otro nombre más apropiado con la historia de nuestra ciudad, debo decir que a veces parezco una vulgar, y pesada, mosca cojonera, o mangangá; cosa que me importa un bledo, planta comestible.

Hace tres años, cuando yo pedía que la losa funeraria de Monte Arruit, fuera trasladada al Cementerio, que era el lugar donde debió estar, desde que la trajeron en los años 40, y no el desfile de lugares a que la tenían los distintos políticos. Al final, ¡Aleluya!, creo que alguien debió sentir un poco de pudor, ordenando restaurarla, y la colocaron a los pies de la escalera del Panteón de Héroes.

Pero claro, como yo seguía con mis peticiones de retirar a Napoleón de la “Falda de Camellos”; porque me parecía, y sigue pareciéndome, una ignominia, que el nombre de ese general francés, que invadió nuestro país, -“Guerra de la Independencia”-, esté junto a dos Héroes del 2 de mayo de 1808, como fueron Daoíz y Velarde, con su plaza en el Tesorillo. Ante esa persistencia mía, la anterior Consejera tuvo la idea de pedirle mi número de teléfono a la redacción de este diario cosa, que previa consulta, accedí a ello. Yo, todo ilusionado, creí que íbamos a charlar sobre el tema, pero hete aquí, que todo quedó en el agua que es muy buena para el colesterol y para los dolores menstruales, como es la borraja, o mutis por el foro, o sea, que no me llamó. Ante el silencio yo seguía con mis peticiones para que retirasen a Napoleón; y claro, al ver que colocaban algunos nombres de personas anodinas -otras no lo son, ¡eh!-, en sendas calles, me puse en contacto con la actual Consejera, para saber qué pensaba al respecto. La antigua secretaria, muy amable y empática, previa consulta a la titular de la “Cosa Culta”, me transmitió que debía solicitarlo por los cauces oficiales, y además por escrito. La verdad es que me dejó un poco chafado; pero ya digo, como soy una mosca cojonera, a los pocos días volví a llamar, y la secretaria, más empatica que nunca, volvió a repetirme lo mismo: que debía hacerlo oficialmente. Entonces, el viernes 20 de este frio enero, -la verdad es que hace mucha rasca, ¡eh!-, volví a la carga, con la esperanza de poder hablar con la mismísima Consejera; pero esta vez era otra secretaria la que me atendió, y devolviéndome la llamada a los pocos minutos me dijo, muy educadamente, exactamente igual; pero eso sí, con un pelín menos de empatía que su antecesora. Yo para ponerle un poquito de sal y pimienta a la “cosa oficial”, y buscando una sonrisa, mi amigo Ricardo Redoli tiene uno de sus chisnetos que creo viene muy bien. El título es: “El que quiso comprar un cuaderno”. “Como su tren estaba retenido/ y en salir tardaría media hora,/ un abuelo decide, en la demora,/ comprar un regalito prometido./ En busca de oportuna información,/ pregunta al revisor (un hombre afable):/ “¿Puede indicarme usted, si es tan amable, si hay algún quiosco en la estación?./ “Saliendo, está el comercio del Detalle,/ que no le recomiendo, francamente./ Hay otro más abajo de la calle,/ cuyo dueño es un hombre diligente”./ A pesar del consejo tan sincero/ el abuelo se mete en el primero./ “Buenos días, señor, quiero un cuaderno/ para hacerle un regalo a un nietecillo;/ una cosa normal algo sencillo/ “¿Tipo tradicional o más moderno?”,/ le pregunta, educado, el dependiente./ “¿Qué más da?”, le responde el viajero./ “No lo dude -contéstale el tendero-./ El de tipo moderno es más corriente”./ “¿Acaso hay diferencias sustanciosas?”./ “Presentación, remate, y otras cosas.”/ “De acuerdo, démelo tradicional”,/ -le dice el buen cliente conformado./ Y el otro le pregunta, muy cabal:/ “¿Lo quiere usted de anillas o empastado?”/ “Es igual -le contesta el abuelete-./ Que sea con anillas mismamente”./ “De acuerdo -dice, serio, el dependiente./ ¿Lo quiere usted de dos, de tres, de siete…”/ “No sé -dice el cliente ya turbado-./ Póngamelo de dos si lo prefiere”./ “Estupendo, señor, ¿qué color quiere?:/ Azul, verde, marrón, blanco, morado…;/ decida usted el color; es a su antojo”./ Yo…, la verdad -le dice el viajero-/ el color me da igual. Démelo rojo.”/ Y sigue con su lata el buen tendero:/ “¿Lo quiere con papel satinado o con brillo, con cloro, reciclado?”/ “No sé -le dice el otro-. ¿Reciclado?”/ Al hombre esto le suena a ecologismo, aunque al pobre le da todo lo mismo./ Y el menda con su rollo asimilado:/ ¿De una raya, de dos, apaisada…”/ Aquéllo no se acaba en todo el día./ ¿Se habrá marchado el tren ya de la vía?/ “Vertical, a cuadritos, numerada…?”/ En esto aparece por la puerta/ un tipo con un váter sobre el hombro./ El cliente no sale de su asombro./ Se queda con la boca medio abierta./ El otro va y le dice al comerciante:/ “Ayer, y conteniendo mi decoro,/ te enseñé el culo, y lo que está delante./ Hoy te traigo a la tienda el inodoro./ ¡Véndeme ya el papel!, ¡No seas cargante!”.

Y ahora, por favor: tengan la bondad de retirar, de una vez, a Napoleón de nuestras calles; y a ser posible coloquen en su lugar el nombre de D. Julio Moreno, que no fue un “mindundi- melillita”, sino un gran profesor de música en los años 40, 50 y 60, que hizo mucho bien por la ciudad, con ese bello arte, ya que enseñó a cientos de niños melillenses, sin cobrar una sola peseta. Y tambié autor, entre otras piezas musicales, del “Himno de Caballería de Alcántara” y “Aromas del Parque Hernández”.

Así que, ¡Ánimo, señores políticos!, que ustedes lo pueden hacer con sus votos.

En nombre de todos los que fuimos sus alumnos: ¡Muchas gracias!.

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