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Salvar las vidas humanas, ¡todas!

Jorge Hernández Mollar

La aceptación social del aborto es una de las peores enfermedades de nuestra sociedad

Si hay algo enigmático en el ser humano es que cada uno de los que tenemos el privilegio de haber sido “elegidos” para la vida nos diferenciamos del “otro” física y anímicamente: “la vida que estamos llamados a promover y defender no es un concepto abstracto, sino que se manifiesta siempre en una persona de carne y hueso: un niño recién concebido, un pobre marginado, un enfermo solo y desanimado…” (Papa Francisco)

La reciente tragedia humana ocasionada por los terremotos de Turquía y Siria han sacado a la luz todo lo que de generosidad, bondad y solidaridad existe en el corazón del ser humano. Ha sido extraordinaria la capacidad de conmoverse ante el dolor y el sufrimiento ajeno e incluso la demostración de generosidad, en entregar parte de lo “nuestro” en oraciones o donaciones, para aliviar las penalidades y necesidades del “otro”: “Aunque haya religiones diferentes, debido a distintas culturas, lo importante es que todas coincidan en su objetivo principal: ser buena persona y ayudar a los demás” (Dalai Lama).

Pero, sin duda, creo que las escenas más impactantes y que han motivado esta reflexión, han sido las de la alegría desbordante de los voluntarios y bomberos cuando conseguían rescatar entre el amasijo de escombros, a niños y niñas en un lógico estado de shock e incluso a recién nacidos que asomaban a su primera luz, oscurecida por el espanto de la muerte: “Al-lahu-àkbar” (Dios es el más grande) o ¡milagro! eran los gritos desgarrados que acompañaban a cada nuevo “nacimiento a la vida” de un rescatado.

Sin embargo, en Europa y en otras partes del mundo, la destrucción de vidas humanas no son producto de accidentes de la Naturaleza, sino de la cara más cruel y perversa del ser humano: el odio, la ambición y la corrupción del poder. ¿Es que no conmueven los miles de hombres, mujeres y niños masacrados por una guerra que parece inacabable entre ucranianos y rusos? ¿es que no conmueven ya contemplar las ciudades, pueblos, carreteras o fábricas asoladas por las bombas?  ¿qué diferencia hay entre los niños de Ucrania y los de Turquía o Siria aplastados entre los escombros de sus viviendas?

Algo no funciona bien en la sociedad actual cuando lloramos ante las duras y trágicas imágenes de una catástrofe humanitaria como la de los recientes terremotos y somos insensibles ante quien, por ejemplo, impide el derecho a la vida de los concebidos y no nacidos. Más aún cuando, como en España, se hace de la vida y de la muerte una batalla ideológica. Solo entre 2011 y 2021 se ha impedido nacer a un millón de bebés a consecuencia del aborto y unos 90000 se vienen produciendo cada año.

Miguel Delibes llegó a escribir que la aceptación social del aborto es una de las peores enfermedades de nuestra sociedad: “No se pensó que la vida del feto estaba más desprotegida que la del obrero o la del negro, quizás porque el embrión carecía de voz y voto, y políticamente era irrelevante” Dura sentencia…

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Jorge Hernández Mollar

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