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La columna de Salido

Rita no es vasca

melillahoy.cibeles.net fotos 1709 Antonio Salido

¡Qué hostia, qué hostia! Muy diferente a cuando dicen los vascos ¡Anda la hostia! Observando a unos cuantos políticos en los últimos años, se puede llegar a la conclusión de que a muchos, sean del partido que sean, pero de unos más que de otros, les une el mismo mal: su incapacidad para detectar la aparición del estigma, ese momento en el que el declive es imparable.

Le pasó a Doña Esperanza Aguirre, cuando aparcó en el carril bus del centro de Madrid y huyó de la policía apartando a golpes la moto de un agente local. La lideresa hizo una gira mediática (y errática), y a las pocas horas ya había más versiones de aquel suceso que de los grandes éxitos de los Beatles. Esa “maltratada” política se definió entonces como una “pobre sexagenaria”, pero a ojos de los ciudadanos ya era una caricatura. Algo parecido les ocurrió a Mariano Rajoy con el SMS a Bárcenas, a Felipe González con aquella manía suya de enterarse de todo por la prensa o a Francisco Camps el día que quiso “un huevo” a un señor con bigotes.

Doña rita barberá, senadora ella “por la gracia de Dios Rajoy” y muy bien pagada con nuestros impuestos, no consigue digerir su declive. No comprende por qué está su nombre en el Tribunal Supremo, no se explica por qué el presunto blanqueo supone un problema si el “dinero no ha ido a parar a su bolsillo”; no asume la catástrofe como broche a una vida política y no entiende la frialdad por parte del Partido Popular. Cada vez que Mariano iba a la tierra de las flores (Valencia) le gritaba ante todo su electorado ¡Que ella era la mejor! A otras especies similares también les dijo en otras ocasiones cosas parecidas, además de poner por ellos la mano (de amianto) en el fuego (Camps, Fabra, Rus, etc.) Todos líderes valencianos “incorruptibles”. Ahora, la exalcaldesa casi perpetua no reconoce al partido: la mitad le parecen unos ingratos y la otra mitad, unos jóvenes inexpertos y desleales. Sigue pensando que el PP es ella.

Barberá comenzó a despeñarse cuando, en plena crisis económica, intentaba convencernos con una arrogancia insoportable de que recibir bolsos carísimos de regalo (pagados con dinero público) era lo más normal del mundo. También decía que ir a hoteles de 5 o más estrellas y organizar comidas que costaban cada una un salario mínimo interprofesional era algo imprescindible, porque no le gustaban “los cutreríos”. No asumió que su decadencia era una realidad hasta la noche de las elecciones municipales, cuando se abrazó a sus colaboradores murmurando: “¡Qué hostia, qué hostia!” (y no es vasca). Alguien debió decirle ese día que se fuera a casa. Era muy tarde para blanquear su dilatada trayectoria política.

La Señora del “visillo, los saltitos electorales y el caloret”, debería dejar ya ese “cutrerío” de la Cámara Alta, irse a casa, a la suya, descansar “que ya ha hecho demasiado” por los valencianos de Valencia capital, por su PPartido y por “su siempre amigo adulador Mariano Rajoy”, el exaltador continuo de toda “la tropa de políticos valencianos corruptos” y “salvase el que pueda”.

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