Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Logo de Melilla hoy

No a la guerra

De cualquier manera, la elección del lema parecía pretender trasladar una épica bélica a una confrontación meramente electoral. Como en tantas otras ocasiones precedentes, se vertía un nuevo jarro de agua fría sobre los acuerdos de la transición en la que los auténticos protagonistas de aquella Guerra Civil se comprometieron a nunca más desenterrar los desencuentros entre españoles que condujeron a fratricidio tan masivo y perjudicial para la supervivencia de nuestra nación a manos de sus propios hijos como fuera aquélla sangrienta contienda y sus consecuencias.
para otazu

El pasado 23 de julio, al finalizar el escrutinio provisional de las elecciones generales, se produjeron sendas concentraciones de afiliados y simpatizantes del Partido Popular, por una parte, en la calle Génova, de Madrid y de afiliados y simpatizantes del Partido Socialista Obrero Español, en la calle Ferraz, de la misma capital.

Como quiera que el resultado obtenido por el Partido Socialista Obrero Español fuera menos negativo del que se presagiaba, de acuerdo con las expectativas previas a la realización de las elecciones, las personas concentradas en la calle Ferraz, comenzaron a repetir un lema que nos retrotraía a uno de los momentos más oscuros de nuestro pasado colectivo, el de nuestra Guerra Civil, precisamente en las fechas previas a la entrada del General Franco en la capital de España. El lema en cuestión, repetido masivamente por los asistentes a aquella concentración, era el de No Pasarán, aplicado, en esta ocasión a los oponentes políticos del Partido Popular que, de hecho, habían ganado las elecciones, con 136 escaños contra 122 para el Congreso de los Diputados, en aquel recuento provisional, que después se ampliaría hasta 137 contra 121.

De cualquier manera, la elección del lema parecía pretender trasladar una épica bélica a una confrontación meramente electoral. Como en tantas otras ocasiones precedentes, se vertía un nuevo jarro de agua fría sobre los acuerdos de la transición en la que los auténticos protagonistas de aquella Guerra Civil se comprometieron a nunca más desenterrar los desencuentros entre españoles que condujeron a fratricidio tan masivo y perjudicial para la supervivencia de nuestra nación a manos de sus propios hijos como fuera aquélla sangrienta contienda y sus consecuencias.

La utilización del lema sorprendía, de igual manera, por el hecho de que los protagonistas de su utilización, en esta ocasión, coincidían con los usuarios del lema que se acuñó y se utilizó masivamente cando, en la finalización del último período gubernamental del presidente Aznar, en 2003, España envió una fuerza multinacional a participar, no en el derrocamiento de Sadam Hussein, sino en la asistencia humanitaria  y la reconstrucción del país, una vez que las operaciones bélicas de la coalición liderada por Estados Unidos, en la que España no participó, habían puesto fin al régimen de Sadam Hussein. La participación de las fuerzas militares españolas se encuadró en las Resoluciones 1483 y 1511 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, de mayo y octubre de 2003, por las que, respectivamente, se creaba la misión de asistencia a Irak y se autorizaba el despliegue de una fuerza militar multinacional.

En cualquier caso, el lema de aquella ocasión fue el de No a la Guerra. Sorprende la comprometida beligerancia de algunos individuos con respecto a algunas guerras, como es el caso de nuestra guerra civil y su escrupulosa exigencia de neutralidad en otra en la que, como digo, España no participó, si bien es cierto que el Gobierno de España de la época, el del presidente Aznar, respaldó públicamente las actuaciones de la coalición bélica. Parece, cuando menos, existir una cierta incoherencia argumental en la postura.

Se vienen dando, en otro orden de cosas, en las redes sociales, enérgicas manifestaciones de constatación de lo que se ha decidido calificar por sus promotores como una “guerra de valores o de principios”. Se viene a decir por parte de estos promotores que nos encontramos inmersos en una suerte de guerra, no sangrienta, pero sí moral, en la que la imposición de unos u otros valores o principios morales se resuelven mediante la aplicación de estrategias casi bélicas.

Se atribuye, por parte de estas fuentes, tanto al presidente Sánchez como a otros individuos con notable capacidad de influencia en el entorno internacional, el diseño de una cierta estrategia que pretende imponernos un modelo de valores y de principios a los que no podemos oponernos, porque utilizan para ello todos los resortes del poder del que estos individuos disponen.

En mi opinión, en el caso de nuestro presidente, actual candidato a la reelección, se trata, no tanto de la imposición de unos determinados valores, como de su obsesión por la permanencia en el poder, para lo cual asume los principios y valores de las fuerzas políticas que mediante la promesa de dar satisfacción a algunos de ellos le ofrecen su respaldo para permanecer en el Gobierno, aunque ello signifique, como ha sucedido durante la última legislatura, sacrificar el interés general o el de la mayoría de los españoles a intereses minoritarios de determinados sectores ideológicos o de determinadas fuerzas políticas independentistas o separatistas, que, en el desempeño de su acción política anteponen su interés sectario o local al colectivo. Tan sencillo somo eso. Menos estrategia de promoción de unos valores frente a otros y más sacrificio del interés general por intereses sectarios o locales que, finalmente, garanticen a un individuo la permanencia en el poder.

Cuando el actual candidato a la presidencia del Gobierno, Pedro Sánchez, argumenta que se erige en representante de una mayoría social, esconde el hecho de que la mayoría social de la que él habla es un amasijo de minorías insolidarias e incompatibles entre sí. En algunos casos, como es el de Sumar, la segunda plataforma de esa presunta mayoría social, las insolidaridades e incompatibilidades se manifiestan, incluso, en el seno de la propia plataforma, en forma de desavenencias severas entre los diferentes componentes de la misma.

No parece que la desarticulación de esa falaz manera de alcanzar el poder y de configurar presuntas “mayorías sociales” merezca la adopción, por parte del resto, de una dinámica denominada de “guerra de valores o de principios” sino más bien la perseverancia y la consistencia en la presentación de una propuesta alternativa que el común de la sociedad valore más positivamente y que la eficaz actuación de sus representantes políticos consiga promover. Se trata de proponer, más que de imponer. De convencer, más que de vencer. Por la salvaguarda de nuestro proyecto colectivo como nación debemos perseverar, unos y otros, en el no a la guerra.

 

Loading

Fernando Gutíerrez Díaz de Otazu
Fernando Gutíerrez Díaz de Otazu

Más información

Scroll al inicio

¿Todavía no eres Premium?

Disfruta de todas
las ventajas de ser
Premium por 1€