Finalizando la segunda decena de septiembre pasado, Mª José mi mujer y yo tuvimos la oportunidad y la suerte, gracias José Luis, de acompañar a la Casa de Melilla en Toledo en su visita anual a la plaza africana. En la buena compañía de nuestros mejores amigos aprendimos de su arte y de su milenaria, guerrera, difícil y sorprendente historia, nos maravillamos ante la contundencia y el tesón reflejados en sus cuevas, fosos, puertas, adarves, baluartes, recintos y murallas; desde la altura del Parador admiramos las vistas que la ciudad y el sempiterno Gurugú nos ofrecían, paseamos tranquilamente por sus modernas avenidas, admiramos la proliferación de sus restaurados edificios modernistas, saboreamos su buena (y barata) gastronomía, nos deleitamos con el té de media tarde, disfrutamos de la charla alegre y distendida, vivimos muy de cerca el drama de tantos que esperan una oportunidad para mejorar su vida y la de los suyos, supimos de los sueños, recelos y pluralistas realidades por boca de sus mandatarios y de su buena gente…, nos empapamos, en fin, de bonhomía y patriotismo en Rostrogordo. Un poco como apretado resumen de todo lo vivido, y como recuerdo para los amigos con los que compartí experiencias en esos días he compuesto un soneto a esta ciudad, desconocida para unos, ignorada por otros, querida por muchos, y española hasta la médula; lo titulo, naturalmente, MELILLA.
MELILLA
(Soneto)
Mucho antes que España, España fuera,
con ella andar quisiste tú el camino,
ensamblar con su Historia tu destino,
Rusadir, tú la Blanca. Por cimera,
por si a alguien la duda le cupiera,
entre un celeste azul, y azul marino
- cantados los colores de su vino-
mantienes, rojo y gualda, su Bandera.
La raya, ¡ay!, del Sur sufres callada;
tolerante de credos y culturas,
Melilla hebrea, hindú, mora y cristiana.
Por siempre, perla tú, la deseada,
modernista; de gestas y amarguras:
española, Melilla, y africana.
