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Las reformas de la educación (III): Prospectiva, Reformas y Planificación de la Educación

Durante los tres últimos decenios, la educación ha recibido en todo el mundo un impulso que es con seguridad el mayor y más generalizado y sistemático de la historia, de tal modo que las realizaciones de esta época representan un ápice y son, a la vez, un punto de partida de rumbos más ambiciosos.

En este proceso ha sido decisiva la convicción creciente de los pueblos y de muchos de sus dirigentes sobre el valor que la educación tiene para que cada individuo pueda alcanzar más plenamente sus aspiraciones y para que cada sociedad pueda lograr sus objetivos de mayor progreso, bienestar y madurez cultural y política. Esta convicción se ha visto estimulada aún más por las nuevas y cada vez mayores exigencias y oportunidades propias de nuestro tiempo.

La historia de la educación, de la cual estos tres decenios pasados son una parcela, constituye propiamente una parte integrante e inseparable de la historia de la humanidad, de su cultura y de sus civilizaciones. Por ello, así como por los métodos educativos del pasado lejano en la India, China, en la Grecia clásica o en la Roma imperial, no se entienden de no ser en el contexto cultural de los tiempos en que se practicaron.Tampoco el reciente proceso de espectacular desarrollo de la educación se ha producido aisladamente sino entramado, a través del tiempo, en el mundo de las ideas, de las vivencias y de las realidades locales, nacionales e internacionales contemporáneas, conectadas con el pasado histórico, aunque a su vez orientadas con voluntad de influir decisivamente en el futuro.

La educación es en efecto una acción para el futuro y tiene que hacerse pensando en el futuro. De ahí la necesidad vital para los sistemas educativos de plantearse este tema con todas sus consecuencias si no quieren quedar desfasados y convertidos en obstáculos para el progreso. Un país será lo que sean sus hombres, y la responsabilidad en la formación de estos hombres recae en gran medida sobre los sistemas educativos. La conciencia de esta responsabilidad ha determinado, en gran parte, la evolución de la educación contemporánea, aunque la educación ha sido siempre el resultado del deseo de servicio y de progreso, en el secular esfuerzo del hombre por aprender y enseñar como el medio más eficaz para realizarse, para ser auténticamente libre, para conocer mejor a sus semejantes y a sí mismo, y para glorificar a su Dios y perdurar en la memoria de los hombres.

En su forma más elemental y genuina, la educación se ha desenvuelto históricamente en el seno de la familia. En la Roma primitiva, la educación se confiaba esencialmente a los padres, que eran quienes formaban el carácter de sus hijos y les inculcaban las virtudes cívicas a la vez que atendían a su saludable desarrollo físico, aunándose en esta tarea una verdadera severidad y un afecto entrañable. Esa filosofía romana sobre la educación persistió durante mucho tiempo y se prolongó prácticamente hasta la época imperial, para irse transformando y dar paso paulatinamente a la intervención estatal y municipal en la dotación de cátedras, sostenimiento de escuelas, fijación de salarios a los maestros, y otras medidas similares.

A la educación familiar se suma una educación instrumental, o instrucción para proveer al individuo de medios precisos para su supervivencia y progreso, lo cual redunda también en beneficio de la Comunidad. De hecho, en todo tiempo, cada ser humano vincula su vida en mayor o menor grado, intencionada o casualmente, a un proceso permanente de educación a través de la experiencia y del aprendizaje. Así desarrolla su propia personalidad mientras se van modelando sus actitudes, hábitos y habilidades. Este proceso de adquisición de una cultura, sea sistemático o desordenado, es el proceso educativo al que cada hombre está sujeto a lo largo de su vida, ya sea dentro de la familia o como individuo aislado inmerso en un grupo social más amplio.

La historia de estos procesos educativos se centra en temáticas diversas que son el reflejo o la respuesta tanto a las preocupaciones circunstanciales de los hombres como a sus aspiraciones transcendentes. No es extraño, pues, que en las sociedades primitivas de antaño y del presente, junto a las exigencias de supervivencia inmediata del homo faber, cuyos incipientes conocimientos se aplican a la agricultura, la caza, la pesca o el ejercicio de las armas, se atienda al propio tiempo, generalmente, a una formación en las creencias y los valores de la ética social y de la convivencia, sin descuido de la preparación física y los deportes, sea para el ocio y el descanso, sea para la caza o la guerra.

En Grecia, cuna de la Civilización Occidental, los espartanos en los siglos V y IV antes de Jesucristocentraban todos sus esfuerzos en una educación militar y física o deportiva, mientras que los atenienses educaban para la paz a la vez que para la guerra, valorando la sabiduría no menos que las virtudes guerreras. Atenas introdujo un sistema educativo que de hecho sigue gravitando en todo el mundo, con una educación primaria desde los seis a los catorce años, una educación secundaria desde los catorce a los dieciocho; y un servicio militar obligatorio de dos años (los efebos y cadetes), período este último que, una vez sometida Grecia por Macedonia, se transformó en dos años dedicados a la filosofía y la literatura. Asombra comprobar cómo, a pesar de tantos pretendidos cambios profundos de los sistemas educativos y de las transformaciones históricas de la sociedad, perdura básicamente hasta nuestros días la estructura del sistema educativo ateniense. La antigua Atenas concebía la educación y la política como inseparables y daba por supuesto el papel preponderante del Estado, si bien, mientras Platón promueve una utopía socialista en la que no hay lugar para el individualismo y en la que la familia queda destruida como unidad social, Aristóteles defiende el desarrollo de la personalidad dentro de un sistema educativo controlado por el Estado para formar ciudadanos, y al mismo tiempo aboga por la familia como centro y fuerza del bien.

Durante la época de difusión del cristianismo en el Imperio Romano, el proselitismo de la nueva religión empezó sobre todo entre los pobres y los menos educados («Dios escogió lo necio del mundo para confundir a los sabios», San Pablo, 1 Corintios), pero a partir del siglo II, la cristianización dio pasos de gigante entre las gentes más cultivadas. Por otra parte, aunque todavía en el siglo III Tertuliano recelara de la cultura pagana, San Agustín (entre los siglos IV y V), promueve la asistencia de los cristianos a las escuelas seculares, después de participar en las propias de la catequesis.

El largo período de oscurantismo intelectual que sucede a la descomposición del Imperio Romano en Occidente, que se prolonga cuatro siglos, pudo superarse gracias a que la educación se refugió en los monasterios, que preservaron y enriquecieron la antigua cultura. Los intercambios y la cooperación cultural que se deriva del comercio con Oriente, las idas y venidas de los Cruzados y la convivencia pacífica con los árabes potencian nuevos estímulos a la vida intelectual, que vive un renacimiento en los siglos XI y XII. En el XIII surge con toda su fuerza el escolasticismo, con la figura sobresaliente de Santo Tomás, y se produce a la par una floración de Universidades por todo Occidente, al amparo del celo dialéctico de la época y del nacimiento de las grandes urbes.

El Renacimiento representa, en el siglo XVI, un hito en la corriente de las ideas educativas, con su concepción liberal de la enseñanza y sobre todo con su atención en primer plano a la cultura y a la ciencia. Entre sus figuras señeras destaca el humanista español Juan Luis Vives, cuya huella en la teoría de la educación es bien profunda. Pero muy pronto la Reforma produce en este ámbito una influencia desintegradora con tanta variedad de orientaciones educativas como iglesias separadas. Es en esta situación cuando nacen con singular energía las Universidades de la Compañía de Jesús, en 1534.

Más tarde destaca el esfuerzo de JanComenius, que con visión de verdadero precursor de muchas doctrinas hoy en boga, trata de hacer acorde la educación con las necesidades de su tiempo y urge la promoción de las ciencias experimentales.

Con estas breves alusiones históricas, sólo he querido sugerir el hecho de que a lo largo de la historia se suceden los replanteamientos de las grandes componentes educativas, con mayor o menor énfasis en unos u otros aspectos y en distinto grado de evolución y complejidad. Los factores decisivos de esta dinámica histórica no son sin embargo intrínsecos a la educación per se ni al proceso educativo como tal. Antes bien, los condicionamientos y las coordenadas de la evolución de la educación residen en los valores culturales de cada época, que se van modificando de modo permanente y con variable intensidad, a través de las corrientes civilizadoras que cada cultura engendra merced a la creatividad del hombre. Quiero decir con ello que, para entender el verdadero sentido del desarrollo de la educación en cualquier período de tiempo, es necesario considerarlo en el marco de la trilogía constituida por la educación, la ciencia y la cultura, y a éstas, a su vez, en el respectivo contexto social y económico. El progreso y el saber en el mundo y su potencial para el mañana son resultado de la voluntad creadora e inspiradora del hombre. Mantener y aumentar el bienestar logrado, así como el éxito en la consecución de los objetivos futuros, depende, antes que nada, de la supervivencia, renovación y perfeccionamiento de los valores superiores del espíritu.

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