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La responsabilidad de Europa

De acuerdo con la información divulgada recientemente sobre la última encuesta hecha pública por el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, foro de análisis independiente, sólo un 10% de los europeos vería factible una victoria de Ucrania sobre Rusia tras la brutal invasión por parte de este último, que esta semana ha cumplido, precisamente, dos años. No quiere ello decir que la inmensa mayoría de los europeos contemplen como inevitable la victoria de los rusos, pues, en la misma encuesta, se cifra en un 20% el número de los europeos que así lo creen. La mayor parte se inclina por un conflicto de larga duración en el que se produzca un amplio desgaste de ambos.

Sobre este dato se ha venido a acumular esta semana, la noticia de una retirada ucraniana en la población de Avdiivka en la región de Donetsk, al este de Ucrania, que, como es habitual y normal en escenarios bélicos, se ha presentado como una gran victoria por parte de los que han conseguido ocupar el territorio y como una reorganización menor y ordenada por parte de los que han cedido el terreno. Lo cierto es que, como también es habitual, ninguna de las dos versiones refleja la realidad exacta. Si en tiempo de paz se compite por lo que se denomina el control del relato, en tiempo de guerra, esta competencia se intensifica considerablemente, pues lo que de ello depende es mucho más valioso e imperativo que en tiempo de paz. Me refiero, como es natural, a la propia supervivencia de los beligerantes.

Desde que en el pasado octubre se constató que la contraofensiva ucraniana iniciada a mediados de año no alcanzaba los objetivos inicialmente contemplados y que los recursos puestos a disposición de Ucrania empezaban a no cubrir sus demandas, especialmente en términos de munición de artillería, se comenzó a hablar de lo que técnicamente se denomina como la “fatiga de guerra”, es decir, la dificultad para mantener el flujo de abastecimiento de todo tipo de recursos que las operaciones militares requieren para sostener el ritmo de las operaciones.

Preguntados los representantes ucranianos en una reunión de la Asamblea Parlamentaria de la OTAN del pasado mes de octubre en Copenhague, por su percepción sobre esta incipiente “fatiga de guerra”, especialmente procedente de los que, desde un principio se situaron de su parte e hicieron posible la resistencia inicial, es decir, los Estados Unidos y los de la Unión Europea, estos representantes transmitían la idea de que, especialmente en Europa, los ciudadanos de a pie debían adquirir conciencia de que lo que se estaba librando en Ucrania era un conflicto por la supervivencia del modelo de vida, basado en la democracia, el estado de derecho, el respeto a los derechos humanos y las libertades individuales del que los países occidentales disfrutamos. A nosotros se nos requieren esfuerzos económicos y de austeridad, pero ellos ponen en juego la soberanía de su país y la seguridad de sus propios ciudadanos.

En lo que se refiere a los Estados Unidos de Norteamérica, dentro de la campaña hacia las elecciones presidenciales del próximo mes de noviembre, comienzan a ser motivo de preocupación para los países europeos y para la propia OTAN, las progresivamente crecientes manifestaciones del probable candidato a las mismas por parte del Partido Republicano, Donald Trump, en el sentido de amenazar a los países europeos con someter a consideración la implicación de su país con el esfuerzo de Ucrania y, consecuentemente, con la seguridad de todo el continente europeo.

Estos días se han conocido también dos hechos que nos llevan a pensar en el potencialmente largo alcance de las actuaciones hostiles y vulneradoras de los derechos humanos por parte del régimen de Putin.

Por una parte, el pasado viernes, día 16, Rusia informó de la muerte del influyente opositor ruso Alexei Navalny, que se encontraba cumpliendo una condena de 19 años de cárcel por “extremismo”. Según fuentes oficiales rusas, «Navalny se empezó a encontrar mal durante un paseo y, casi de forma inmediata, se desmayó». Nada se sabe del cuerpo del fallecido, que no ha sido entregado a sus familias, a las que se ha dicho que se le está sometiendo a una autopsia y que se les entregará el cadáver en unas dos semanas. Ello ha conducido a expresar, por parte de su familia y de la mayor parte de la comunidad internacional, la sospecha de que la muerte no ha sido fortuita, por “muerte súbita”, como han manifestado las autoridades rusas, sino por otras causas “menos accidentales”.

Por otra parte, el pasado martes 13 de febrero, el piloto ruso que desertó con su helicóptero el pasado año durante las operaciones rusas en la zona de Jarkov, en Ucrania, fue hallado muerto a tiros en un aparcamiento de la localidad de Villajoyosa en Alicante en donde viven expatriados rusos y ucranianos. Las sospechas, en este caso, se ciernen sobre los servicios de inteligencia rusos en el exterior. Tal como dijo el Premio Nobel de la Paz y Director del extinto diario ruso “Novaya Gazeta”, Dimitri Muratov, tras conocer la muerte de Alexei Navalny, “el que se opone a Rusia, muere”.

Frente a todos los aspectos que presenta el escenario descrito, la Unión Europea adelantó al mes de marzo de 2022, un mes después del desencadenamiento de la brutal e injustificable vulneración de las fronteras internacionales de Ucrania por parte de Rusia, la publicación de su “Brújula Estratégica”, que venía a definir el embrión de lo que se contempla como un intento de acceder a la, durante mucho tiempo mencionada y aún no consolidada, Autonomía Estratégica de la Unión Europea. Autonomía Estratégica que sería suicida contemplar como una “emancipación” del vínculo trasatlántico. La seguridad de EEUU y la de Europa están estrechamente interrelacionadas. No se puede concebir la una sin la otra y viceversa. Lo que sí parece evidente es que los europeos debemos adquirir conciencia del reto al que nos enfrentamos, despertar y asumir, en este ámbito, nuestra responsabilidad, la responsabilidad de Europa.

 

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Fernando Gutíerrez Díaz de Otazu
Fernando Gutíerrez Díaz de Otazu

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