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La estupidez colectiva y el PSOE sanchista

A nadie escapa el descalabro político que una buena parte de la sociedad ha infligido al sanchismo en las elecciones del pasado domingo. O, más precisamente, a nadie que no padezca de estupidez colectiva. De la que lamentablemente padecen muchos de los seguidores del PSOE, que no piden responsabilidades políticas al ‘líder’, sino que continúan tras él como los ratones tras el flautista de Hamelin.

Cualquier persona pensante podría suponer que el partido sanchista y sus militantes, dirigidos por su líder carismático, casi divino e infalible -para sus seguidores-, se vería forzado a recapacitar sobre los errores cometidos, causantes de su derrota, y se empeñaría en corregirlos. Por el contrario, el líder se dirige a sus seguidores en el Congreso con un disparatado discurso del que se enorgullecerían Chaves o Maduro y, sin reconocer error alguno, reparte supuestas culpas entre todos los que no son él mismo. Y sus seguidores aplauden enfervorecidos. El delirio enajenado de millones, con rumbo al desastre, se amplifica y reitera. Por supuesto Sánchez incluye entre los culpables a los medios de comunicación -no muchos- que no se subordinan a sus designios. Y a la que ahora llama ‘extrema derecha’, en la que incluye a todos los que tampoco se subordinan a su liderazgo y al de sus repugnantes aliados de gobierno.

Es demencial, increíble, que Sánchez llame ‘extrema’ a la derecha y al centro derecha, cuando entre sus aliados hay asesinos y todo tipo de partidos y personas que, en una sociedad democráticamente sana, debieran ser marginados por sus actividades contra la legalidad establecida. Partidos y personas que atentan contra la unidad de España. Contra la libre empresa, generadora de riqueza para todos. Que pretenden limitar la propiedad de la vivienda a los que, con su trabajo, han podido comprarla y tratan de obtener el justo rédito. Que promulgan leyes que sacan de la cárcel a violadores. Que incitan al odio y a la división.

Una gran parte de los españoles han demostrado inteligencia política y han decidido acabar con la lacra del sanchismo. Para el que fuera vicepresidente del Gobierno entre 1982 y 1991, Alfonso Guerra, el problema de los socialistas puede ser la falta de confianza existente sobre la figura del presidente. En un artículo publicado en The Objective, Guerra cree que la atmósfera política actual juega en contra de los intereses del partido. Según su opinión, Sánchez toma las decisiones en clave personal y considera que “tal vez ha llegado el momento de que los socialistas se pregunten si no será el problema el candidato”.
Una desconfianza por parte de los españoles que se produjo, asegura, en el momento en el que ‘abrazó’ a Pablo Iglesias. En ese momento “se firmaba el acta de defunción política de miles de responsables políticos socialistas”. Un pacto que supuso un fuerte cambio en la tradición del PSOE, al abandonar el socialismo liberal del partido durante 140 años para apostar por “una alianza de radicales, populistas, independentistas y herederos del terror”.
Por el contrario, Sánchez ha tratado de ocultar la importancia, decisiva en su derrota, de sus alianzas con lo peor de la sociedad española. Con los asesinos o defensores de los asesinos de ETA. Con los separatistas catalanes, que no cejan en su empeño de romper la unidad de España. Con el partido comunista, heredero de la terrible dictadura de Mao, de las matanzas de Stalin, de los pogromos, del ‘holodomor’, de la ruina económica en la mayor parte del este de Europa y en Cuba, así como en todos los países que han seguido esa doctrina. Abandona consecuentemente las ideas de la social democracia, convirtiendo al PSOE en un partido de extrema izquierda, marginal en el contexto europeo.

La situación en el PSOE solo se puede entender admitiendo la existencia de la influencia de la masa, de la denominada en sociología ‘estupidez colectiva’. La política debiera desarrollarse en un ámbito en el que se busca el bienestar y la justicia para la sociedad en su conjunto. Sin embargo, a menudo nos encontramos con casos en los que la estupidez colectiva prevalece y se convierte en un obstáculo insuperable para el progreso. La estupidez colectiva se define como la tendencia de un grupo de personas a tomar decisiones irracionales o adoptar creencias falsas por la influencia de la masa, la falta de información precisa o la manipulación de intereses particulares.

Existen varias causas que explican la estupidez colectiva en la política. Una de ellas es la falta de educación cívica y política. La frecuentemente utilizada expresión ‘a mi no me interesa la política’ olvida que la política es la que sienta las bases, el entorno, en que los ciudadanos van a desarrollar sus vidas.

Otra causa es la manipulación de la información. La repetición continuada de mentiras y falsedades, como ha ocurrido en los pasados años, consigue que parezcan verdades declaraciones o hechos intrínsecamente falsos.
Además, la polarización política y la falta de diálogo constructivo contribuyen a la estupidez colectiva. Cuando las personas se adhieren ciegamente a una ideología o partido político sin considerar otras perspectivas, se crea un ambiente en el que la razón y la lógica quedan relegadas a un segundo plano. Aquí podemos inscribir a los todavía ciegos seguidores de Sánchez.
Cuando la estupidez colectiva prevalece, los ciudadanos se sienten desilusionados y desconfían de aquellos que están a cargo de tomar decisiones en su nombre. Esto puede dar lugar a la desafección política y a una participación menor en las elecciones.
La estupidez colectiva, por tanto, puede entenderse como la situación de un gran número de personas que ‘están bajo un embrujo’ que les impide ver y pensar. La estupidez colectiva es esa situación en la que un gran número de personas ha perdido su autonomía personal, su independencia propia. Algo que se constata por la ausencia de razonamiento y el uso sistemático de eslóganes, frases cortas, estereotipos, lemas, falacias. La mente de los afectados es un almacén de todo eso y en la que no se acepta la posibilidad de error.
El gran problema de las actuales sociedades democráticas es conseguir que la sociedad en su conjunto sea más inteligente que el individuo, para evitar entrar en una dinámica donde el conjunto sea más torpe que los individuos que lo componen.

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Gonzalo Fernández

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