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El rincón de Aranda

La capona

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La palabra Caponera, según nuestro diccionario, entre otras cosas, dice: "Sitio o casa en que alguno halla conveniencia, asistencia o regalo sin costa alguna", más o menos una ganga. Según comentaban personas muy ancianas, en Melilla existían las famosas “Caponas”. Éstas eran realmente las raciones de etapa (30 días), de un soldado en África. Al decir soldado me refiero a todas las graduaciones. Como es lógico cada graduación tenía su capona o ración, existiendo los pícaros o buitres civiles que especulaban con ellas debido a las perentorias necesidades monetarias de los destinatarios. Otra cosa que existía entonces en Melilla, era que toda familia que entraba en la ciudad, procedente de la Península, debía presentar un aval firmado por algún familiar, o amigo residente, de moral y comportamiento intachable, aunque alguna vez se colaba alguien que hacía sus agostos, como los que especulaban con las Caponas, que eran destinadas a éstas familias necesitadas. También habían muchos militares altruistas que daban parte de su capona sin nada a cambio. Y como los españoles le sacamos punta a todo, y mas a lo que huele a bicoca u óbolo, como anécdota diré que también era apodado "Capón" un gitano, herrero, que malvivía en las barracas de S. Francisco, donde un payo guasón, andaluz contemporáneo, decía que era, por ser tan pobre y tantos niños a su cargo, el que mas caponas apañaba entonces, de ahí el llamarle “Capón”. A su esposa, mujer humilde y de buenos hechos, le dedicaron unos versos a raíz de una de las muchas escapadas jaraneras que hacía su “Capón”, en los que le decían: "Llora la Carmen, llora/ porque se le ha ido su Capón/ y la pobre se ha quedado muy sola"/.

Capón, como sabrán, también es un animal castrado, que una vez que se queda sin sus atributos engorda para que produzca mas carne al ser sacrificado. Nuestra Capona era todo lo contrario. Al caparla o aligerarla de peso antes de ser repartida a los destinatarios necesitados, como es lógico no engordaba, sino que mermaba, o sea que era una Capona capada. Pienso que más de una pequeña fortuna de aquellos años se hizo a base de “caponear” a todo desgraciado que podían guindarle lo poco que le daba el Estado por su esfuerzo en españolizar una tierra en ebullición, desconocida para ellos. Y además las penas que traían desde sus tierras de origen, dejando a sus espaldas mucha ruina y nada de beneficio, como los que arribaron a Melilla en la primera década del siglo pasado.

No crean que las auditorias se han inventado en éstos tiempos, inspeccionando y fiscalizando todo, también hubo en siglos pasados una especie de auditoria que era llamada Juicio de Residencia, consistiendo ésta en la visita de un inspector con atribuciones y plenos poderes del Rey que en llegando a la Plaza todo el mundo se echaba a temblar, bueno, quiero decir los pequeños “Pujoles”, “Bárcenas” y adláteres que les acompañan siempre, que eran los que “caponeaban” la intendencia dejando a dos velas a los más necesitados. En "Melillerias", pág. 115, Constantino Domínguez lo describe muy bien al referirse a la visita que D. Juan de Silva y Sotomayor, Comendador de Villarrubia y de Calatrava, hizo a Melilla siendo Gobernador D. Pedro Venegas de Córdoba. Por lo visto, éste Silva puso patas arriba a todo el mundo, mandando a presidio a gente que habían “caponeado” y apropiado de lo ajeno. Yo pienso, que en estos tiempos que nos está tocando vivir harían falta varios Silvas y Sotomayor provistos de maquinitas, como los marcapasos, dejando acopladas a su marcha de la inspección, al sobaco del recién inspeccionado, para que cada vez que le diera la vena de apropiarse de lo ajeno, saliera una aguja del aparatito y le diera tal pinchazo que no le quedara ganas durante una buena temporada. Sin que sirva de burla y cachondeo, por la seriedad que comporta el hecho, se imaginan ustedes, que en el pleno de un ayuntamiento cualquiera, en un momento dado, y sin venir a cuento, un edil levantase el brazo de un zarpazo y el compañero de al lado le preguntara por qué hizo ése gesto: "…. Es que tengo un golondrino en el sobaco con muy mala leche y me dá unos pinchazos que-pa-qué". El otro, que también tiene el mismo aparatito, y ha aguantado el sablazo sin apenas levantar el brazo, pero saliéndosele dos lagrimones como puños un rato antes, piensa: "…. Y una mierda, so mamón, que ya estabas pensando en la manteca billetosa que te reportaría si el permiso de obra que estamos debatiendo fuese para tu cuñado". Yo propongo que se fabriquen aparatos como ésos, y además que lleven incorporado un “mentirómetro”, para la detección de las mentiras en los momentos álgidos de los mítines. Y un “tontímetro” o “gilipollímetro”, por las tonterías y gilipolleces que puedan llegar a decir en ésos mismos momentos de euforia mitinera, con desodorante incorporado, claro. Y en las campañas electorales lo lleven obligatoriamente todos los políticos del arco parlamentario, verificando su colocación y levantando acta un notario pagado por los opositores políticos, para que no haya mosqueo. Se acabarían los Pujoles, los Bárcenas y toda la fauna mangona de libadores de la miel de Papá Estado, quedando sólo los políticos de buena fe, que me consta los hay, y muy buenas personas que son, y no nombro a nadie por el que dirán. Éstos aparatos deberán ser gratis y repartidos a todo aquél que maneje cosas del Erario Público, que también es de todos. Recuerdo aquél Roldán de risa falsa, calvorota, de barba rala y cabeza amelonada, y tantos como hay por esos caminos del dinero guarro, con todos los respetos a los cerdos por ser éstos unos animales que gustan hasta los andares, en éste caso, deberían tener el brazo como una diana de dardos, todo lleno de pinchazos. Y yo digo: pues que se jodan, por malos.

Lo del tontímetro es una hipotética tontería, pero apuesto que más de uno cambiaría de curro, si le obligaran a llevar en su apestoso sobaco un cacharrito de ésos. Conste que sería inocuo y no dejaría secuelas.

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