Una ciudad sin calles, no es una ciudad, es una prisión. La calle nace cuando el hombre comienza a conocer a su prójimo, como ser comunicativo. Entonces surge la calle como terreno neutral, tierra de nadie, donde se reúnen las valoraciones de cada uno. Por eso, una calle no es sólo un lugar asfaltado donde la urbanística y el tráfico puedan intervenir. No.
Es primordialmente el lugar donde cada uno debe mostrarse ineludiblemente a los demás. En la calle están nuestras mejores ilusiones, nuestras ambiciones más caras, nuestros sueños por realizar. La calle nos está poniendo a prueba constantemente. Nos exige ser más serenos, más lúcidos, más fuertes, más responsables y sobre todo, más útiles. Todos los interiores como espectáculos nos intimidan un poco, obligándonos a un comportamiento impuesto de antemano; pero la calle, por ser espacio abierto, nos brindan un margen de confianza exterior que sirve para que cada uno se muestre cómo es en su interior. En la calle descubrimos, al egoísta, al irresponsable, al educado, al noble, al ordenado, etc… descubrimos lo positivo o negativo de cada ser humano, porque nos pone en una constante prueba ante nosotros mismos y ante los demás. La calle es una escuela fuerte y dura a la cual hay que llegar con ganas de vivir y sobre todo de compartir la vida. Por eso, la calle es otra oportunidad que tiene la sociedad para edificarse y fortalecerse.
Debemos desechar el viejo dicho de que la casa es tu hogar, cuando la calle es una prolongación de él mismo. Porque un hogar no son cuatro paredes. Eso es una celda. Un hogar es también un disco, una pintura, un mueble, un recuerdo, una postal, una flor y miles de detalles que nacen del hombre y van a parar a la calle como el epílogo de un evocador destino para eternizar las cosas. Velemos por las calles, porque ella es esa casa común que tanto solicitamos en nuestras mejores plegarias y esperanzas y sin embargo tanto descuidamos en nuestros comportamientos.
Buenos días y Buenos comportamientos
