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El rincón de Aranda

Juegos de niños en los 50

melillahoy.cibeles.net fotos 1305 Juan Aranda web

Hace unos días pude ver por televisión, que en Barcelona existe una exposición donde los chaveas aprenden a practicar los mismos juegos que sus padres hacían en su niñez. Y como yo siempre llevo el niño que fui en Melilla, donde esos juegos también los practiqué con toda la intensidad de un niño feliz.

Como la memoria aun me obedece, recuerdo el juego de “pídola”, “piola” para nosotros, con la sustracción de la “d” quedando, no tan fina, pero amoldándose a nuestra idiosincrasia. Las patadas que recibíamos en el las nalgas desnudas, cuando nos tocaba agacharnos para que saltasen los demás; había veces que nada más salir del colegio de Ataque Seco, llegábamos saltando a Piola, con la cartera a cuesta, hasta nuestra casa. En la cartera llevábamos, aparte de una enciclopedia “Alvarez”, heredada de nuestros hermanos, una libreta de rayas, el plumier y todo lo que a un niño le gusta tener: Una suave lagartija viva, un grillo guardado en una caja de cerillas, una tuerca con su tornillo de hierro reluciente por el uso, un trompo con su chambel. El bocadillo: Un bollo, con el hoyo lleno aceite y azúcar, nos lo comíamos en nuestra casa con el café con leche de cabra que ordeñaba el cabrero en nuestra puerta esa misma tarde. Hoy con el walkman, la maquinita comecocos, el bollicao y la pequeña librería en las mochilas, sus pequeñas espaldas se resienten más que las de nuestra generación. Cuando nos cansábamos, le dábamos al Pico, Zorro o Teine. Este juego tenía muy mala leche porque siempre eran los mayores quienes se subían encima de los pequeños y el que estaba de espalda a la pared, el muy cabronazo, engañaba cambiando los dedos cuando los que estaban debajo acertaban. El Oñita, Oñate y Chocolate con los huesos de los albaricoques; otro era con las bolas y un pequeño boquete en el suelo, siempre agachados, poniéndonos las rodillas llenas de mierda, y tan felices. También se podían ver a algunos niños, los menos, con un puñado de perras gordas y chicas, jugando a ver quién metía mas monedas en esos boquetes. Eso era jugar al “vicio”, muy castigado por mi madre. Cada vez que veíamos a un pitejo, hombre que conducía el coche a la “Francisca”, tirado por caballos con plumas negras, bajar por Castelar, decíamos: “… Oñita, Oñate y Chocolate”. O sea que habían metido en un hoyo de “Casa Frasquito” (Conserje del Cementerio), al que poco antes habían traído por Padre Lerchundy.
¿Alguien se acuerda de un niño, corriendo y guiando un aro?. Hoy en día pocos niños saben guiar un aro por una escalera, pero sí que hacen virguerías con el monopatín. Con las chapas de las cervezas y gaseosas, forradas de tela de distintos colores, a mí me las forraba mi hermana mayor, para formar mini-partidos de fútbol en las aceras, empujando las chapas con los dedos. Existían algunas que eran de las cervezas de importación, tan raras que no las forrábamos, siendo como un tesoro porque conseguirlas costaban mucho tiempo, y trueques abusivos por parte de sus dueños: Era la ley de la oferta y la demanda. En aquellos años se podía ver a cualquier niño buscar, furtivamente, por los suelos de los bares, las deseadas chapas. También se jugaba al: ¡Vá!, …Dicho. Este juego consistía en dos pedazos de suela de goma redondeada que se lanzaban hasta que uno de los lanzadores lo hacía tan cerca que con su pequeña mano como medida de una cuarta llegaba al del contrario. Se pagaba la apuesta con unos billetes muy peculiares: Simples envoltorios de caramelos. Los había de todas las clases, pero los que más se cotizaban eran los de Logroño, “Vda. de Solano”, de café con leche, y unos ingleses que costaban mucho separar los dientes cuando se masticaban. Algunos conseguíamos ir al cine: Gallinero en el Monumental o Nacional, a la hora de los soldados, costaba 2´50 ptas., anfiteatro 3 ptas. y butaca 4 ptas.. El Goya y el Alhambra costaban de dos a tres pesetas, pero las malas lenguas decían que había piojos. Más bien creo que los piojos, en aquellos años, eran los amos de los colegios, como para el preso político, el liberal Francisco Sánchez Barbero, que las pulgas eran los “Sabios de Melilla”. El “ZZ” perfumado, no existía aún y el que había era apestoso y te daban mareos. El alcohol mezclado con semilla de chirimoya macerada, era el desinfectante mas corriente.

Era raro el niño que en verano no llevase una bolsa llena de huesos de albaricoques, junto con el trompo, con su púa incrustada con estiércol y su correspondiente cuerda de colorines, el “Va” con los “billetes”, y otra bolsa con las bolas de barro; las de cristal eran otro tesoro que costaban casi diez de las de barro. Estas eran tan baratas que con un pisotón se hacían pedazos. Entonces existían niños, que cuando succionaron las tetas de sus madres, la leche se les agrió, mas bien se les puso mala, y apenas veían a otros hacerlo con las bolas de barro, llegaban y destruían el juego rompiendo a pisotones todas las bolas, pero esos eran los menos. Recuerdo que la gente mayor decía: “…Que joío po´alma es ese niño, y que mala sombra tiene”. Y realmente eran los mas feos y pelones.

Los niños y jóvenes de hoy llaman “colega”, sin serlo, a cualquiera; y “tío” a quien no es hermano de sus padres. Antes las palabras dedicadas a cualquier amigo o compañero de juegos eran chicuy, chavea, de esta última me viene la frase de: “Chavea alza la pata y mea”. La palabra chicuy, creo que es en Melilla donde nació, y me parece muy coloquial y amigable. Ahora qu “tío” tengo que decir que solo así he llamado a los hermanos de mis padres, y “colega” a las personas que he tenido el placer de trabajar a su lado.

Todo esto lo cuento porque desearía recordasen conmigo la práctica de juegos sencillos que se hacían con cualquier cosa, ya fuesen envoltorios de caramelos, trozos de suelas de gomas o simples chapas de gaseosas. Yo creo que vale la pena ver las manos de un niño llenas de tierra jugando a introducir una bola en un boquete hecho en el suelo, o verlo mear en una esquina, para observar las dos perspectivas, por si lo cazan en su desahogada y agradable micción, para salir pitando.

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