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Homo homini lupus. O el horror como norma.

«El hombre es un lobo para el hombre» fue una frase utilizada, en el siglo XVIII, por el famoso filósofo inglés Thomas Hobbes.

“El hombre es bueno por naturaleza, pero se hace malo por culpa de las insti04 tuciones sociales” escribió, también en el siglo XVIII, el no menos famoso intelectual suizo Rousseau.

Dos interpretaciones absolutamente encontradas de la naturaleza humana. Las dos han probado ser verdaderas, en ocasiones, y absolutamente falsas, otras veces. Desde los principios de la historia escrita, hemos conocido ejemplos de personas fundamentalmente buenas, como los fundadores de las principales religiones actualmente existentes, y fundamentalmente malas, como algunos de los practicantes más destacados de esas mismas religiones. Podríamos citar a Torquemada, el gran inquisidor y a Osama bin Laden, el gran terrorista, entre otros muchos.

Dado que, generalmente, la verdad se encuentra más cerca del centro que de los extremos, podríamos tratar de conjugar las dos interpretaciones anteriormente citadas. Sería algo parecido a “el hombre, en su generalidad, nace fundamentalmente bueno, pero las circunstancias que enfrenta dentro de la sociedad en la que vive pueden, con cierta frecuencia, influir, pero no forzar, para que una indeterminada proporción de ellos realice, con mayor o menor frecuencia, acciones intrínsecamente malas”.   

Una vez que hayan leído -quizás dos veces- la definición de la naturaleza humana que propongo, y antes de que traten de quemarme en la hoguera, si siguen a Torquemada, o de poner una bomba debajo de mi silla, si lo hacen con bin Laden, les invito a que lean los ejemplos que menciono a continuación.

Estados Unidos, en la actualidad, el horror en las calles.

En la tierra en que, según reza el estribillo de su himno, viven los libres y los valientes, las balas mataron el año pasado a más de 47.000 personas. Los números de este año podrán ser incluso peores. También se han registrado 35.381 heridos por arma de fuego. Los estadounidenses poseen 121 armas por cada 100 habitantes, contando a los niños, lo que significa que muchos de ellos poseen un alto número de armas.

Además de los asesinatos y homicidios derivados de la actividad criminal, o de la propia interacción humana, se producen cada vez con más frecuencia tiroteos indiscriminados en escuelas, centros comerciales, iglesias, clubes, en cualquier lugar. Estas matanzas parecen especialmente repugnantes, porque el que mata no sabe siquiera a quien está matando. Se venga de la sociedad en su conjunto por agravios, reales y con mucha frecuencia supuestos, que la sociedad le ha hecho.

Los tiroteos en las escuelas y universidades, además de las muertes y las heridas, dejan con frecuencia huellas indelebles en la mente de los niños y jóvenes que los han vivido, el temido y terrible estrés post traumático.

Tras cada matanza se producen las consabidas muestras de horror, real, por parte de los damnificados y sus familias, principalmente, y también de las organizaciones que realizan las lógicas demandas de cambio en las leyes que regulan la venta y tenencia de armas de fuego.

Por otra parte, se producen también muestras de horror, falso, de activistas de la Asociación Nacional del Rifle, que condenan lo sucedido, pero niegan cualquier responsabilidad o necesidad de cambio en las leyes. Como ejemplo de la voluntad de inacción existente, podemos citar deplorables declaraciones como las del gobernador republicano de Virginia, Glenn Youngkin, que pide “posponer los debates para algún día en un futuro”, que parece claro nunca llegará si él puede evitarlo.

Los activistas que defienden el derecho constitucional a poseer armas, sin ningún tipo de trabas ni restricciones, han llegado a sugerir que lo que el país realmente necesita, es que la gente disponga de más armas y más letales, para protegerse de los demás que también tienen armas. Algunos activistas, en Texas y otros estados, han llegado a sugerir que la solución sería armar y entrenar, en el uso de las armas, a las profesoras y profesores. Algo así como recrear en las escuelas el salvaje oeste, en versión siglo XXI.

La naturaleza humana, que trata de defenderse de lo que le agrede, hace que el horror de la situación se vea atenuado con el paso del tiempo y con la repetición de las matanzas. Muy acertadamente, el senador Chris Murphy ha dicho: «Lo que me mantiene despierto por la noche es la pregunta de si este país está aprendiendo a vivir con esto». “Tenemos que mantener nuestro sentido de indignación. Y sé que eso se vuelve cada vez más difícil».

Según algunas encuestas fiables, el 52% de la población de los Estados Unidos desearía leyes más restrictivas para la posesión de armas y el 35% preferiría que las leyes permanecieran como ahora están. Esa mayoría absoluta no se refleja en las votaciones para las elecciones. La economía, el dinero, parece ser más importante.

Ucrania, en la actualidad, el horror de la guerra.

La invasión rusa a Ucrania ha dejado, por el momento, unas 100,000 bajas en cada bando, entre muertos y heridos. Ucrania ha sufrido la muerte de unos 40.000 civiles, por tan solo unos pocos en el bando ruso. Entre 15 y 30 millones de ucranianos, según las diversas fuentes, han tenido que dejar toda su vida atrás y buscar refugio en otros países o en otras zonas de su país.

Parece patente que la extrema maldad de tan solo un hombre, puede arrastrar a otros a realizar actos de extrema maldad. Pero la extrema valentía de un hombre, también puede arrastrar a otros a realizar actos de extrema valentía en defensa de su libertad, quizás el mayor motivador ético existente.

La malograda cantante Janis Joplin, ícono hippie y de la contracultura en la década de los 60, cantó: “Libertad es solo otra palabra para no dejar nada que perder”. O en otras palabras: “Libertad es solo otra palabra, hasta que la pierdes”.

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Gonzalo Fernández

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