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El torreón del Vigía

Estabas desde siempre

melillahoy.cibeles.net fotos 1001 Angel Gil

Fuiste ese mar que llenó la meseta en una tarde de Julio. Que hizo oler a sal la Gran Vía cuando aún el sol no acababa de caer por Siete Picos, mientras las luces de neón comenzaban a brillar y las tiendas se llenaban. Aguardaba en la marquesina frente a la Casa del Libro y no llegaba el 1 desde Princesa, pero eso ya daba igual, mejor así no volvía a casa tan temprano y aún podía respirar ese aire de Ciudad, ver como se ponen en verde los semaforos e imaginarte cruzando Cibeles. En este instante me venian las canciones que desde la pecera pinchaba Patricia, a Luis Miguel por debajo de la mesa o a David de Maria, precisamente ahora. Te necesitaba para que juntos nos fuesemos a callejear por Santa Ana y terminasemos en un garito de La Latina cuando la madrugada dice adiós. A la mañana siguiente supe que algo pasaba, no era muy normal que el primer pensamiento fueras tú, entonces miré ese cuadro de Morillas que tenía en mi dormitorio que representaba el espigón del Club y volvia a sentirte asomada al muelle o casi en la orilla de aquellos veranos de nuestras vidas. Mientras desayunaba veía las noticias y tocaba el movil esperando una llamada o deseando hacerla, me hacia mil preguntas, era oportuna, demostraria impaciencia, o ella sentirá lo mismo. Como si de una película se tratase volví a los polvos de tiza, a ver fisicamente tu uniforme, o a aquellos momentos en clase cuando te echaba una mano al sacarte a la pizarra mientras me escondía detras de Carlos. Tambien aquel instante único de noches en la terraza esperando que la luz de tu cuarto se encendiese y abrieses tu balcon y en la lejania mirarte. Ana y Susana fueron, en los años de Facultad, a quienes les hablaba de tí e incluso sin conocerte parecían intuirte, por eso cuando te vieron no fuiste esa extraña a la que presentas en una cena y no volveras a ver jamas. Insistentemente pedia que corriese el tiempo que llegase el momento para hablar sin horas. Cuando eso ocurrió las gaviotas se posaron en el mar y la tarde parecía eterna tanto que no deseabamos que aquello terminase. Habiamos guardado por miedo o timidez sentimientos pero solo bastaba con una mirada o esas manos entrelazadas para en silencio decir lo que las palabras callaban. El tiempo puso todo en su sitio nos daba la oportunidad que un falso orgullo nos hurto en aquella tarde de Agosto. Regresé a la que en años fue mi hogar, a correr escalera abajo para llegar a tiempo al trabajo desde un vagon de Metro colapsado en horas punta, a hacer la compra en la galería, a la tienda de la cafeteria para comprar la prensa, al Retiro de la Feria del Libro o al Apostol en mañanas de Domingo y cuando me puse de nuevo ante un micrófono, Patricia comprendió, me comía las ondas, lo hacía todo con ese brillo que tu me devolviste. Recobró mas sentido aquella foto tuya con quienes me dieron su amor y me enseñaron a caminar por esta vida. Me subi a una silla para buscar en lo alto de mi biblioteca las cartas guardadas de años, estaban ordenadas por fechas y volvi a leerlas aunque muchas de ellas las sabía de memoria, entonces me eche la culpa del tiempo perdido, del silencio injusto o de no querer ver lo que era evidente. Ahora se que estabas desde siempre.

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