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El rincón de Aranda

Escalera del Sagrado Corazón

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Hace algunos años subía por la moderna, y fea, escalera del Sagrado Corazón, recordando la estructura que tenía la antigua de las primeras décadas del pasado siglo. La escalera tal y como estaba, aparte de ser una obra modernista, también era un retrete público en el rincón del primer rellano, según se subía a la izquierda. El segundo era más amplio y balconado, y había que tener muy poca vista o vergüenza meona para hacerlo tan al aire

. Aquélla escalera, tenía una baranda con los marmolillos panzudos donde los niños del colegio de D. Isidro, -colegio de la Iglesia-, y los del Grupo de Ataque Seco, sacábamos las cabezas, bueno, quien pudiera sacarla, porque algunos teníamos la perola que para pelarnos, un barbero decía que le hacía falta una moto para recorrerla, sin mirar la suya propia, como el de Castelar. Recuerdo que ese mismo fígaro, mosqueón lo era un rato el tío, parecía que llevaba su cabeza como un castigo, por lo gorda y pesada que era. Referente a la moderna escalera, hoy día tal y como está, mi opinión es que resulta un poquitín cutre. En los días de lluvia, los resbalones, si no te agarras a la barandilla de hierro central, te pegas unos “jardazos” de cojones. Esta es recta y más de un jubilado, creo que se lo piensa antes de emprender la escalada hacia el colegio; yo me lo pensé este verano, y subí por la calle Murcia (“Cuesta de la Morena”), hacia Castellón. Pero lo que más se advierte, y esto mucha gente lo recordará, y se alegrará, es la ausencia de la puerta del refugio que se comunicaba con la calle de la antigua fábrica de la luz, en Roberto Cano. Mi generación casi llegó a conocer el emplazamiento de esa fábrica y el refugio que rodea la Iglesia por su interior, muy similar al que existe en la calle de Castellón de la Plana. Que hagan memoria los vecinos de esa calle y verán, que pegado al monte de la batería de costa existían dos entradas, una frente al callejón de Pepe Matías y la otra al final, frente a Bernardino de Mendoza, muy cerca del Cementerio.

Tengo que protestar, eso sí, muy suavemente, que el rebautizar a mi colegio Ataque Seco con el nombre de España no me molestó en absoluto. La palabra España es nuestra Madre Patria, y como madre hay que amarla y respetarla, pero muy dentro de mí siento un poquitín de pena. El colegio tan vetusto y entrañable con su conserje, Villalta, enjuto y serio con los niños, repartiendo el queso y la leche en polvo, made in USA, de sabor asqueroso y pegajoso al paladar, en el patio junto a la fuente chiquitilla, por si algún niño le daba por vomitarla cayera en el sumidero. D. Domingo Pérez Morán, su director, con su acento castellano muy cultivado, D. Cristóbal Gámez, uno de los maestros que más huellas han dejado en varios cursos, mas bien diría generaciones. Quizás exista aún en algún rincón del colegio un tablero luminoso que bajo la atenta mirada de D. Cristóbal hicimos en el curso del 54 o 55 los de la 4ª clase. El tablero tenía un entramado de cables que con solo apretar un interruptor, se encendía una lucecita con las distintas producciones mineras, eléctricas y agropecuarias de la Península. Por ejemplo, si pulsabas donde se veía dibujada una vaca, se encendían las regiones asturiana y gallega. Hoy existen juguetes sofisticados muy superiores en tecnología a aquél, pero en los años 50 lo mas sofisticado que teníamos los niños era el "Cinexín", y contados eran los chaveas que podían disfrutarlo. La gran mayoría nos conformábamos viendo los "muñequitos" que proyectaban los domingos por las tardes en lo alto del edificio donde existía una tienda de discos muy famosa en la Avenida, o los matinales del Nacional o Monumental donde el ambigú no vendían tabaco a los niños, solo caramelos, pero sí que permitían fumar a los mayores a escondidas en la sala durante la proyección.

Como esto es solamente un comentario nostálgico en recuerdo de uno de los colegios más antiguos de la Melilla moderna, me permito decir a los que mandan que el nombre de España se lo debían haber adjudicado a otro de nueva creación que seguramente haría falta en la ciudad. Porque un colegio, templo del saber, siempre es necesario y los discípulos lo recordamos con cariño, algo de nostalgia por querer ser siempre niños y los profesores sentir el orgullo de haber llenado las mentes infantiles de todo lo mejor que ellos saben y sienten. Sirva este comentario como un pequeño y humilde homenaje al Colegio de Ataque Seco y a los maestros de la década de los cincuenta.

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