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El Juez del Penal número 1 de Melilla, tras 5 años, dice adiós a la ciudad para asumir un nuevo destino en Toledo

El Juez del Penal número 1 de Melilla, Carlos Viader Castro, va a dejar la ciudad después de cinco años ocupando esta plaza en las Torres V Centenario para asumir un nuevo destino en Torrijos (Toledo). Con este motivo, ha escrito una misiva en la que cuenta parte de su trayectoria: cómo llegó, qué inquietudes tuvo en sus inicios, cuál ha sido su experiencia y otro tipo de detalles que sirven al juez nacido en 1986 en Madrid para decir adiós a los melillenses. Esta es íntegramente su carta de despedida: Enero de 2016. Tras años dando tumbos, por fin, nos anunciaron a mis compañeros de promoción y a mí que seríamos jueces con plaza en propiedad.

Había aprobado la oposición en 2012, pasado por la Escuela Judicial de Barcelona en 2013, y realizado las prácticas tuteladas hasta mediados de 2014. Desde entonces, y hasta principios de 2016, mis compañeros y yo habíamos desempeñado el larguísimo cargo de “Juez en Expectativa de Destino de apoyo al Juez de Adscripción Territorial”, una suerte de juez apagafuegos al que iban cambiando de destino, o bien supliendo a jueces de baja, o bien ocupando plazas temporalmente desiertas. En ese año y medio pasé por Coslada, Torrejón de Ardoz y Madrid capital.

Resultaba un poco descorazonador que, después de todo el tiempo, esfuerzo y dinero invertido en la universidad y en la oposición, mi vida fuese una constante incertidumbre. Por eso, cuando al fin nos remitieron las plazas que ocuparíamos, por primera vez, como titulares, mis coetáneos y yo empezamos a compartir sueños, nervios e ilusión.

El listado no presentaba muchas sorpresas: la mayoría en Cataluña, Canarias y Andalucía, y algunas pocas en Extremadura y Castilla La Mancha. Y, de repente, allí estaba: Melilla.

Cuando lo vi en una primera ojeada, lo descarté automáticamente, cayendo en el tópico ignorante de que estaba muy lejos, aislado y de que a saber qué clase de ciudad sería para vivir. Sin embargo, en una conversación en confianza con una compañera, me hizo ver que, precisamente por ser madrileño, podría ser muy buena opción por su buena comunicación, y que todo lo que le habían comentado sobre la ciudad africana era bueno.

Me lancé a indagar. Por contactos de contactos acabé hablando con Miguel Ángel, magistrado del número 5, y con Fernando, el decano. Sus palabras fueron determinantes: que no me lo pensase, que era una ciudad maravillosa, que la calidad de vida era inigualable, y que me aseguraban una mayor parte del año de clima soleado y templado. Además de las ventajas económicas, claro.

No se equivocaban. Vine pactando con la casera que tal vez me iría en menos de seis meses, y han sido casi cinco años. Cinco años que podría calificar como los más felices de mi vida. Muchos han sido los motivos.

Melilla es acogedora. De lo que más me asombró al llegar fue lo amable que era todo el mundo al que me presentaban, sobre todo cuando notaban que era de fuera. En el Juzgado, en el gimnasio, en los restaurantes. Hacer amigos fue tarea fácil y rápidamente fui acogido como uno más, siendo invitado automáticamente a cualquier plan que surgiese. Sé que en Melilla he hecho amistades que me durarán toda la vida. Cristianos, musulmanes, hebreos. En Melilla, no hay prejuicio que valga.

Y la ciudad. Un crisol de culturas y una maravilla modernista desconocida para el resto de españoles que deslumbra a todo el que la visita. En estos años, he recibido la visita de muchos amigos y familiares madrileños, y no ha habido ninguno que no se haya quedado impactado por la belleza de Melilla. Ninguno se lo podía esperar. Como yo tampoco lo hacía. La mayoría han repetido. Más de dos y más de tres veces.

Porque Melilla atrapa. Su Sol resplandeciente. Su mar tranquilo y azul. Su vida pausada. Nada mejor que unas copas en La Pérgola el sábado por la tarde (o lo que viene a ser lo mismo, “pergolear”, como verbo de uso común entre los melillenses); una cena tranquila en El Rincón de Alicia; un poco de bailoteo en La Compañía; un paseo matutino por la impresionante Melilla La Vieja; una barbacoa en Los Pinos; un mojito en Los Almíbares; o un aperitivo de tapeo en la plaza de las Culturas. Una ciudad que te abre los brazos para que la disfrutes y la vivas en todo su esplendor.

No quiero finalizar esta reflexión sin daros a todos los melillenses un enorme GRACIAS. Por aceptarme, por apreciarme, por quererme. Melilla es un tesoro, y tenéis la enorme responsabilidad de conservarla tan espectacular como es hoy. Sé que así lo haréis.

Y tampoco sin hacer una especial mención a María y Fernando, mis compañeros, mis amigos y mi verdadera familia en Melilla.

A todos, y especialmente a vosotros, siempre os llevaré en el corazón.

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