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Columna pública

Ecologismo en vías de extinción

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Por alusiones al artículo de opinión de Jose Manuel Cabo, que lleva por título,
“Ecologismo en perspectiva”, me permito realizar mi propia retrospectiva de la reciente historia del ecologismo en Melilla. Esta historia, representada básicamente por la asociación Guelaya-Ecologistas en Acción, sitúa su primera fase en los años 80 y 90, periodo que no me siento capacitado en valorar, ya que no participé.
A partir de finales de 2001 recogí el testigo como presidente de la asociación. Fue una época que nunca consideré continuación de la anterior, ya que no recogí actividades, presupuestos, socios ni apenas materiales o documentos, consistiendo más en la continuación de actividades y denuncias que algunos emprendimos desde el departamento de Ecología de CCOO de las que heredamos su vivero y sus voluntarios.

Quise hacer del colectivo una referencia del ecologismo en la ciudad siguiendo las pautas de otras entidades como Greenpeace o Ecologistas en Acción, en el que nos integramos en 2003. La imagen valiente y decidida de ecologistas en primera línea realizando protestas desde barcos, colgados en fachadas y siempre con una pancarta a mano me parecía la línea a seguir, más en una ciudad que vive a espaldas de su entorno.

Por la propia idiosincrasia del proyecto y de la propia indolencia de la sociedad, siempre supimos que íbamos a ser pocos, que no era cosa de masas ni algo que despertara simpatías entre los políticos.

Enseguida comenzamos con las plantaciones y a principios de 2003, ya estábamos en primera línea limpiando el chapapote que dejó el Prestige en la costa gallega. Rechazamos las comodidades que nos ofrecía la Ciudad Autónoma de hoteles y mesa con mantel y elegimos limpiar fuel en la zona cero del desastre, Muxía, en medio de una ola de frío, durmiendo en el suelo y comiendo el rancho que nos ofrecía el ejército.

En todos esos años no faltaron pancartas, denuncias y acciones. Al principio los políticos nos ignoraban pero llegaron a dar ruedas de prensas monográficas centradas sólo sobre nosotros, algo inédito. Cualquier decisión de los políticos en torno al medio ambiente pensaban primero en qué íbamos a decir desde Guelaya.

Con una gestión impecable, no faltaron proyectos serios en colaboración con entidades públicas de prestigio. En doce años se realizaron más de 40 proyectos, firmamos más de 60 contratos de trabajo, gestionamos más de medio millón de euros, llegamos a tener infraestructuras como albergue, vehículos, diferentes sedes y viveros, etc., e incluso fuimos nominados por el Ministerio de Medio Ambiente para los Premios Biodiversidad de 2010. Tras mi salida hace dos años, la asociación toma un nuevo y distinto rumbo muy diferente a la imagen que tenemos del ecologista. Se abandona la figura del activista por un nuevo concepto de socio-cliente.

Esta nueva fase ya no empieza de cero, sino que se hace sobre lo construido en la época anterior. Dejo la asociación con unos activos de 24 mil euros, un vivero forestal en explotación, 120 socios y actividades en marcha. Ya no cuesta encontrar presidente como antes. En la última elección, de forma esporádica, acuden 63 socios, incluyendo a niños, muy lejos de los doce o catorce que hasta ahora acudían a la asamblea.

Se abandona, por un lado, los proyectos que dieron prestigio a la asociación y, por otro, la denuncia se limita a rellenar las alegaciones de los procedimientos ambientales que, por cierto, nunca los tienen en cuenta y lo utilizan los políticos para argumentar participación. La actividad principal es la de excursionismo, la de pedir productos ecológicos y hacer servicios a los nuevos socios-cliente, con el objetivo de tener más socios a costa de abandonar la denuncia activa, que parece ser, molesta a la nueva base social de la asociación.

En una ciudad hasta arriba de suciedad, con la gestión de residuos, de movilidad y de energía penosa, dentro de un marco capitalista neoliberal al que solo le importa el negocio y con unos gestores implicados en procesos de corrupción es imposible que se puedan cambiar las cosas desde un perfil tan poco reivindicativo.

En esto del ecologismo no hay modelos. El ecologismo es un motor de cambio social y esforzarse en cambiar la conciencia individual de una ínfima parte de la sociedad con excursiones y productos ecológicos es irrelevante, frente a la acción destructiva del resto de la sociedad y de nuestros pésimos gestores que utilizan el poder, las instituciones y millones de euros en machacar el entorno, corriendo el riesgo además, de ayudar al lavado de cara de algunos políticos para que siga todo igual.

Para cambiar algo hace falta más decisión, más valentía y poner contra las cuerdas a los que aplastan nuestro entorno. Es el ecologista activista, con sus ideas y acciones, a los que realmente temen y respetan, pero por desgracia en Melilla ya no veremos al ecologista con una pancarta o enfrentándose a los políticos porque el ecologismo en Melilla está en vías de extinción.

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