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Tribuna Pública

Cuando la violencia de género cobra interés… (A la memoria de tantas, tan incomprendidas, tan invisibles…)

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La sociedad se desangra con nombre de mujer. Una a una, hijo e hija y una más. Una cifra, una noticia, una condena y tregua para recobrar el aliento. Para olvidar…
Mientras van superando las horas sin ser aplastadas, se pierden en su laberinto emocional, muchas veces ninguneadas por la incomprensión de su entorno, demasiadas veces marginadas por la sociedad que las cuestiona y las hace sentir sospechosas… culpables…
Hasta que ya dé igual como se sientan, porque no tienen derecho ni a sufrir. Quien las mantenía esclavas por el pecado de ser de su propiedad les arrebata el aliento. Y concluye su hazaña. O mantiene su poder por siempre, enterrando en vida a su juguete roto. Así aprenderá.

Al principio hubo algo parecido al amor, que despertó en ellas el instinto de entrega y confianza, antes de que el fantasma que irrumpió para golpear sus almas se instalara en sus vidas. Y las violentara, tanto, que casi no acertaron a identificar la cara de su verdugo. Quien dice amarte y te maltrata, y te pide perdón, y te maltrata, y te convence de que te quiere, y te maltrata, y te implora perdón, y te maltrata… Los expertos asemejan el impacto de la violencia habitual, de palabra, acción u omisión, a auténticas torturas de guerra. Y ese modo de aplicar la violencia, modulando la intensidad combinada con espejismos de paz, provoca en ellas un auténtico síndrome de Estocolmo.

Una situación tan compleja como imperceptible para la mayoría de los mortales, tan trufada de emociones encontradas, prejuicios sociales y mentalidades arcaicas que presionan a la mujer que la padece, se funden, para hacer de la víctima de violencia de género un ser absolutamente vulnerable. Un ser perdido en medio de una sociedad aún no reprogramada para aislar al violento en este tipo de maltrato. La violencia de género es la única violencia diferente al resto. Nunca dudaríamos en condenar a quien usa la fuerza para robar o extorsionar, ni cuestionaríamos a la víctima de ese delito. Aún no condenamos lo suficiente al que, en una relación, manipula o somete a la mujer, ni consideramos lo suficiente a la víctima. Aún no.

Sirva este preámbulo para contextualizar la ahogada sensación que me produce la dramática muerte de una pareja joven hace tan sólo unos días y las reacciones que ello ha generado. Como reza el título de este artículo, “cuando la violencia de género cobra interés…”
Tenemos una de las leyes más potentes de protección a las víctimas de nuestro entorno, por no decir la más. Las administraciones, casi siempre, se mueven al unísono para procurar la atención y asistencia a quienes padecen el problema y se esfuerzan en potenciar la prevención. No nos olvidemos que la violencia de género es sexismo, y que el sexismo está matando. Y no nos olvidemos que el machismo forma parte de nuestra cultura más arraigada, la más grabada en nuestro código genético. Nació con la historia de la humanidad y no lograremos eliminarla en unas cuantas generaciones, que son las que suma la sociedad en la batalla plantada a la violencia de género.

Y fíjense que hace tan sólo unas semanas, Melilla, o mejor dicho las instituciones, afortunadamente cada vez más, y unos centenares de personas, afortunadamente cada vez más, como en todo el planeta, alzaban la voz contra un problema global, terrible, mortífero, en el Día Internacional contra la Violencia hacia las Mujeres.

Siento decir que no percibí (es una responsabilidad compartida) la preocupación o atención que merecía la oportunidad. No la percibí ese día ni el resto de días que organizamos actividades, charlas, jornadas, acciones en general para sensibilizar y concienciar del fenómeno, que hoy situamos en el centro de la actualidad porque hay víctimas mortales y una niña huérfana, pero que cada día atenaza a cientos de mujeres en nuestra ciudad. Hay muchas personas que nos siguen y comprenden la magnitud del problema. Pero no aún las suficientes.

Las noticias de igualdad y violencia machista van a la página 18 de la prensa y a la cola de los informativos. Las actividades con este propósito reciben un público minoritario. Un público que merece nuestro homenaje. No interesa, en definitiva. Es lógico que el trabajo que se haga con las víctimas sea callado y discreto. Así debe ser por respeto a ellas. Pero el apoyo de una sociedad democrática debería ser notorio y contundente, de modo que se desarme a quienes aún cuestionan a las víctimas y a quienes aún justifican y no condenan suficientemente la irracionalidad de unos pocos. Lo logramos con los violentos de ETA, hagámoslo con los violentos contra la mujer.

Claro que a la conciencia ciudadana debe preceder la conciencia política. Hay que empezar dando ejemplo de unidad y esa es otra asignatura aún no suficientemente asimilada. Y lo hemos comprobado en los últimos días.
¿Es sólo cuando la serpiente del maltrato golpea con más fuerza cuando cobra interés la violencia de género? ¿Es propio de responsables públicos impulsar debates que pueden provocar retroceso en la confianza de las víctimas, como ha hecho Coalición por Melilla en el peor momento?
Cuestionen ustedes, señores políticos, lo que consideren oportuno. Es legítimo y necesario. Pero en estos casos háganlo con la responsabilidad debida. Las mujeres nadan en aguas movedizas. Démosles tablas de salvación y no generemos debates que, al final, si han seguido el tema, verán que han provocado lo más indeseado en estos casos: que se aireen extremos confidenciales de la vida de la víctima que tristemente no resumen el drama que vivió, sino describen un momento de su tormentoso último año de vida. Un momento de la aplastante presión a la que hacía referencia al inicio. Del laberíntico proceso diseñado y, al final, arrancado de cuajo por su verdugo.
¿Qué paradoja verdad? Sin embargo, ahora todos recordarán ese titular, en el que se creyó que Hanan quiso aprovecharse del sistema. Flaco favor le hemos hecho. A ella y todas las víctimas.

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