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Carabela portuguesa

carabela portuguesa (Physalia physalis)

Por: Manuel Tapia

Un mensajero del cambio climático

Bella y letal

Tal como ocurre en tantas ocasiones en la naturaleza, el curioso aspecto de la carabela portuguesa (Physalia physalis) avisa de su peligrosidad. Es un mecanismo natural que hace destacar a determinadas especies urticantes o venenosas con vivos colores, que informan de que no deben ser atacadas o molestadas. En el caso de la carabela, descubrirla a tiempo puede ser, en muchos casos, un asunto de vida o muerte. Posee unos largos tentáculos, con una longitud superior a los veinte metros, y dotados de un veneno capaz de paralizar grandes presas, por lo que puede causar graves lesiones, incluso la muerte en casos excepcionales, a los humanos. 

Vida en sociedad

Aunque resulte extraño, cuando hablamos de la carabela portuguesa no nos estamos refiriendo a un solo animal, sino a un conjunto de ellos. Efectivamente, aunque tiene la apariencia de una medusa, en realidad es una colonia de células especializadas y organizadas en grupos con una función concreta. Así, los tentáculos los constituyen las células encargadas de paralizar a las presas; otro grupo está especializado en digerirlas para alimentar al resto de organismos que componen la colonia, y la parte en forma de vela  que vemos fuera del agua la forman los organismos encargados de la flotabilidad y la navegabilidad de la colonia. Se llama neumatóforo y está lleno de una mezcla de gases como el argón, el nitrógeno y el oxígeno; esto le permite flotar, y por su forma peculiar impulsarse con el viento, a veces a velocidades insospechadas. 

Escasez de enemigos

Evidentemente, por las características de la carabela portuguesa, son poquísimas las especies que depredan sobre ella, pues deben poseer algún tipo de defensa que las haga inmunes a su poderoso veneno, y eso es complicado. Básicamente, son la curiosa babosa marina Glaucus atlanticus, el caracol marino Janthina janthina, el pulpo manta (género Tremoctopus), las tortugas marinas como la tortuga boba (Caretta caretta) y el pez luna (Mola mola). Una de las causas del desmesurado aumento de la población de medusas en el mar de Alborán es, precisamente, la disminución de las poblaciones de tortugas bobas y peces luna, relacionada con una actividad pesquera mal estructurada. En el caso de la tortuga boba, muchos ejemplares caen en los cada vez más frecuentes palangres colocados en el estrecho para atrapar escualos. Los grandes anzuelos de estos palangres les destrozan la garganta y terminan muriendo. Algo tan sencillo como sustituir dichos anzuelos por otros con un diseño diferente, ya probado hace tiempo, y que no se agarra a la garganta de las tortugas, evitaría muchas bajas. Aunque las tortugas comparten también con los peces luna otra gran causa de mortandad, las grandes redes, tanto las de deriva como las de las almadrabas. 

El pasillo atlántico

El aumento de la población de medusas crea muchos problemas en las costas del mar de Alborán, y terminarán afectando a recursos tan importantes para sus habitantes como el turismo y la pesca. Sin embargo, la aparición de la carabela portuguesa en nuestras aguas está también relacionada con un efecto perverso del cambio climático que ahora explicaremos, y reviste una especial gravedad, por las lesiones que puede provocar a los bañistas.

Al parecer, el cambio climático ha provocado un ligero desplazamiento hacia el norte del anticiclón de las Azores. En su posición original, este anticiclón actuaba como un tapón que evitaba que las borrascas atlánticas penetraran en el estrecho. En la actualidad, se ha formado una especie de pasillo que facilita la entrada de dichas borrascas en el mar de Alborán. Estas tormentas empujan hasta nuestras costas a las carabelas, que en el pasado solo aparecían ocasionalmente en las playas atlánticas.

La aparición de la carabela portuguesa en nuestras playas es, en consecuencia, una señal que nos avisa de los cambios que se están produciendo en el clima por nuestra causa. Hace unos años la llegada de algún ejemplar a Melilla causaba gran alarma, pero hoy en día casi se ha normalizado el que aparezcan cada primavera, y después de alguna tormenta atlántica, varios ejemplares varados en la costa norte de la ciudad. Su presencia puede ser un gran problema, pero seguramente no sea el más grave que nos ocasione el cambio climático en el futuro.    

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Redacción

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