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27 de enero: Día oficial de la memoria de la Shoá (Holocausto) y la prevención de los Crímenes Contra La Humanidad.

Al igual que otras naciones, España conmemora cada 27 de enero, a través de diversos actos, el Día Oficial de la Memoria del Holocausto (Shoá) y la Prevención de los Crímenes contra la Humanidad. Este año por primera vez lo hará nuestra ciudad autónoma.

Por Por Julia Nieto

Profesora de Historia y Filosofía

Miembro de Mem Guímel

1° de noviembre de 2005 la Asamblea General decide que las Naciones Unidas designen el 27 de enero Día Internacional de Conmemoración anual en memoria de las víctimas del Holocausto y crímenes de guerra. El 27 de enero se conmemora la liberación por las tropas soviéticas del campo de concentración y exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau en 1945,

Como ha afirmado el secretario general «estamos viendo cómo la intolerancia se asienta en el curso normal de la política, atenaza a las minorías, a la comunidad musulmana, a las personas migrantes y refugiadas, y se aprovecha de la ira y la ansiedad que aflora en un mundo cambiante.” Es por ello que ahora más que nunca debemos unirnos con motivo del Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto y luchar por los valores universales en la construcción de un mundo basado en la igualdad.

Isidoro Cohen, melillense

Mientras rebuscaba entre las hojas de testimonio de la ingente base de datos de Yad Vashem, el Museo de Holocausto, varios nombres geográficos se repetían tozudamente. Salónica, Macedonia, Rodas…

De pronto, una hoja escrita en francés llamó mi atención: Isidore Yvan Israel Cohen, lugar de nacimiento Melilla, Marruecos Español. Además de unos brevísimos daros familiares, sabemos que Isidoro era estudiante de Medicina en Francia, que residía en Marsella antes de la contienda y que desapareció en el convoy 73 que se dirigía a Kaunas Reval el 15 de mayo de 1944. Su hermana Susana aún le busca en 1996 y añade las terribles palabras: “Jamás regresó”.

Isidoro tuvo la mala fortuna de encontrarse muy lejos de casa, en el lugar equivocado y en el momento menos propicio. Su caso me llevó a interesarme por la desigual fortuna de los judíos del norte de África durante la Segunda Guerra Mundial.

El estatus de neutralidad de España hizo que las comunidades del entonces Marruecos Español tuviesen mejor suerte.

Esas antiguas comunidades procedían de los judíos huidos de la Península tras los aciagos acontecimientos de 1391 y 1492 y siguieron llegando, ya como conversos, hasta el siglo XVII. Su situación en la zona podría definirse como “relativamente cómoda”. Muy influidos por el contexto cultural árabe, eran comunidades prósperas dedicadas al comercio, incluso algunos de sus miembros eran tecnócratas al servicio de los monarcas. Tetuán, Tánger, Larache o Alcazarquivir reunieron 200 sinagogas, clubs judíos y otras importantes instituciones culturales. Los judíos de la zona fueron discretamente protegidos por las autoridades e incluso se estableció un Comité de Rescate desde 1943 que llegó a salvar a 500 niños húngaros en 1944.

Los judíos de Argelia y Túnez descendían de comunidades del antiguo Reino de Aragón y, en el caso de Argelia, eran ciudadanos de pleno derecho desde 1860. Los judíos tunecinos vivieron la ocupación y muchos de ellos fueron recluidos en campos de trabajos forzados.

El Protectorado Francés se quedó a merced de las leyes antisemitas del Gobierno colaboracionista de Vichy. Las restricciones a los judíos en estas normas se referían al acceso a determinadas profesiones y estudios, así como al racionamiento de alimentos y a la obligación de llevar estrellas amarillas como identificación.

Sin embargo, el rey Mohammed V se negó a poner en práctica tales obligaciones. Los judíos de Marruecos formaban parte inseparable de la Historia del país y los protegería como súbditos. Esta valiente decisión evitó que numerosos judíos acabaran en campos de concentración y exterminio.

En estos días recordamos los millones de asesinados, desaparecidos y supervivientes del genocidio nazi.

Y los recordamos para no volver a acabar con ellos, porque olvidar es hacerlos desaparecer.

De muchos de ellos, como Isidoro, nuestro melillense, sólo nos quedan unos pocos datos y el deseo perenne de la familia por saber, por conocer al menos que fue de ellos, cuál fue su trágico destino para poder seguir rezándolos, recordándolos, amándolos.

Sea este texto un pequeño y querido homenaje a todos ellos.

RECORDAMOS. MOS AKODRAMOS.

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