Viernes Santo de Cruz, de la que salva y perdona. Y esa es su primera palabra. En lugar de ira siembra amor. Es quien intercede al Padre para que no tome en consideración todo lo que se está haciendo. Jesús desde el madero salva las faltas de cada hombre y mujer, con su entrega, con su vida, con ese Cáliz que ha de beber a voluntad de Dios. El Justo entre ladrones, el que siendo Rey sufrió la humillación y la burla o al que llevaron ante ese Pilatos que creyó que con agua iba a lavar su culpa ante un juicio sin defensa ni garantías. La Verdad, daba y sigue dando miedo, es mejor esconderse en la masa y tener mil caras, eso no compromete y se vive más cómodo. Negar es mejor que ser honesto y consecuente, esto es peligroso y de locos. Y Él prepara las estancias, mientras acepta el arrepentimiento de aquel Dimas que en el mismo suplicio le pedía que se acordase de él cuando llegase a su Reino. Nos distes a tu Madre, para que Ella nos guie en nuestro caminar como hijos. Clama a Dios, su desamparo y también como hombre se cree abandonado. “Tengo sed” y aún hoy, seguimos teniendo la misma ante el dolor, soledad y el daño de palabra y obra. Y ya todo se ha consumado, en ese huerto oscuro entre olivos y ya con el Cáliz bebido hasta su última gota. Solo, el espíritu vuelve al Padre. Hora de perdón, de misericordia, de seguir mirando a María. Aquí no hay muerte, ¡hay Vida!. ¡Y por tanto, Victoria!.
