Una nueva guerra civil en Palestina

Vehículos armados en una calle destruida de Gaza

Gonzalo Fernández

Karl Max escribió: “La historia se repite, primero como tragedia y después como farsa.”La historia palestina es una espiral de tragedia que se repite. En 2007, Hamas tomó por la fuerza el control de Gaza tras un breve pero sangriento enfrentamiento con Fatah. Aquel episodio, conocido como la primera guerra civil palestina, selló la división definitiva entre Gaza y Cisjordania, por lo que Palestina quedó dividida en dos facciones irreconciliables. Lo que hoy ocurre no es muy distinto, aunque más fragmentado y desesperado.

Entonces, al menos, había dos proyectos políticos definidos. Hoy, en Gaza, una de las dos Palestinas, hay una multiplicidad de actores sin proyecto: clanes, milicias, señores de la guerra, intermediarios de ayuda internacional y una población exhausta que sobrevive entre ruinas. La lucha ya no es ideológica, sino existencial. Gaza se ha convertido en un territorio donde la única política es la supervivencia del más fuerte. Hamás quiere ser el que superviva.

 

La nueva guerra civil en Gaza.

El conflicto palestino-israelí, el más largo y mediatizado del siglo XXI, ha entrado en una fase nueva y más peligrosa: una guerra civil no declarada dentro de Gaza, en la que el enemigo ya no es el ejército israelí, sino el propio vecino. Lo que está en juego no es la pretendida creación del estado palestino, sino quién detenta el poder sobre un territorio devastado y quién se atribuye el derecho a hablar en nombre del pueblo palestino en Gaza. A diferencia de 2007, esta nueva guerra civil no enfrenta facciones institucionalizadas, sino un mosaico de poderes locales, muchos de ellos armados y financiados desde fuera.

 

Del alto el fuego a la purga interna

Después del último alto el fuego, auspiciado por Estados Unidos y varios mediadores árabes, Hamas se apresuró a proyectar la imagen de un gobierno restablecido. Las imágenes de sus milicianos dirigiendo el tráfico o nombrando nuevos gobernadores en ciudades destruidas pretendían mostrar orden, autoridad y continuidad. Pero detrás de esa apariencia, Gaza se hunde en un caos de rivalidades tribales, venganzas y ajustes de cuentas.

En pocas semanas, Hamas ha ejecutado públicamente a presuntos colaboradores con Israel, ha desmantelado bandas rivales y ha iniciado un proceso de represión contra los clanes que, durante la guerra, ocuparon espacios de poder en su ausencia.Los Astal, los Doghmush, los Mujaida o los Abu Shabab ya no son solo apellidos: son pequeños ejércitos familiares con sus propias redes de contrabando, sus códigos de honor y sus lealtades cambiantes. En una sociedad sin Estado, donde la autoridad formal se ha derrumbado, los clanes suplen lo que el gobierno no puede garantizar: protección, alimento, justicia y pertenencia.

El control de Hamas sobre las calles se sostiene, una vez más, en la violencia. A falta de legitimidad institucional o moral, la impone mediante el miedo. Las ejecuciones a plena luz del día -como las de ocho hombres arrodillados y ejecutados en la calle Sabra de Gaza- no solo son castigos ejemplares; son mensajes de soberanía. En Gaza, el poder no se debate: se demuestra.

 

El enemigo interior

Hamas justifica esta purga interna en nombre de la seguridad. Acusa a los clanes de haberse aliado con Israel, de saquear ayuda humanitaria, de sembrar el caos durante los bombardeos. Pero más allá del discurso de Hamás, lo que se libra es una lucha por el control del territorio, de los recursos y de la narrativa.

La paradoja es cruel. Hamas, que nació como reacción a la corrupción de Fatah y al fracaso de la Autoridad Palestina, reproduce ahora los mismos vicios que denunció: represión interna, propaganda, poder absoluto. Ha reemplazado la resistencia por la gobernanza autoritaria. Su aparato de seguridad, los “Sahem”, actúa con una terrible eficacia, recopilando listas negras, vigilando redes sociales y eliminando opositores.El resultado es una autoridad sin legitimidad, sostenida por el miedo y por la ausencia de alternativas.

 

El tablero internacional: cinismo y cálculo

El conflicto interno en Gaza tiene también su dimensión geopolítica. Cada potencia regional ve en el caos una oportunidad para aumentar su influencia.Israel, debilitado internacionalmente por las imágenes de la guerra, encuentra en esta fractura una justificación moral. Afirma, no sin alguna razón, que no hay con quién negociar, ya que parece que el poder de nuevo va a quedar en manos de Hamás, grupo terrorista al que pretendía eliminar.

Irán, apoyo histórico de Hamas, se mantiene en silencio mientras su aliado se desangra en una guerra intestina que contradice el discurso de unidad de la “resistencia islámica”.Egipto, quien controla el paso de Rafah en el sur del territorio, teme un éxodo masivo que desestabilice su frontera.Y Estados Unidos -impulsor del alto el fuego y del llamado “plan de paz de Trump”- contempla la escena buscando un resultado que favorezca la imagen de pacificador de Trump. Si Hamas impone el orden, aunque sea a tiros, el acuerdo sigue en pie.

La ayuda internacional, cuando llega, se convierte en botín. Los hospitales funcionan a medias. El 80 % de la población depende de la asistencia humanitaria. Y sin embargo, la lucha por el poder interno absorbe todas las energías del gobierno de Hamás.

 

Entre el martirio y el poder

Hamas vive la contradicción que ha marcado a todos los denominados movimientos de liberación que alcanzan el poder: cómo conciliar la por ellos promulgada épica del martirio con la rutina del gobierno.Durante años se presentó como la vanguardia de la resistencia ante Israel, el guardián de la identidad palestina frente a la ocupación. Hoy ejerce como un gobierno represor, con cárceles secretas, propaganda oficial y tribunales sumarios. La resistencia se burocratizó, y el sacrificio se volvió administración.

Muchos palestinos, incluso dentro de Gaza, ya no ven en Hamas una esperanza, sino una condena. Pero tampoco confían en la Autoridad Palestina de Mahmud Abbas, envejecida, ineficaz y ausente. Entre la tiranía y el vacío, Gaza no encuentra salida.Y así, el sueño nacional palestino se disuelve en dos realidades irreconciliables: la represión islamista en Gaza y la impotencia burocrática en Cisjordania.

 

Una nación partida en dos heridas

El sociólogo palestino Mustafa Ibrahim ha descrito el momento actual con una dura frase: “Hemos pasado de luchar por la liberación a luchar por la supervivencia”. Es la tragedia de una nación ocupada, fragmentada y ahora enfrentada consigo misma. El filósofo francés Simone Weil escribió que “la fuerza convierte en cosa a todo aquel que se le somete”. En Gaza, esa fuerza ya no la ejerce solo Israel, sino también los propios palestinos. La deshumanización se ha completado.

 

Conclusión: la derrota de todos

Hamás está tratando de reimponer su autoridad, pero al precio de destruir lo que quedaba de cohesión social. Israel ha conseguido dividir a su enemigo, pero sin lograr obtener la promesa de una paz duradera en el territorio. Y la comunidad internacional ha demostrado, una vez más, su incapacidad para intervenir decisivamente.

La guerra civil palestina es la fase final de una derrota colectiva: la del pueblo que soñó con un Estado y terminó atrapado entre los escombros de su propia historia.

 

 

Frases destacadas:

  • En Gaza, el poder no se debate: se demuestra.
  • Hamas nació como resistencia y ha terminado como régimen.
  • Gaza ya no lucha contra el invasor, sino contra sí misma.
  • Una nación ocupada puede sobrevivir; una nación fragmentada, no.

 

 

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