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Un cadáver en Interior

La democracia tiene reglas no escritas que son tan importantes, incluso a veces más, que las normas promulgadas. En 1974 el presidente norteamericano Richard Nixon tuvo que dimitir por su implicación en el escándalo Watergate (espionaje al cuartel general del partido demócrata, en las oficinas de ese edificio de Washington), a pesar de que en 1972 había obtenido una victoria electoral abrumadora: ganó en 49 de los 50 estados.
No estaba obligado a ello, pero lo exigía la buena salud de la democracia. Todos los años, en los países más diversos, hay gobernantes que renuncian a sus cargos cuando alguna de sus actuaciones suscita un amplio rechazo.
En el caso del ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska (née Marlasca), el rechazo ha sido, nada menos, que una sentencia firme del Tribunal Supremo, adoptada por unanimidad, que declara ilegal el cese hace tres años del coronel de la Guardia Civil Diego Pérez de los Cobos, como jefe de la Benemérita en Madrid. La dignidad exige la dimisión inmediata del ministro. Como no lo hace, al frente de Interior lo que hay es un cadáver político. No se puede considerar a eso como un titular de la cartera dotado de autoridad.
Por mucho menos dimitieron, hace no demasiado tiempo, dos ministros socialistas de Interior: José Luis Corcuera cuando el Supremo tumbó la ley “de la patada en la puerta” y Antonio Asunción cuando se fugó Luis Roldán, corrupto director general de la Guardia Civil.
Aquellos eran miembros de un gobierno socialista presidido por Felipe González. Lo de ahora es un gobierno sanchista respaldado por una mayoría parlamentaria Frankenstein. Es decir, no son demócratas, sino que actúan en un marco democrático que no paran de debilitar, en sintonía con socios de ultraizquierda, separatistas y filoterroristas cuyo objetivo declarado es derribar la Constitución. Es decir, la democracia. Es decir, España.
Asumir esta degeneración es requisito imprescindible para entender lo que ocurre desde hace tiempo en la política española. El todavía presidente Pedro Sánchez es un personaje a quien, según sus propias palabras, la oposición estorba, lo que es una actitud radicalmente antidemocrática. Cada semana, casi cada día, el propio Sánchez y sus pintorescos ministros se dedican a oponerse a la oposición, esto es, el mundo al revés.
La conclusión evidente de este planteamiento se encuentra en esa ristra interminable de mentiras con que pintan una realidad imaginaria. Ni las estadísticas de empleo son fiables, ni la reforma las pensiones garantiza su futuro, ni las absurdas normas promovidas por los ministerios de Podemos son más que un fracaso orientado a una estrafalaria ingeniería social, contraria a los intereses generales.
Sólo nos ha faltado esta semana a Sánchez gastando el dinero público en un inútil viajecito a Pekín para ser recibido por el dictador chino. Si eso es un estadista, el ministro Félix Bolaños es Winston Churchill.
Se respira ya un fin de ciclo, que vaticinan y desean los más cualificados y responsables dirigentes socialistas. Las declaraciones del ex vicepresidente Alfonso Guerra a Carlos Herrera, en la COPE, han sido una muestra insuperable. No ha sido menos notable la presencia de Juan Luis Cebrián, fundador y primer director de “El País”, en el programa “El Cascabel” de Trece TV, dirigido y presentado por Antonio Jiménez. Uno y otro critican de manera inmisericorde la gestión del sanchismo, en particular sus alianzas con lo peor de la representación política. Esta última ni les legitima ni les redime. Los nazis no fueron más respetables cuando se convirtieron en 1932-33 en el primer partido de Alemania. Lo que pasó fue que se convirtieron en más peligrosos.
Tres presidentes autonómicos socialistas -el valenciano Puig, el aragonés Lambán y el castellano manchego García Page- no acudieron al último cónclave socialista en Madrid, para evitar fotografiarse con Sánchez a dos meses de las elecciones municipales y autonómicas. No han llegado al movimiento norteamericano de 1972, “Democrátas por Nixon”, pero la degradación es tal en el seno del PSOE que nada puede descartarse. ¿Habrá un colectivo de “Socialistas por Feijoo”? No hace tanto era imposible, ahora no se sabe.
Por lo menos hay también entretenimiento. Resulta divertida la pugna entre la vicepresidenta “Yoli” Díaz y sus hasta ahora amiguitas de Podemos. Algunos buscan desavenencias político-ideológicas. Nada de eso. El único interés de unas y otras es ocupar un puesto relevante en las listas electorales, con el fin de seguir mamando del dinero público. “Yoli” no las quiere ni en pintura, mientras que Montero, Belarra y Echenique -siempre con Iglesias al fondo- amagan con presentarse por su cuenta y arruinar las muy débiles expectativas de “Yoli”. ¡Un biquiño!, con música de La Abeja Maya.

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Miguel Platón

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