Ucrania resiste ¿qué hacen Trump, Europa y Rusia?

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“No se puede permitir que un Estado conquiste a otro por la fuerza. Si no se detiene a Rusia en Ucrania, ¿quién será el siguiente?”

Esta frase, repetida en cumbres y editoriales desde 2022, resume el dilema que define nuestro tiempo. Tres años después del inicio de la invasión rusa a gran escala Ucrania sigue en pie, pero su resistencia -militar, económica y social- depende más que nunca de decisiones externas: la actitud de Donald Trump, la parálisis europea y la apuesta rusa por una economía de guerra.

 

Trump y Putin: una afinidad que inquieta

Desde su primer mandato, Donald Trump ha mantenido una relación ambigua con Vladimir Putin. Minimiza la injerencia rusa en elecciones, frena sanciones y ahora, en su segundo mandato, profundiza en su actitud y propone un «plan de paz» que premiaría a Rusia y destrozaría a Ucrania. La propuesta contempla reconocer Crimea como rusa, congelar las líneas actuales del frente y vetar el ingreso de Ucrania a la OTAN.

Para Trump, la guerra no es una causa moral sino un mal negocio. Su visión aislacionista -“América primero”- lo lleva a considerar la defensa de Ucrania como un gasto innecesario. Bajo su mandato, los republicanos del Congreso han obstaculizado durante meses la aprobación de paquetes de ayuda militar clave, generando retrasos fatales en el envío de misiles, artillería y sistemas antiaéreos.

Este repliegue estratégico favorece objetivamente a Moscú. Apaciguar a Putin hoy podría traducirse, mañana, en una OTAN debilitada y en aliados abandonados a su suerte.

 

Europa y los fondos congelados: entre el miedo y la indecisión

Desde 2022, la Unión Europea ha congelado cerca de 300.000 millones de dólares en activos del banco central ruso, principalmente gestionados por la cámara de compensación belga Euroclear. Ni un solo dólar del capital principal ha sido usado; sólo se han comenzado a movilizar -con cuentagotas- los intereses generados por esos activos, que rondan los 7.000 millones anuales. Bélgica destinó en 2024 aproximadamente el 25 % de esos intereses a Ucrania. Pero el grueso del dinero sigue inmovilizado. ¿Por qué?

Tres factores lo explican: el temor legal a establecer un precedente de confiscación de activos soberanos sin sentencia judicial; las divisiones internas en la UE, con países como Hungría o Alemania mostrando reticencias; y la habitual lentitud de los mecanismos comunitarios para consensuar medidas audaces.

Mientras tanto, Ucrania necesita con urgencia armas, misiles y fondos. Y Europa -pese a disponer de una fuente de financiación enorme- opta por la prudencia jurídica en lugar de por la defensa estratégica. Es una paradoja peligrosa: mientras Rusia viola las reglas, Occidente se empeña en respetarlas hasta el absurdo.

 

La economía rusa: fuerte por fuera, erosionada por dentro

Contra muchos pronósticos, la economía rusa creció un 4,3 % en 2024, según datos oficiales revisados por el gobierno y el Banco Mundial. A primera vista, parece un éxito. En realidad, es un espejismo sostenido por el gasto militar.

Rusia ha militarizado su economía: el presupuesto de defensa representa más del 30 % del total estatal, la producción industrial se ha volcado al armamento y las exportaciones energéticas han sido reorientadas hacia Asia, especialmente China e India. Este estímulo ha creado una burbuja bélica que oculta los efectos reales de las sanciones.

La inflación, mientras tanto, cerró el año en torno al 9,5 %, según France 24 y Reuters. El Banco Central ha debido subir las tasas de interés por encima del 20 % para contenerla. La escasez de mano de obra, causada por la movilización y la emigración, ya afecta a sectores clave. Las restricciones tecnológicas impiden el acceso a microchips y maquinaria avanzada. Y el rublo, aunque estabilizado artificialmente, sigue bajo presión.

En resumen, Putin ha canjeado crecimiento por sostenibilidad. El modelo es viable a corto plazo, pero insostenible sin una victoria política o militar. Está hipotecando el futuro económico del país para prolongar una guerra que no tiene fecha de final.

 

Ucrania: una resistencia que necesita oxígeno

En el frente, Ucrania sigue demostrando una capacidad de adaptación formidable. Ha destruido parte significativa de la flota rusa en el Mar Negro, ha desarrollado drones de producción local y mantiene la moral en niveles sorprendentes. La cohesión social, pese al trauma de la guerra, no se ha quebrado.

Pero sin un flujo constante de armamento y financiación, el agotamiento es inevitable. La destrucción de infraestructuras energéticas, la caída del PIB y la fuga de población joven son señales de una economía al límite.

El mensaje del presidente Zelenski es claro: Ucrania no negociará su territorio, y solo lo hará desde una posición de fuerza. Para alcanzar esa posición necesita que Occidente mantenga su compromiso. No basta con declaraciones de apoyo: se necesitan acciones, entregas y decisiones concretas.

 

¿Qué pasa si Putin gana?

La posibilidad de una victoria rusa —ya sea militar o diplomática— tendría consecuencias globales. Validaría el uso de la fuerza como herramienta para redibujar fronteras, enviaría una señal de impunidad a otros regímenes autoritarios y rompería el principio central de la soberanía nacional.

China podría interpretarlo como una luz verde sobre Taiwán. Irán sobre Irak. Corea del Norte sobre el sur. La norma básica de las relaciones internacionales -las fronteras no se cambian por la fuerza- quedaría enterrada.

Además, una Rusia fortalecida redoblaría su guerra híbrida contra Europa: ciberataques, financiación de partidos extremistas, desinformación, presión migratoria. La OTAN se vería sometida a tensiones internas. EE.UU., aislado, se enfrentaría a un eje cada vez más coordinado: Rusia, China, Irán, Corea del Norte.

 

Lo que debe hacer Occidente: tres prioridades urgentes

Inicialmente debe liberar toda la ayuda militar pendiente. Misiles Patriot, HIMARS, drones de largo alcance y artillería pesada deben llegar a Ucrania sin más demoras. Estados Unidos debe dejar de bloquear transferencias por razones políticas internas.

Al mismo tiempo hay que emplear los activos rusos congelados. El capital del banco central ruso debe financiar la defensa y reconstrucción de Ucrania. Hay justificación legal: se trata de una respuesta proporcional a una agresión ilegal y sistemática.

Por fin, hay que asfixiar las finanzas del Kremlin. Intensificar sanciones al petróleo y gas ruso es una decisión clave para debilitar su capacidad militar. Requiere coordinación con socios asiáticos y la aceleración de la transición energética en Europa.

El coste de actuar ahora es alto. Pero el coste de no hacerlo será incalculable. Si Ucrania cae, lo hará también la credibilidad de Occidente. Y con ella, la esperanza de que el derecho pueda imponerse a la fuerza.

 

Epílogo: el precio de la cobardía

Trump considera la guerra una distracción. Europa teme dar un paso en falso. Rusia apuesta a la fatiga y la indecisión. Y mientras tanto, Ucrania resiste.

La pregunta ya no es si puede ganar. La pregunta es si nosotros -como democracias- estamos dispuestos a ayudarla a hacerlo. Porque si no lo estamos, el próximo conflicto será más cercano, más costoso… y más peligroso.

Y esta vez, no podremos decir que no lo vimos venir.

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Gonzalo Fernández

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