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Tus Herederos

Juan Torcello

Hoy levanté acta de tus herederos, te nombró el notario seis o siete veces, parecía el eco, D. Pedro Torcello, y una y otra vez tu nombre quedaba como escrito a fuego.

Miles de recuerdos y de pensamientos me trajo tu nombre en aquel momento. ¿Qué herencia dejaste?, me dije primero. Como cualquier hombre pensé en el dinero, que convierte en malo al que era el más bueno.

Conforme los nombres de tus demás hijos fueron escribiendo, más claro veía lo que hubieras puesto en tu testamento.

A ti, primogénito, te dejo los ratos, que malos y buenos, disfrutamos juntos los dos conviviendo, que suerte la nuestra, que suerte la tuya, te dejé mi tiempo.

A ti, Mary Carmen, te dejo mis risas, esas que contagias sacando sonrisas, te dejo mis chistes, mis tres tonterías, mi payasería, eres la heredera de mis alegrías.

A ti, Juan, te dejo paciencia, constancia en tus sueños, mi amor por la pesca, las formas bien hechas y alguna poesía, te dejo mi vida.

A ti, Anita, te dejo mis fechas, mis gustos, mi horario, mi menú diario y mi calendario, mis pequeñas cosas, te dejo mi amor.

A la más pequeña y a la que fue mía, -también herederas de mi partición-, ya les dejé todo por mi condición, para ellas no dejo mi disposición, son libres de hacerlo, doy mi aprobación.

Pregunté al notario qué si era posible renunciar a aquello que también dejaste, me dijo que sí y renuncié al instante, -no tuviste que dejarnos a todos sin tu presencia-, maldigo esa herencia, renuncié a tu ausencia.

Cerramos el acta, que firma el notario, tres testigos buenos de tu confianza, y el último yo, que mientras firmaba tu firma heredada, mi voz rubricó:

“Lo que tú nos dejas tiene otro valor, no cuesta dinero, no puede comprarse aunque te costó, se fue cocinando desde que nacimos, no tiene receta, somos herederos de todo tu amor.”

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