Innecesario, por obvio, es decir que entre los jueces, como en cualquier otro colectivo humano, los hay buenos y malos, trabajadores y vagos, inteligentes y torpes, acertados y equivocados. Igualmente obvio es que los jueces, al contrario de lo que algunos de ellos parecen creer sobre sí mismos, no son dioses.
Veo en una televisión que el socialista José Luis Corcuera, que ahora, tan sensato, parece otro, se queja con razón de que a los únicos a los que no se puede criticar en España es a los jueces. Aunque también ocurre que no se puede criticar, según una fiscal de Melilla, a los funcionarios públicos, a los cuales pagamos para que nos defiendan, no para que nos agredan. Florentino Villabona, que fuera un extraordinario jefe de Policía en Melilla durante años, me decía, acerca de lo mismo (sobre el noli me tangere, no me toques, y lo que te va a pasar si osas tocarme), me decía la semana pasada en una agradable y fructífera cena en Madrid que, por ejemplo, la reseña a la que nos sometió la Guardia Civil de Melilla -por órdenes del capitán que tanto daño injusto ha hecho a tantos melillenses durante tantos años y que ahora, para mayor inri, se permite denunciar a quienes tanto y tan injustamente ha dañado- es ilegal, porque esa toma de huellas, fotos y demás, sólo se puede aplicar, legalmente, a los detenidos, o sea, que la asquerosa "reseña" a la que se nos sometió es claramente ilegal).
Innecesario, por obvio, es decir que entre los jueces, como en cualquier otro colectivo humano, los hay buenos y malos, trabajadores y vagos, inteligentes y torpes, acertados y equivocados. Igualmente obvio es que los jueces, al contrario de lo que algunos de ellos parecen creer sobre sí mismos, no son dioses. Basta leer algunas de sus sentencias para ver hasta qué punto son mortales y yerran. Basta observar lo que dicen las encuestas sobre la opinión que de los jueces tienen los españoles para deducir, sin duda alguna, que la divina perfección perpetua no es una de sus principales características. Basta padecer la lentitud de la Justicia -una Justicia lenta es injusticia, es un dicho tan cierto como generalizado- para rechazar toda idea de divinidad y acierto perpetuo.
Coincido en el avión que, desde Madrid, me devuelve a Melilla, con uno de los más prestigiosos abogados melillenses. Me hace tres consideraciones sobre la situación de los jueces en España. Primera: La inmensa mayoría de los aforados españoles -los ciudadanos que tienen protección jurídica especial- no son, a pesar de lo mucho que se habla de ello, los políticos (unos 2.000) son, con mucha ventaja numérica, los jueces y fiscales (unos 15.000), aunque de ello no se habla. Segunda: Los jueces no aplican a otros jueces los mismos procedimientos judiciales (investigación, imputación, etc) que aplican al resto de los ciudadanos, ni admiten generalmente a trámite las querellas que contra algunos de ellos se presentan, ni se les mantiene "investigados" durante años, como es costumbre con los demás, para hacernos "un favor", según dicen. Tercera: Los jueces no deberían ser juzgados por ellos mismos, sino por un juzgado popular (¿cuántos jueces han sido condenados, por otros jueces, en España durante los últimos veinte años?; tres o cuatro, creo).
Un editorial de El Mundo insistía esta semana pasada sobre lo del aforamiento: "Hay políticas que, a fuerza de repetirse en cada legislatura sin que nadie se atreva en serio a abordarlas, se convierten en mantras en los que la ciudadanía deja de creer. Es lo que ocurre con los aforamientos de los políticos y otras autoridades del Estado. Hemos perdido ya la cuenta de las veces que hemos escuchado a portavoces de todos los partidos prometer que se va a acabar con esta anomalía democrática. Porque no es de recibo que en nuestro país existan unos 2.000 aforados entre cargos públicos y electos –amén de otros 15.000 entre jueces y fiscales–, mientras que, por ejemplo, en Francia sólo hay una veintena –los miembros del Gobierno y el presidente de la República– y en Alemania, ninguno. En el caso de EEUU, desde el presidente hasta el último de los jueces, todos son procesados, llegado el caso, en tribunales ordinarios".
Siglos antes de Cristo ya los griegos designaban como isonomía la igualdad de las leyes, o todos iguales ante la ley, y la consideraban como la forma más adecuada de gobierno, mejor que la democracia , porque en la voz isonomía, decían los griegos, se expresaba el principio esencial del Estado de Derecho: la igualdad de todos ante la ley, y el principio, como recogió en 1768 la Constitución de Inglaterra, de que "todas las acciones individuales se suponen legales hasta tanto se invoca una ley que las califique de lo contrario", o sea, que todos somos inocentes mientras no se demuestre lo contrario, al revés de lo que, en muchas ocasiones, se aplica ahora en España.
El actual decano de los jueces de Melilla hacía, días atrás, unas muy sensatas declaraciones a nuestro periódico. Se quejaba, con razón, de que los políticos no prestan la atención debida a la mejora de la Justicia en nuestro país, no la consideran un asunto de capital importancia, como realmente lo es. No habrá verdadera libertad, ni democracia que funcione bien si la Justicia funciona mal, si no hay separación y equilibrio entre los tres poderes: el ejecutivo (el gobierno), el legislativo (las Cortes) y el judicial (los jueces). Y en España, con una Justicia tan politizada como está, con la cúpula de los jueces nombrados por aquéllos a los que los mismos jueces habrían de juzgar, la Justicia no puede funcionar bien y de hecho -como saben casi todos los españoles, aunque no lo digan en público, sí en las encuestas- funciona bastante mal. Pero también funciona mal porque muchos jueces actúan como si fueran dioses que no tuvieran que dar cuenta de sus actos y de sus sentencias ante nada ni ante nadie, porque realmente, por aforamientos y por corporativismo, no pueden ser juzgados, ni lo son en la inmensa mayoría de los casos, igual que el resto de los ciudadanos, que somos, por cierto, los que pagamos a los jueces para que nos juzguen con justicia y celeridad.
En fin, ya estamos en mitad de las Fiestas Navideñas, época de esperanzas y buenos deseos. A la inmensa mayoría de los españoles no nos ha tocado, como era de esperar, la Lotería de Navidad, tan importante para nuestro amigo ministro de Hacienda (la lotería es un hachazo más, este relativamente amable, a los españoles), así que tenemos que seguir con lo nuestro, trabajando, luchando, disfrutando de vez en cuando, que es lo que les deseo a todos nuestros lectores -y a los demás melillenses también- durante estos días tan especiales, cariñosos y festivos. (Por cierto, no tienen ninguna gracia "bromas" como la de la semana pasada advirtiendo que había una amenaza de bomba en nuestra Avenida, y es muy poco inteligente propagar esos rumores, falsos además, especialmente si esos rumores provienen de personas cercanas a funcionarios públicos encargados de protegernos. Es conveniente investigar cómo surgieron los falsos rumores y castigar a los causantes y propagadores, que convirtieron unas horas de alegría en horas de angustia).