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…He de añadir que si en el conjunto del país son imprescindibles tales reformas, en Melilla son casi vitales, y deben de empezar por la gigantesca administración pública que en nuestra ciudad tenemos y su corolario, el paro tan elevado que, como consecuencia de la atonía empresarial inevitable con tanta administración pública tan intervencionista, padecemos” El secretario general de la OCDE, Ángel Gurría, asegura que en España "ahora hacen falta reformas, reformas y, después, reformas de las reformas". El economista Juan Ramón Rallo escribe: "El crecimiento económico no es algo automático y, en un contexto global cada vez más incierto por la expansiva amenaza populista, debemos activar todos los resortes que afiancen la credibilidad de nuestra economía y que la conviertan en un entorno de oportunidades empresariales; es decir, es hora de completar el ajuste del déficit, al tiempo que bajamos impuestos, y de liberalizar ampliamente nuestros sectores productivos. El futuro nos va en ello".
Las conclusiones son claras: si no hay reformas, si no aceptamos el cambio como norma (no como excepción) no hay futuro; si no atraemos inversores e inversiones, aumentando la credibilidad de nuestro país y de nuestra economía, no hay futuro; si no se disminuye el enorme déficit público que ahora tenemos y padecemos (y sólo se puede lograr eso disminuyendo el gasto público y bajando los impuestos, para aumentar la producción), no hay buen futuro posible; si no se liberalizan nuestros sectores productivos, si no cesa el enorme intervencionismo sindical, político y burocrático que ya padecemos, no habrá futuro o el que haya será peor que el presente para todos y especialmente para los más débiles.
Las reformas deben de empezar a ser la norma en todos los ámbitos, pero son especialmente urgentes en aquéllos que están especialmente protegidos y, probablemente por ello, son singularmente retrógrados, como los políticos y la administración pública. Dicen todas las encuestas que se hacen en la Unión Europea, el centro de la cultura mundial, la sede de muchos de los países más prósperos del universo, que los ciudadanos europeos cada vez confían menos en los políticos que tienen y, en el caso español, eso es especialmente tan cierto como justificado. Los podemitas, separatistas y demás patulea están ahora empeñados, por ejemplo, en el absurdo e imposible de sustituir la ley por la democracia (que se basa en la ley y en su aplicación por igual a todos los seres). La ley es la categoría, la democracia es la anécdota, que se deriva de la categoría. No hay democracia sin ley o con leyes que sólo se cumplen si le parece bien a una determinada mayoría (de independentistas, por ejemplo). Y eso sin tener en cuenta lo que decía Montesquieu en contra de la ley de las mayorías: "¿Se adopta la decisión de ocho individuos en contra de la de dos? ¡Grave error! Entre ocho caben verosímilmente más necios que entre dos", frase a la que Ortega y Gasset apostillaba: "Una multitud de 100 individuos formando un público es inferior a la suma de esas 100 intelectualidades separadas". Hay que reformar, pero no deformar, aplicando presuntas reformas que no son sino retrocesos a remotos pasados y pésimos resultados (como los de Cuba, por ejemplo).
Un retroceso es la masacre fiscal que acaban de pactar las que Jiménez Losantos califica, con acierto (y desgraciadamente), como "las fuerzas con más representación en el Parlamento español, que son tres partidos social-demócratas (PP, Ciudadanos y PSOE) y una partida comunista (Unidos Podemos) aliada a las tribus separatistas". Las nuevas medidas fiscales -fatídica muestra de una mezcla de "social demócratas" (PP incluido), comunistas y separatistas que odian a España- son una verdadera masacre para los españoles. Más gasto público y más presión (o robo, si se quiere) fiscal sobre las empresas -el único camino posible para crear empleo- y los ciudadanos es una combinación fatal, un retroceso monumental, una verdadera pena.
En lo que afecta a la necesidad de reformas he hablado, hasta aquí, de España, pero he de añadir que si en el conjunto del país son imprescindibles tales reformas, en Melilla son casi vitales, y deben de empezar por la gigantesca administración pública que en nuestra ciudad tenemos y su corolario, el paro tan elevado que, como consecuencia de la atonía empresarial inevitable con tanta administración pública tan intervencionista, padecemos.
La manifestación dañina última de tamaño intervencionismo ha sido, precisamente, el área de Intervención de la Consejería de Hacienda local. Tras largas batallas y sus correspondientes boicoteos a los pocos que nos sumamos a tales batallas, se ha conseguido que, todavía con enorme lentitud, todavía sin que se cumpla la ley, se hayan producido algunas reformas, pero se mantiene una estructura de personal que es casi la misma que ha producido el caos, y la pregunta obvia e inevitable es que, si lo que no está todavía resuelto, que es mucho, lo tienen que resolver los mismos que no lo resolvieron antes y durante mucho tiempo, ¿se puede seguir esperando, con alguna esperanza, que los mismos de antes lo resuelvan ahora, y dejen de impedir que se pague a los proveedores lo que la Ciudad Autónoma adeuda? ¿Se puede esperar que los mismos que tienen guardados en sus cajones papeles e informes desde hace meses los saquen ahora, se cumpla con la ley, se pague lo que se debe desde hace años y se permita que las empresas sobrevivan y que el que tiene una idea productiva, o simples ganas de ayudar -como es mi caso en lo del golf- se aburra, se harte, se retire?
Así, con ese tipo de cosas públicas, perdura y se incrementa en nuestra ciudad la atonía que ya padece, la angustia de los parados que no ven futuro alguno, la fea sensación de que solo con enchufe se puede conseguir un trabajo (en la administración pública, a ser posible). Así, con tanta atonía, se producen hechos tan lamentables e increíbles como los del Hospital Público, con un promedio de 15 marroquíes y 1 español/a naciendo diariamente en ese Hospital, o se padece diariamente una frontera intransitable y dedicada a un "comercio atípico" vergonzante. Así, sin la esperanza de unas profundas, y rápidas, reformas, no se puede seguir viviendo en una ciudad como la nuestra que, para mayor inri, tiene grandes posibilidades de desarrollo.
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Reformas, no retrocesos, y la Melilla átona
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