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El rincón de Aranda

Recordando el cañonazo de las 12

El Rgto. Mixto de Artillería nº 30, de Ceuta, ha recuperado, desde hace pocos días, la vieja costumbre de disparar desde la la fortaleza del Monte Hacho, la salva del cañón de las 12 del mediodía. Es la única que quedaba en la ciudad, de las tres que se lanzaban en pasados siglos, marcando los momentos en los que las puertas de Ceuta se abrían o se cerraban al exterior. Unas eran para saludar a los buques de guerra, las de honor en visitas reales, las de alerta para prevenir a la población de cualquier peligro, o hacer saber de la fuga de algún preso.
A muchos melillenses, cuando se habla de otro similar disparo de estropajo, que se hacía desde la Batería de Costa, en Ataque Seco, debe sonarles a chino. Éste cañonazo, similar que el de nuestra ciudad hermana, se quedó como “herencia”, sin que una gran parte de la población supiera el motivo. El 22.10.1906, al quedar suprimidos los presidios de la Costa Septentrional de África, como los de Ceuta y Melilla, se creó el Patronato de Libertos, acogiéndose los presos que estuviesen cumpliendo el 4º período de pena, de libre circulación (condición de liberto). Este Organismo desapareció a los dos años, debido a que los pocos presos que se acogieron, quedaron en libertad.

Como anécdota deben saber que la casa con el nº 2 de la C/ Castellón de la Plana, era conocida como la “Casa de Juan el Preso”; y si se fijan en una antigua fotografía durante la construcción de la Iglesia del Sagrado Corazón, a finales del siglo XIX, se puede distinguir claramente esa casa de dos plantas, única construida entonces, en la pequeña loma, en todo su contorno. Como anécdota debo decir, que el periodista José Ferrín (Pepillo), de El Telegrama del Rif, estuvo viviendo en esa vivienda recién estrenada. Este dato me fue facilitado por su nieto, Arturo Ferrín, que nació en la misma.

Como yo soy muy reivindicativo, y un tantico tiquismiquis, con nuestras costumbres, debo decir que sobre el cañonazo de las 12 en nuestra ciudad, y desde un lugar adecuado, para que en gran parte de la ciudad se pueda escuchar el “bramido” del obús Otto Melara 105 de 14 mm, como ya lo están haciendo en Ceuta, debiera renacer esa costumbre. Porque la atracción turística, sería muy beneficiosa para la ciudad. Pero claro, como esta reivindicación la está haciendo un cartero urbano “jubileta”, seguro que caerá en saco roto, como la que hago para que denominen La Purísima: “Cementerio Nacional de Héroes de España”.

Mi recuerdo sobre nuestro cañonazo de las 12, con su “estopa voladora”, para los niños de Ataque Seco, y calles aledañas, era la señal de salir pitando, monte arriba, e ir muy pegados a la alambrada, junto a la llave del agua, y asombrados y acojonados, corríamos para recoger el estropajo, que luego nuestras madres, y alguna otra vecina, usaban para fregar los platos. Entonces, como los relojes andaban
escasos: “Mariquita, ¿qué hora es?”, -“Pues no lo sé hija, porque aún no he escuchado el cañón”. Para algunos era un ritual colocar las agujas del reloj de pared en el momento del disparo: ¡las doce!, y a continuación le daban cuerda, como hacía mi abuela, al viejo reloj decimonónico que estaba colgado en la pared del comedor, encima del
trinchero: “Nene, pon las agujas juntitas en las 12”. Aquéllos niños, que hoy peinamos canas, les agradará recordar a los personajes, y comercios, de aquéllos años 50, en el barrio: en la calle Duque de la Torre (actual Teruel), frente a la “fuente de hierro”, (agua de Trara), vivía un señor, que nada más oír el sonido de un “carrillo de bolones”, a las 4 de la tarde, solía ponerse en medio de la calle amenazándonos con un martillo para destrozarnos el carrito, llamándonos de todo menos bonito. Más hacia arriba, frente a los marmolillos, estaba la carbonería que, junto al carbón normal, vendía bolas de cisco, con forma de tortitas, y con fuerte olor a meados, y cagadas de gato; y dos puertas al lado, la tienda del Nano: “¡Nano, ¿Tienes huevos?, sí, pues sal a la calle”. Y allí estaba el pobre Nano corriendo detrás de los “andarríos”, a los que jamás les dijo palabras malsonantes. A continuación, el Callejón del Curruquero, donde los antiguos decían que en la casa de la señora Antonia, “La Planchadora”, cayó una bomba del “Jaime I” cuando la Guerra Civil. La Tienda de Micaela, el Obrador de la Señora Ana, que cada vez que nos llamaba para liar caramelos, o mantecados, debíamos hacerlo cantando: “Vamos niños al sagrario…”, para que no nos los comiéramos. Su marido, D.

Ricardo, un pastelero madrileño, orondo bigotudo, muy de izquierda, solía cantar el Himno de Riego, pero con la letra cambiada: “Si los curas y frailes supieran, la paliza que les van a dar, saldrían del claustro gritando: ¡libertad, libertad, libertad!.”. A la señora Ana, esa letra le producía un gran disgusto, porque hay que situarse en los años 50, en pleno apogeo de la dictadura. La Miga (Guardería, “Colegio de los Cagones”), de doña Nieves, el Callejón de Pepe Matías, la Tienda de Manoli, el Callejón del Aceitero, donde mi madre me parió, que por cierto, creo que lo han estrechado varios metros; y haciendo esquina, la Tienda de Esperanza; y a cien pasos mal contados, los eucaliptos y el Cementerio.

Así que, señores autoridades: ¡ánimo! y que suene nuevamente el cañón a las 12 del mediodía; ya que esa costumbre fue tan melillense como el Soldado de la Plaza de España, que con su salacot, y en posición de descanso, mira al Gurugú, donde cayeron tantos españoles, para que la ciudad siga siendo tan española como Cáceres o Vitoria.

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