Yo personalmente estoy satisfecho con mi presente, pero humanamente no lo estoy con la situación de la ciudad y, como economista, no tengo duda alguna de que una sociedad en la que casi todo depende de lo público, de la subvención, del enchufe, en vez de la iniciativa, el trabajo duro, el esfuerzo, la libertad de acción, la iniciativa privada, es una sociedad improductiva y decadente, que camina hacia una inevitable destrucción. Y no quiero ese futuro para Melilla. Semana agotadoramente interesante, con una pregunta revoloteando continuamente sobre mi cabeza y la de, por lo visto y comprobado, la de muchos melillenses: conseguiremos, vía la recién creada Sociedad del Desarrollo de Melilla, cambiar nuestra ciudad o se impondrá el inmovilismo/retroceso económico en el que hemos vivido los últimos años. Se admiten apuestas, porque hay opiniones para todos los gustos, desde las de que el cambio es imposible y no conseguiremos desarrollar Melilla, hasta las que aseguran que, si conseguimos en las peores condiciones posibles crear y consolidar el diario MELILLA HOY, también lograremos el cambio en nuestra ciudad. Obviamente yo apuesto por lo segundo y, cuanto más profundizo y con más melillenses hablo, más convencido estoy de la desilusión que impera en Melilla, de que es necesario luchar por salvar el buen futuro local y de que es posible (y, en cualquier caso, necesario) conseguirlo.
Desde luego se necesita pasión, mucha pasión, para superar los obstáculos, para recuperarse de los reveses, para no rendirte nunca, para sortear los momentos difíciles y las frecuentes injusticias. Hay que creer, como yo creo, que Melilla tiene un enorme potencial de desarrollo y que el reto de convertir el potencial en una realidad, en hechos concretos, es un reto apasionante, al mismo tiempo que una meta alcanzable.
Amigos íntimos y dignos de toda confianza me advierten sobre lo que ellos llaman «un probable, quizás inevitable, choque de trenes». Se refieren a la eterna pugna entre el inmovilismo y el cambio, entre los que están muy satisfechos con su presente y los que no les gusta el suyo, que, en el caso de la Melilla actual, son muchos más que los primeros, los satisfechos inmovilistas. Incluso me permito afirmar, con conocimiento de causa, que los insatisfechos melillenses son muchos, muchísimos más que los satisfechos, lo que me permite deducir que la situación actual no puede durar mucho, lo quieran o no los satisfechos.
Yo personalmente estoy satisfecho con mi presente, pero humanamente no lo estoy con la situación de la ciudad y, como economista, no tengo duda alguna de que una sociedad en la que casi todo depende de lo público, de la subvención, del enchufe, en vez de la iniciativa, el trabajo duro, el esfuerzo, la libertad de acción, la iniciativa privada, es una sociedad improductiva y decadente, que camina hacia una inevitable destrucción. Y no quiero ese futuro para Melilla.
Uno de los más grandes pensadores españoles, José Ortega y Gasset, decía que la democracia propone que mandemos todos, que todos intervengamos soberanamente en los «hechos sociales», y añadía que el liberalismo, en cambio, responde a la pregunta: quienquiera que ejerza el poder público, ¿ cuáles deben ser los limites de éste?. La respuesta de Ortega era que el poder público, ejérzalo un autócrata o el pueblo, no puede ser absoluto, sino que las personas tienen derechos previos a toda injerencia del Estado. Si, como es el caso de Melilla, casi todo es Estado, casi todo es público, los derechos de las personas quedan prácticamente anulados y su libertad creativa queda reducida a algo cerca de la nada.
Como estoy tan cansado y quiero terminar ya esta Carta -en la que, como le he prometido a mi abogado, no voy a hablar de injusticias- recurro al socorro de dos grandes políticos. El primero, el físicamente asesinado presidente norteamericano John Fitzgerald Kennedy y su famosísima oración: «No te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tú país». El segundo, el que fuera políticamente asesinado presidente de la Primera Legislatura de nuestra democracia, Adolfo Suárez, en la frase que pronunció durante su discurso de investidura como presidente: «Nadie va a regalarnos el futuro. Tendremos que conquistarlo con un esfuerzo solidario de todos los españoles». Donde dice país, digamos Melilla; donde dice españoles, digamos melillenses; donde dice Kennedy o Suárez -guardando las debidas distancias- pongan, si les parece bien, mi nombre, y pregúntense, como yo, qué pueden hacer por nuestra ciudad y qué esfuerzo solidario están dispuestos a hacer por ella.
Posdata. Muy oportuno ha sido el recuerdo a «las victimas de todos los atentados» que, con motivo del decimotercer aniversario del terrible atentado del 11M en los trenes de Madrid, hizo (ver el MELILLA HOY de ayer) el incombustible e inasequible al desaliento Emilio Guerra, líder de UPYD en Melilla. Conviene recordar no sólo a las víctimas, que merecen todo el apoyo y a las que jamás se debería olvidar, sino que también es conveniente tener en cuenta, y no olvidar, que la autoría del atentado del 11M, a pesar de la versión oficial -que cada vez se sustenta menos- continúa realmente sin aclararse y esa incógnita sin aclaración creíble sigue siendo una herida abierta en el corazón de los familiares de las víctimas y en el de de muchos españoles, entre los que me incluyo. (Por cierto, y en un tono de indudable mucha menor importancia, también conviene recordar que los instigadores del atentado contra mí, en forma de quema de mi coche en la puerta de mi casa, continúan sin ser identificados).