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Presidente, Génova tiene un problema

Pablo Casado en la valla de Melilla

Por Jorge Hernández Mollar, ex diputado, senador y eurodiputado por Melilla

Todos  los presidentes desde Manuel Fraga a Mariano Rajoy, pasando por Antonio Hernández Mancha y José María Aznar encierran una densa historia de la vida del Partido Popular. Muchos hemos sido los que hemos tenido el privilegio de recorrer la apasionante etapa de la transición política bajo el liderazgo y dirección de todos ellos.

Pablo Casado representa una nueva generación  política. Accede a la presidencia del partido desde una traumática moción de censura y desde unas primarias que dejan al partido en una soterrada división que ya venía larvándose desde el gobierno y el partido presididos por Mariano Rajoy y que se  personalizaba en dos mujeres que habían asumido una gran cota de poder como eran Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal.

Esta sucinta historia no es más que el prolegómeno de la servidumbre que aún persigue a la presidencia de Pablo Casado a la que se suma la ruptura del ala más derechista del partido que se refugia en Vox, formación presidida por Santiago Abascal, antiguo militante del PP y que desde su fundación en 2013 ha venido creciendo en las diferentes confrontaciones electorales de carácter local, autonómicas o nacionales.

Lo cierto es que  el Partido Popular mantiene hoy una fuerte implantación en Ayuntamientos tan relevantes como Madrid o Málaga, en Comunidades Autónomas como Andalucía, Galicia o Madrid o en el Congreso de los Diputados y Senado donde encabeza la oposición al Gobierno. Todo ello obliga a Pablo Casado a asumir la ineludible y relevante responsabilidad de convertirse en una alternativa real al gobierno socialcomunista que padecemos.

Que Isabel Ayuso es hoy un activo fundamental del partido creo que no lo duda ni siquiera Pedro Sánchez que se sintió, por primera vez, derrotado en su aventura de conquistar la difícil plaza de Madrid. Víctimas personales de la estrategia y éxito político de Ayuso, no solo fueron la candidatura socialista de Angel Gabilondo, sino la de  Pablo Iglesias que tras su rotundo fracaso se cortó la coleta. También derrotó al todopoderoso Iván Redondo que al final no “ha podido dar la vida” por Pedro Sánchez como anunció pomposamente en el Congreso, sino que quien la ha perdido ha sido precisamente él a manos de Isabel Ayuso.

Por ello no se entiende que al magnífico tándem que forman Ayuso y el Alcalde José Luis Almeida, unidos además por una buena amistad con Pablo Casado y que representan el  nuevo espíritu de un partido renovado en su dirección, haya quien pretenda dividirlo enzarzándoles en una cruel batalla política de la que solo quedarían heridas profundas  que no cicatrizarán nunca, amén de una  nueva y quizás definitiva fuga de votos. Es evidente que quien pretende hacer daño a uno de los tres, se lo hace a los tres.

Isabel Ayuso se ha descubierto en las recientes elecciones a la Comunidad como una líder natural que genera un singular atractivo más allá de las fronteras de Madrid e incluso de España y José Luis Almeida, es un pequeño gran hombre, con sólida formación profesional y humana y de una atractiva personalidad, naturalidad y simpatía entre no solo los madrileños; se arremanga y lo mismo coge una pala para limpiar las calles de Madrid como ocurrió con  Filomena, que preside con toda dignidad un  acto castrense con el Jefe del Estado representando al pueblo de Madrid y haciendo dotes de un “savoir faire”, que muy políticos españoles demuestran hoy.

Pablo Casado debe demostrar que sabe aunar esas dos energías que pueden y deben, junto con el resto del partido, catapultarlo a la Moncloa. La interinidad prolongada en la presidencia de un partido o de una organización política o empresarial es fuente de tensiones y conflictos y la inacción y el silencio de su máxima autoridad las incrementan peligrosamente.

A los tres les une  juventud, dotes políticas y amor por España, solo les separa la envidia, los celos y la ineptitud de quienes se retroalimentan para conservar un medio de vida privilegiado y solo buscan adherirse al poder como lapas depredadoras. Isabel Ayuso tiene el mismo derecho que el resto de los presidentes autonómicos a dirigir la Comunidad y el Partido para que Pablo Casado conquiste La Moncloa. Presidente, Génova tiene un problema.

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Redacción

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