Nos jugamos mucho en las elecciones de hoy. No todo, porque España y los españoles estamos por encima de los políticos, pero sí mucho, porque desde el Gobierno se puede hacer mucho mal o mucho bien a los ciudadanos. Se puede hacer mucho mal, por ejemplo, sosteniendo o ampliando la rigidez del mercado laboral, las directrices gubernamentales que intervienen en el mercado laboral, como proponen los partidos que se proclaman "de izquierdas" y que propugnan leyes provenientes del franquismo.
Oigo en una radio: "España tiene un entorno hostil a cualquier tipo de emprendimiento". Una frase corta, pero muy cierta. Y no se trata, como bien denunciaba Rajoy, de pintar una España, que es un gran país, como una nación negra, negra de leyenda, sino de reflejar una realidad que comprime nuestro desarrollo posible, cuando no lo evita. Aquí, y no digamos en Melilla, predomina la aspiración del pesebre de la administración pública, del amiguismo como método de empleo, de lo seguro aunque pueda ser aburrido y relativamente pobre material e intelectualmente, y es difícil encontrar un clima favorable al emprendimiento, un clima ventajoso y amigable para el que decide emprender, arriesgar, inventar, crear riqueza. La creación de ese clima es el único camino para hacer, de verdad, una España grande y espero que tras las elecciones de hoy sea ese el camino que desde el nuevo Gobierno sea protegido y alentado, no como ahora. Un camino de dirección contraria, una política de más gasto público, más impuestos, más intervencionismo antiliberal, más control y menos libertad, sería un obstáculo para cualquier crecimiento, una vuelta al pasado, una catástrofe que empobrecería inevitablemente a la inmensa mayoría de los españoles.
Nos jugamos mucho en las elecciones de hoy. No todo, porque España y los españoles estamos por encima de los políticos, pero sí mucho, porque desde el Gobierno se puede hacer mucho mal o mucho bien a los ciudadanos. Se puede hacer mucho mal, por ejemplo, sosteniendo o ampliando la rigidez del mercado laboral, las directrices gubernamentales que intervienen en el mercado laboral, como proponen los partidos que se proclaman "de izquierdas" y que propugnan, curiosamente, leyes laborales provenientes del franquismo, leyes laborales que prácticamente prohibían despedir y que, endurecidas tras la muerte de Franco en 1976, lograron que el paro español se duplicara en cinco años.
"Si la rigidez del mercado laboral fuera una garantía de derechos -dice el economista Daniel Lacalle en su nuevo libro, "Acabemos con el paro"- los países con mayor nivel de intervención tendrían mayores cotas de bienestar y menos desempleo. Sin embargo, ocurre todo lo contrario". Y eso es un hecho, no una opinión.
Nos jugamos mucho en unas elecciones, las de hoy, que llegan precedidas de niveles de confrontación televisiva entre los líderes de los diferentes partidos realmente lamentables, de bajísimo nivel, muy preocupantes para nuestro futuro. Un nivel que llegó al de trifulca de barrio a manos del líder del PSOE, Pedro Sánchez, con el insulto pertinaz como arma y la interrupción permanente del adversario como estrategia consentida por un moderador presente, pero ausente. Y con un episodio final realmente repugnante: la agresión en Pontevedra al líder del PP y actual presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Con unas conclusiones preocupantes, como la de que, tras ser insultado una y otra vez, tras ser tachado de mentiroso desde el minuto uno del debate hasta el minuto final, de ser calificado como tramposo y corrupto, la respuesta privada de Rajoy ante esos hechos sea la de calificar a Sánchez como "qué tipo". O la aún más preocupante respuesta de Rajoy tras ser brutal y cobardemente agredido por un radical de izquierdas: no presentar denuncia contra él, incumpliendo muy probablemente la ley y dando un mal ejemplo a los, como yo, agredidos; por razones políticas, en su caso, o por razones editoriales, de libertad de prensa, en el mío.
Sobre lo mío/lo nuestro, empiezo a manifestar mi preocupación porque pasa el tiempo y no se avanza todo lo que sería deseable para que se pueda tener la sensación de que se hará justicia, tras la detección y detención de los culpables del atentado y del inductor o los inductores del mismo. Un atentado que, lo indico por si algún juez opina de otra manera, no consiste en una falta con daños materiales, sino en una conjura para evitar la libertad de expresión, para atemorizarnos en el periódico, para imponer un clima de violencia y abusos que nos hagan callar. Duele sólo imaginar lo que hubiera pasado si, como algunos nos recomendaron y Mariano Rajoy ha decidido en su caso, no hubiéramos denunciado los hechos e insistido en que se aclaren hasta el final. Esperamos tener buenas noticias pronto. Son ya más que necesarias.
Como lo es que el resultado de las elecciones de hoy permitan una gobernabilidad razonable para España, con alianzas -van a ser imprescindibles- que tengan sentido, y que los cambios que han de venir, porque son imprescindibles e inevitables, sean para mejorar, no para empeorar lo ya existente retornando a políticas de un pasado que ya nos acercó a la catástrofe, teniendo presente que, como los hechos nos demuestran, un problema de intervencionismo, con su corolario de falta de libertad, no se soluciona con más intervencionismo y menos libertad.
Pase lo que pase y en cualquier caso, que estas Navidades sean felices y a ver si se cumple ese sueño imposible, tan español, de que el Gordo caiga en esta ciudad y, si es posible, entre nosotros y nuestros lectores. Mis mejores deseos para todos.
Posdata: En "El peregrino secreto", de John le Carré, George Smiley, uno de los legendarios personajes de Smiley, dice en el transcurso de una conferencia: No hay nadie menos convincente para nuestro miserable oficio -el de espías- que el hombre inocente que no tiene nada que ocultar. Pido, en estas fechas de pedir, que la Justicia local termine ya de hacer padecer a los inocentes injustamente encausados como consecuencia de unas delirantes diligencias de algunos miembros de la Guardia Civil que, como ya tengo dicho, hacen mucho daño no sólo a los inocentes que no tenemos nada que ocultar, sino también al Cuerpo en el que están.