O cualquiera de los Emiratos Árabes Unidos, por ejemplo.
La inmigración es un problema complejo y, por tanto, requiere de soluciones complejas. Como cualquier proyecto, se puede y debe simplificar con la programación de una serie continuada, interrelacionada y optimizada de medidas más simples, cuyo resultado final es la solución del problema complejo. Pero primero hay que definir cuál es la situación deseada al concluir el proyecto, la solución, lo que hasta el momento parece claro que no se ha hecho.
Con demasiada frecuencia leemos u oímos sugerencias tales como que se deben abrir las fronteras a cuantos inmigrantes así lo deseen, dado el estado de perentoria necesidad que con frecuencia tienen. O traer algunos desde Ceuta a Melilla. Puestos a promover soluciones simplistas, esta quizás menos, podríamos sugerir que los ciudadanos concernidos contactaran con la ONG de su preferencia, de entre las muchísimas existentes, y acordaran una contribución mensual o anual para el apoyo a una determinada familia en el país de su preferencia; así garantizarían su subsistencia sin desarraigo. Solo deben tener en cuenta algunos aspectos, por ejemplo, que hay más de 1.000 ONG acreditadas en Ginebra (Suiza) y, de ellas, más de 400 tienen representación en la ciudad más cara del mundo. O que alguna de las más importantes, como Médicos sin Fronteras, en vez de gastar en médicos y medicinas en los países más necesitados, ha fletado un barco para transportar hasta Europa a inmigrantes encontrados cerca de las costas africanas.
Un corto repaso a la realidad nos puede dar una visión menos simplista del problema.
El que haya en el mundo, en 2023, casi 600 millones de personas que tratan de subsistir con menos de sesenta euros al mes ¡al mes!, en pobreza extrema sin tener posibilidad siquiera de alimentarse, es una realidad que conmueve. Además, en la mayoría de los casos tampoco disponen de educación ni, por supuesto, de asistencia sanitaria, lo que hace su situación aún más desesperada, si cabe. En 2021, el 53% de la población mundial, 4.100 millones de personas, no se beneficiaba de ninguna forma de protección social. Las extremas carencias que muestran determinados países en esta trilogía -esperanza de vida, años de educación y renta per cápita- está reflejada en el gráfico que acompaña a este artículo, basado en el Índice de Desarrollo Humano, creado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). La cantidad de ‘color rojo’, especialmente en África, explica el deseo de emigrar, a toda costa, de buena parte de sus habitantes.
En nuestro vecino del sur algunas fuentes afirman que la tercera parte de los jóvenes quieren salir del país, a pesar de que Marruecos ha recibido 13.000 millones de euros, en los últimos quince años, para controlar la inmigración irregular.
En abril de este año 2024 la Unión Europea ha aprobado una nueva legislación sobre migración y asilo. Llama la atención que la mayoría de los textos tratan la forma en que acoger a los inmigrantes llegados a nuestras fronteras, a pesar de que las peticiones de asilo se han disparado. En el presupuesto de la UE para 2021-2027 se destinaron 22.700 millones de euros a la gestión de la migración y las fronteras, frente a los 10.000 millones de euros destinados en 2014-2020. A pesar de ello, la migración ilegal sigue siendo un grave problema sin visos de solución. El mover algunos inmigrantes ilegales entre los países, o entre Ceuta y Melilla, no es claramente una solución al problema, sino en todo caso exponer una idea simplista, una ‘tirita’ sobre una herida de extrema gravedad.
La ‘inmigración circular legal’ propuesta recientemente por Sánchez, además de simplista, tampoco es una solución, ya que supondría un titánico esfuerzo para la selección de los inmigrantes que podrían llegar a la Unión Europea en disposición de ocupar un determinado puesto de trabajo, lo que se complicaría aún más por la necesidad de tratar con diferentes gobiernos de países generalmente poco o nada democráticos y muy corruptos. Ya se hace, por ejemplo, entre Estados Unidos y Méjico, pero se trata de una relación bilateral consolidada y los migrantes no temen volver a su país, aunque prefieran quedarse en Estados Unidos -y algunos lo hacen- ya que no hay guerras o hambrunas y su relación afectiva con su país es bastante fuerte. No es ese el caso de muchos de los principales países ‘exportadores’ de inmigrantes, cuyos habitantes están dispuestos a arriesgar su vida con la esperanza de salir de su país y de su desesperada situación.
Además del obvio y serio problema económico y de seguridad que supone la inmigración irregular, al admitir la ilegalidad como legal, un gravísimo problema es el de la asimilación cultural de los inmigrantes que llegan a Europa. Ya hemos escrito alguna vez sobre el concepto del ‘melting pot’. Si a una sopa de lentejas -la sociedad europea- se le añade algo de pimiento o de zanahoria -los inmigrantes- sigue siendo sopa de lentejas e incluso es posible que su sabor mejore. Si a esa misma sopa se le añaden grandes cantidades de otros productos, deja de ser de lentejas y, muy posiblemente, la mezcla de sabores y texturas añadidos, no compatibles, la hagan incomible. Cualquiera que visite los alrededores de muchas grandes ciudades europeas pueden observar el fenómeno de la no asimilación cultural en los habitantes de esas zonas. Viven en París, o en Frankfurt o Madrid, pero dentro de una zona que podría perfectamente encontrarse en Argel, o en Diyarbakir o Tetuán. Incluso con el paso de varias generaciones la diferenciación se mantiene, o se disminuye muy lentamente ya que, por razones étnicas y religiosas, tienden a establecer lazos familiares y sociales dentro de su comunidad.
Si bien lo dicho anteriormente también aplicaría a la inmigración desde Méjico a Estados Unidos, lo hace en mucha menor medida ya que los hijos de los inmigrantes mejicanos tienden, con frecuencia, a llamarse Ken o Jennifer – suponiendo que no se llamaran así antes de inmigrar, dada la fuerte influencia cultural existente- y pretenden ser asimilados en la cultura que los recibe en el plazo más breve posible. Y, entre tanto, envían dinero a sus familiares que han quedado en Méjico, mejorando significativamente su nivel de vida, pero a costa de la desintegración familiar. No es extraño encontrar descendientes de inmigrantes latinoamericanos, de primera generación en Estados Unidos, que hablan el español con dificultad o no lo hacen.
Los inmigrantes con etnias, religiones y culturas muy diferentes a las del país que los recibe, perpetúan con frecuencia las circunstancias del país de origen, lo que es indeseable ya que esas circunstancias fueron las que forzaron su emigración. Si abandonan su país, con frecuencia a su familia, su modo de vida, si arriesgan su vida para llegar a un nuevo lugar que les ofrece lo que su país no les puede dar ¿qué les fuerza a tratar de perpetuar, aunque sea parcialmente, la situación de la que huyeron?
Y volviendo a la pregunta inicial ¿Por qué Europa y no Arabia Saudí, o cualquiera de los Emiratos Árabes Unidos? La renta per cápita en España es de unos 31.000 euros, muy similar a la de Arabia Saudí. Pero la renta en los Emiratos es de unos 49.000 euros, muy superior a la española. La respuesta a la pregunta puede tener diferentes contestaciones, posiblemente complementarias. Europa les ofrece una libertad que esos países no les ofrece y, además y principalmente, no les quieren recibir allí. El caso de los inmigrantes subsaharianos es aún más claro, ya que son de etnia y cultura diferentes a la de esos países de potencial acogida, y por tanto rechazados por ellos. En cuanto a los inmigrantes de otros países árabes y musulmanes, la explicación es menos clara, ya que supuestamente deberían ser acogidos por sus hermanos más favorecidos, siguiendo el precepto obligatorio de la limosna. Nos viene a la memoria la huida de millones de personas durante la guerra en Siria, cuyo único destino pareció ser Europa. Quizás la extensión de su fe en Europa, la marcha de la tortuga de las mezquitas y los imanes, es para ellos más importante.