Carta del Editor MH, 25/8/2024
Enrique Bohórquez López-Dóriga
“El presidente de Estados Unidos, sea quien sea, seguirá siendo el presidente del mundo durante años. Si hace falta un amo del mundo para mantener un mínimo de orden, prefiero sin duda que esté en Washington antes que en Pekín o en Moscú” (artículo de Guy Sorman, el lunes, en el ABC). Resalta -y acierta- que el presidente de Estados Unidos tiene más poder como líder del mundo libre que en su propio país, donde está rodeado por innumerables contrapoderes.
Es tan comprensible como imposible la lógica pretensión de que los ciudadanos de lo que conocemos como mundo occidental y dada la importancia de los EEUU en nuestro mundo, pudiéramos votar en ese país, a la hora de elegir a su presidente, que es también el presidente del mundo libre, de nuestro mundo. Pero esa será una de tantas utopías, como el mito de la izquierda de que “la estatalización significa progreso”, un mito que, según declaraciones de Felipe González recogidas en ABC el 15 de agosto de 1984, “ha caído”, recalcando, Felipe, que “el Estado no es bueno para crear empresas, ni lo ha sido jamás”.
El presidente de Estados Unidos tiene más poder como líder del mundo libre que en su propio país, donde está rodeado por innumerables contrapoderes
Me gustaría que el melillense “Gobierno Imbroda” comprendiera, aprehendiera, esa ley económica, de una vez. Y de paso que leyera a Heráclito, aunque sea solo un poquito, para que actuara considerando que nada absoluto dura eternamente, que todo fluye y nada permanece.
Leo que Elon Musk -dueño de SpaceX, de Tesla, de The Boring Company, también dueño de la red social X (antes Twitter) y con un patrimonio neto estimado en más de 252 mil millones de dólares– se ofrece para formar parte de la Administración de Trump, si este gana las elecciones y se presenta como jefe de un hipotético “Departamento de Eficiencia Gubernamental”, independiente, supongo. Algo así, un tal Departamento de Eficiencia Gubernamental -que suena a algo imposible, un oximoron, algo así como la expresión muerto viviente- debería crearse en muchas administraciones públicas, empezando por Melilla.
El Estado no es bueno para crear empresas, ni lo ha sido jamás (Felipe González)
Ocurre aquí, a menudo, que la ineficiencia gubernamental entra ya en el terreno de lo ridículo. En Melilla el tema del transporte es fundamental. Nuestra carreteras son el mar (barcos) y el aire (aviones). Que funcionen bien es de importancia vital para los melillenses, oprimidos por una frontera con Marruecos en la que Marruecos hace lo que le da la gana, mientras el gobierno de Pedro Sánchez le hace reverencias. La delegada de ese Gobierno en nuestra ciudad, la incalificable Sabrina Moh -que continúa riéndose de todos nosotros- acaba de declarar, entre risas, que confía que, ”en cuanto se pueda” salga a licitación el nuevo contrato marítimo. Y sigue cobrando. Y no le da vergüenza decir lo que dice.
Días de fango y lágrimas
Así, por ese camino, nos esperan días de “polvo, sudor y hierro” o de “sangre, fango y lágrimas” Por la terrible estepa castellana/ al destierro, con doce de los suyos/ -polvo, sudor y hierro- el Cid cabalga”, escribió Manuel Machado, en su poema “Castilla”.
Ha tenido más resonancia mundial lo lo que dijo Churchill, que fue: “sangre, fatiga, lágrimas y sudor”. Se ha repetido miles de veces la fórmula trinitaria de “sangre, sudor y lágrimas”, eliminando lo de “fatiga” en la versión castellana, que tiene también una historia doméstica. La frase “sangre, fango y lágrimas” ya la emplearon, en la II República, Diego Martínez Barrio, Alejandro Lerroux y José María Gil Robles, durante el “bienio negro”(1933-1935), un lustro por delante de los discursos de Churchill.
Cortoplacismo y política son sinónimos. Así que es muy probable que padezcamos más días de fango y lágrimas
La frase, recortada, de Churchill ha sido muy usada en prensa, vía un proceso, muy frecuente, de “slating”, o distorsión de los datos periodísticos. El pueblo inglés resistió, Churchill consiguió que los Estados Unidos entraran en la Guerra, la II Mundial, hubo sangre, sudor y lágrimas, y un final más o menos feliz, un final, en todo caso. Como ocurrió durante la II República, hasta llegar a 1978 y la Constitución española, una Constitución y una democracia ensombrecidas por tantas cosas, entre las que no hay que olvidar que la deuda pública española ha llegado a la exhorbitante cifra de 1,62 billones (con b de burro) de euros, el 108% del PIB. “Es necesario un cambio estructural, y políticas que dejen a un lado el cortoplacismo”, resumía el diario económico Expansión, el martes pasado. Pero cortolplacismo y política son sinónimos. Así que es muy probable que padezcamos más días de fango y lágrimas.