“No me digas que siembran felicidad”. Esto yo le añadiría a esos discursos que da el Santo Padre de este pensador más que santo. Le diría: Mire lo que yo escuche un día y es que confieso que soy muy foscona, una palabra nueva que se suele decir de los que escuchan pero no preguntan nada.
No supe lo que hablaba ni con quien lo hacía, para mí que hablaba solo. ¡No me extrañaría ya que yo lo hago sola! ¡Yo también!, me dijo una y me extrañe pues la tengo en mucha valía.
Lo miraba, apenas sonreía, le pregunté de dónde venía. De ningún lugar, quien lo diría. No tengo papeles, todo lo deje, hasta ese Dios al que tu suplicas. Sólo me recogieron ángeles sin alas. Me dieron agua, comida, una cama blanda, me han dado trabajo… Yo le escuchaba mientras después de todo eso se quejaba. El contaba: – Yo era cocinero en mi tierra, ya nada quedaba. Todo estaba quemado. El pescado ya no era “pescao” como aquí le llaman, se perdió en aguas contaminadas. Se perdieron tantas cosas… los niños, las risas, hasta el cura y el médico. No dejaron nada. Salí huyendo. Apenas recuerdo ni quien me dio dinero. ¡Sí! Fue uno de esos que llevan cámaras al cuello y denuncian las cosas que pasan.
Algunos dijeron que eran caricias exageradas. No te pido nada. ¡Huye! Te buscaré donde vayas. Te reconoceré por esa raja blanca que luces en el cerebro. No podré cortarme el pelo. Lo llevaré como recuerdo. Navegué y llegué hasta el primer pueblo y grite: ¡como quedaría mi pueblo! No quiero morir solo. Lo perdí todo. Soy un naufrago. No tengo puerto. Me hablo de tantas cosas… balbucee: Pero, por poco te ahogas. Te daremos de todo. Eso que tuve ¡no! Eso quedo tan lejos… Sólo recuerdo los gritos, recuerdo ese amor que se quedó tan lejos Dios mío suplique, era la puerta de la iglesia, estaba cerrada.
Seguía escuchándolo y solo le pidió a DIOS no permitas que de los océanos hagamos un gran cementerio, como alguien dijo.
