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El rincón de Aranda

Málaga en otoño

melillahoy.cibeles.net fotos 1017 Juan Aranda web

Dando una de mis periódicas vueltecitas por el Centro de Málaga, andando por la calle Nueva, a la altura de la Iglesia de la Concepción, encuentro un grupo de cuatro jóvenes músicos, interpretando el cuarteto nº 19 de Mozart, el “Cuarteto de las Disonancias”. Apenas escuché la música, me detuve en la esquina del Pasaje del Duende, y juro que pude escuchar, a plena luz del día, en medio de la calle, una de las mejores interpretaciones que he oído en mi vida. nda Al acabar, recibieron el aplauso de muchos viandantes, y yo lo primero que se me ocurrió fue depositar unas monedas en el maletín del violín. A mí, que la música me apasiona, y aún más la del ilustre austríaco, solo les dije: “Gracias”, y la joven rubia del chelo, sin levantarse de su alto taburete, sonriendo me contestó: “No, por favor. Gracias a usted”. A pocos metros de distancia, queriendo disimular mi sonrojo, porque la verdad es que sentí un poco de rubor, abrí a Neruda en “Confieso que he vivido”, que casi siempre llevo en la mano, pensando lo bien que estos muchachos habían interpretado esa partitura, que Mozart dedicó a su gran amigo Haydn, y a tal punto me conmovieron aquéllos acordes que hizo que me detuviera unos metros más arriba, cerca de la calle Especería, cuando dieron comienzo con el 1º movimiento de la 5ª de Beethoven. Como era natural, y como buen “clác aplaudidor” de mis tiempos mozos en la Barcelona de los 60, esa música que embriaga a los más exigentes melómanos, no pude sustraerme a escucharla, y allí me quedé, disfrutando por pocas monedas, de una de las mejores interpretaciones de la gran música, por unos muchachos de apenas 20 años. Debo decir que los cuatro eran extranjeros, pero la que me devolvió las “gracias”, dominaba el castellano con bastante soltura, y mientras tocaba su chelo toda ella era sonrisas para los viandantes. Yo imaginé que eran procedentes de países del este de Europa, sin el aspecto de “perro-flauta”. Cuando me subí al autobús, dejando atrás aquélla belleza musical, créanme que sentí que en mi espalda se apagaba algo sublime. Ya en marcha, y sentado cómodamente, en el bus, pensé que me habían alegrado la mañana. Y volví con mi amigo Neruda, buscando la página 58: “La Palabra”; en la que disecciona nuestro idioma castellano, con la llegada de los españoles a América: “ Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan….Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito….Amo tanto las palabras…Las que glotonamente se esperan, se acechan…Vocablos amados…Brillan como piedras de colores…las agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento ebúrneas, vegetales, como frutas, como ágatas….Y entonces las revuelvo, las agito, me las bebo…..Todo está en la palabra…Una idea cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció… Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos…Estos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquél apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo…Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales que las que ellos traían en sus grandes bolsas…Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra… Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes…el idioma. Salimos perdiendo…. Salimos ganando…Se llevaron el oro y nos dejaron el oro….Se lo llevaron todo….Nos dejaron todo….Nos dejaron las palabras”.

Así llegué a mi casa: con el oro poético del gran chileno, el que le cantaba a Miguel Hernández: “Llegaste a mí directamente del levante. Me traías,/ pastor de cabras, tu inocencia arrugada………/ También el ruiseñor en tu boca traías/ un ruiseñor manchado de naranjas, un hilo/ de incorruptible canto, de fuerza deshojada……”. Todo ello con la música de Mozart en mis oídos, que había escuchado en el Centro de Málaga; en una calle peatonal, donde los artistas callejeros te pueden sorprender gratamente, si les prestas unos minutos de tu tiempo.

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