El mareo que provocan las autoridades de Marruecos con su arbitrariedad en el paso de mercancías empieza a ser ya una constante y no se puede consentir, menos aún después de haber sometido la frontera a unas obras que parecen no haber servido para nada a juzgar por lo sucedido ayer mismo, cuando teóricamente la remodelación ha concluido Las obras en la frontera de Beni Enzar se supone que ya han terminado, pero los problemas, como preveían los sindicatos policiales, no terminan. Desde hace meses, UFP y SUP ya venían advirtiendo de que por mucha remodelación e inversión que se hiciera en nuestro principal puesto fronterizo, sería en vano mientras las medidas no se tomaran con Marruecos y se despejara la tierra de nadie, que lleva años sin ser neutral. Ese espacio, del que se necesita que esté despejado para evitar problemas de inseguridad, siempre está atestado y suele ser aprovechado por aquellos a quienes interesa que la frontera no vaya como la seda, para beneficio de todos. El hecho de que Marruecos adelantara sus controles apropiándose de parte de esa tierra de nadie tampoco ayuda, sobre todo cuando la arbitrariedad en las autoridades del país vecino causa no pocos problemas a este lado.
Ayer, nuevamente, la aduana volvió a vivir un día de aglomeraciones, pero esta vez la cosa fue más grave porque la Policía española se vio obligada a intervenir para tratar de controlar el desorden público que se estaba formando ante la acumulación de cientos de personas en la rotonda. Testigos y comerciantes aseguran que hubo palos contra personas que lo único que querían era pasar la frontera, algo que no podían hacer porque Marruecos, una vez más, cortó el grifo impidiendo la entrada de mercancía. Cuando eso ocurre, los policías españoles se ven obligados a restringir el paso para evitar que se forme un tapón en la zona de seguridad de la frontera.
Dicho de otro modo, nuestros agentes deben hacer el trabajo sucio ante un problema originado en el otro lado, quedando siempre como los malos de la película en medio de una aglomeración que siempre se produce en nuestra ciudad, con el peligro que eso conlleva para cualquiera que pase por allí, sea de Melilla o de Marruecos, con intención de transportar mercancía o simplemente pasar al otro lado. Este mareo empieza a ser ya una constante y no se puede consentir, menos aún después de haber sometido la frontera a unas obras que parecen no haber servido para nada a juzgar por lo sucedido ayer mismo, cuando teóricamente la remodelación ha concluido.
Una vez hecha la obra es necesario que ambos lados lleguen a un acuerdo para intentar organizar el comercio atípico, que es de interés común para Marruecos y Melilla, y tratar de impedir que el caos sea la regla general de la frontera. De lo contrario, nunca podremos aspirar a tener el paso fluido y seguro que todos anhelamos y seguiremos expuestos a que un día suceda una desgracia en una aduana tan concurrida como la de Beni Enzar.