Por María M. Falcón Ortega
En este Día Internacional de las Personas con Discapacidad escribo como madre de una niña con necesidades educativas especiales, pero también como una mujer marcada por la lucha, la esperanza y la valentía.
Vivo cada día con una fuerza que ni yo misma conocía, pero también con un cansancio que pesa.
Estoy cansada de las frases bonitas sin compromiso. De los homenajes sin acciones. De la visibilidad sin soluciones.
Mi hija es la mayor lección de coraje que he tenido en mi vida. Avanza, batalla y sonríe incluso cuando el camino es cuesta arriba. Su fortaleza alimenta mi esperanza, y mi esperanza sostiene mi lucha. Por ella, y por tantos otros niños y niñas, seguiré luchando levantando la voz hasta que las cosas cambien.
Ser madre/padre de un niño o niña con necesidades educativas especiales es convivir con un esfuerzo emocional y económico inmenso. Las terapias que necesitan son esenciales para su desarrollo, pero el coste es enorme. Las familias hacemos sacrificios imposibles porque sabemos que cada sesión cuenta, aunque este esfuerzo no debería recaer solo sobre nuestros hombros.
La ciencia avanza, sí, pero las patologías poco comunes siguen siendo grandes desconocidas, y nuestros hijos e hijas merecen interés, recursos y prioridad.
Y en lo cotidiano, la exclusión duele tanto o más que cualquier diagnóstico. Esa ausencia, silenciosa, rompe.
Las administraciones llevan años hablando de inclusión, igualdad y educación para todos.
Pero la realidad en los colegios sigue siendo otra. En las aulas educativas ordinarias faltan apoyos. Faltan manos, faltan ojos, falta atención especializada para que nuestros hijos e hijas tengan las mismas oportunidades que el resto. Esta carencia se convierte en un obstáculo directo para su aprendizaje y su bienestar.
Además, en nuestra zona no existe un centro específico adecuado cuando nuestros hijos para niños y niñas que requieren apoyos intensivos o recursos cuando cumplen 18 años, un centro que los políticos nos prometieron y no estamos viendo respuesta.
Las familias quedamos atrapadas entre opciones que no se ajustan a las necesidades reales de nuestros hijos e hijas. La discapacidad sigue siendo el gran tema pendiente en la educación. La inclusión sigue parcheándose, nunca completándose.
Como madre sigo sin ver ayudas para mi hija y niños como ella……me siento muy decepcionada con los políticos y personas responsables de gestionar ayudas, vemos ayudas a otros colectivos, tema que me alegro, pero que pasa con nuestros niños?
Vemos en los colegios distintos proyectos relacionados con idiomas, literatura, poesía…. Y para cuando se elaborará un proyecto para nuestros hijos???
Cada vez son más los niños con necesidades educativas especiales que son excluidos de actividades extraescolares por falta de personal o recursos. Es inadmisible. La participación no es un privilegio: es un derecho. Y los derechos no se condicionan.
Nuestra sociedad avanza en muchos aspectos, pero la inclusión real sigue esperando. Necesitamos comunidades que abracen la diversidad, no que la aparten.
Nuestros hijos e hijas merecen un futuro en el que no tenga que pedir permiso para pertenecer. Merecen un sistema que los acoja, no que los aparte. Merecen oportunidades, no excusas.
No pienso rendirme. Seguiré intentando abrir puertas donde hoy hay barreras, hasta que la inclusión deje de ser una palabra bonita y se convierta en un hecho.
Hasta que ningún niño o niña sea excluido.
Hasta que la empatía sea real, no decorativa.
Hasta que todos y todas tengan un lugar digno en este mundo.
Hoy pido acción.
Acción real.
Compromiso verdadero.
No más campañas sin contenido.
No más carteles sin recursos.
No más discursos sin voluntad real.
No más promesas sin cumplir.
Que este 3 de diciembre deje de ser solo un escaparate y se convierta en un verdadero punto de cambio.
Por nuestros hijos e hijas.
Por su dignidad.
Por su derecho a una vida plena.
A vosotros que nos acompañáis en nuestro día a día gracias de todo corazón…..
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