No me gustaría estar en el pellejo del individuo que, hace unos días, lanzó un petardo en el Paseo Marítimo de Nador cuando se encontraba repleto de nadorenses y otros muchos ciudadanos de la provincia disfrutando del ambiente veraniego y de un espectáculo musical, al que también acudieron numerosos melillenses.
Según se ha publicado en este medio, a causa de lo ocurrido se armó un desconcierto que provocó la desbandada, que originó varios lesionados aunque no de gravedad, y no era para menos sabiéndose como está la situación por culpa de esos hijos de hienas que disfrutan arrebatándole la vida a seres inocentes, incluso de su misma raza, ancianos, mujeres, niños, quienes sean, para saciar sus ansias de sangre.
El sujeto, como también se publicó, fue detenido por la Policía de Nador y, a sabiendas como actúan allí en Marruecos las fuerzas de seguridad, como más arriba digo a mí no me gustaría estar en su pellejo. Allí, como debe ser en todo País que quiera para su ciudadanía la mejor convivencia, paz y tranquilidad, les aplican le Ley a rajatabla. Nada de paños calientes y una vez juzgados -esto lo sé desde hace bastantes años, por lo que me contó un cargo policial marroquí al que me unía una buena amistad por unos años que estuve trabajando en Marruecos; una vez juzgados, repito, pasan a prisiones que nada tienen que ver con las que, por ejemplo, disfrutan en España los que en ella delinquen. Por ejemplo, para no irnos muy lejos, los mangantes procedentes de Argelia, Marruecos, etc., etc., que aquí cometen cuantas fechorías les vienen en ganas a sabiendas que, durante su detención, si es que van a dar con sus huesos en la cárcel, que esta es van a disfrutar de buen alojamiento, completa alimentación, ropa si la precisaran, servicios sanitarios, etc., etc., y una vez en la calle vuelta a las andadas, en lugar, como debería hacerse para terminar con la plaga de delincuencia que está padeciendo Melilla de unos años a esta, sin ninguna clase de contemplaciones, a sus lugares de residencia a ver si en ellos, Marruecos o Argelia, tienen cojones de hacer lo que hacen aquí que, como se viene publicando casi a diario, han convertido esta ciudad, que fue siempre un modelo de tranquilidad y sosiego, en una auténtica cueva de ladrones de toda índole, que igual te atracan con una navaja, un cuchillo, unas botellas rotas para cortarte el cuello y hasta con armas de fuego. ¡Y que nadie me llame alarmista porque, con lo que está ocurriendo y lo que está oculto, todavía digo bien poco!.
He nacido y criado en esta ciudad y, por los años que ya tengo encima, ochenta y ocho, imagínense si sabré o no lo que fue aquella Melilla que era un auténtico paraíso de tranquilidad, de paz, de total seguridad ciudadana. Lo he dicho varia veces y lo voy a repetir.
Cuando contraje matrimonio, instalamos nuestra casita, un modesto piso en la calle Bustamante nº 12 (Barrio Gral. Sanjurjo). Terminaba mi jornada en "El Telegrama de Melilla" todas las madrugadas sobre las tres horas y, andando para casita, no ganaba lo suficiente para costearme un servicio de taxi. Atravesaba el Parque Hernández y, hasta mi domicilio, caminando por Actor Tallaví, Polavieja, Astilleros hasta el barrio, aunque otras veces lo hacía por la calle Carlos V y Álvaro de Bazán. Jamás me molestó nadie, jamás; me encontraba con la Policía Nacional o Local (que hacían el servicio andando), con pescadores que iban a su barcos a faenar. Noches que eran un remanso de paz en invierno y en verano. Hoy, a las diez de la noche, y el que diga que miento es un auténtico embustero, un trápala que no le interesa ver la realidad, la gente no sale a la calle, la mayoría de los ciudadanos, porque están acojonados y todo por culpa de no querer ver -me refiero a las autoridades competentes arriba- de lo que está ocurriendo en Melilla a causa de la inseguridad que padece.
