“Me chocó que los inmigrantes se pusieran a agredir cuando estaba intentando ayudarlos”

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Cayó desde casi 5 metros de altura cuando actuaba en la valla, pero él no lo recuerda. El sargento de la Guardia Civil Eduardo Lozano fue uno de los peor parados en el salto masivo que vivió la valla hace dos días tras recibir una patada de un inmigrante en toda la cara. Este joven agente granadino perdió el conocimiento y la fuerza que le sostenía sobre el enrejado porque el arnés, en vez de utilizarlo para su propia seguridad, lo estaba empleando para que los subsaharianos no se cayeran y se hicieran daño. Por eso ahora, un día después de sufrir el primer contratiempo de este tipo en sus 10 años como guardia antidisturbios, asegura a MELILLA HOY que lo que más le duele no son los hematomas que le han salido, sino el hecho de no entender por qué los inmigrantes se mostraron tan violentos cuando él y sus compañeros solo pretendían ayudarles para que no se hicieran daño en una situación de peligro como es estar suspendido a varios metros del suelo. El sargento Lozano sufrió un traumatismo craneoencefálico que le llevó directamente al Hospital Comarcal para pasar buena parte de la mañana en observación. La medicación le sentó bien en las primeras horas, pero una vez pasado el efecto balsámico ha empeorado su estado de salud y ha tenido que ser dado de baja para el servicio porque no está en condiciones para trabajar. Ni siquiera en otro destino más liviano que la valla, cuya protección es su cometido junto a los otros nueve equipos del Grupo de Reserva y Seguridad (GRS) que refuerzan el perímetro desde hace meses.

La frontera melillense no es desconocida para el sargento Eduardo Lozano. Ya estuvo en ella en la crisis de las vallas de 2005, y también en épocas más recientes cuando la presión migratoria empezó a crecer en nuestra ciudad. Ha venido varias veces en las rotaciones del GRS, y en este relevo le quedaba menos de una semana para volver a Barcelona, destino al que pertenece su grupo. El lunes regresará igualmente junto al resto de sus compañeros para que otros cojan el testigo, pero él tendrá que seguir recuperándose de un traumatismo que ya le está dando más de un quebradero de cabeza.

El suboficial lleva collarín y tiene hematomas en el pómulo y los ojos, no sabe si por la caída que sufrió o por la patada que previamente le dio un inmigrante. También en la mejilla tiene quemaduras por el impacto contra el suelo. Ahora también sufre mareos y le duele la espalda y el cuello. Pero lo que más asustó a sus compañeros fue el hecho de que aterrizara sin conocimiento, que es lo que motivó su ingreso en observación durante unas horas hasta que la doctora le dejó marchar si se comprometía a quedarse en reposo y con vigilancia cada dos horas.

Aún así, ayer tuvo que volver al médico para que siguiera su evolución y la semana que viene ocurrirá lo mismo para hacerle nuevas pruebas que confirmen si no hay peligro a raíz del golpe en la cabeza.

No recuerda su caída, pero cuando la pudo ver por televisión se dio cuenta de que la cosa había sido "más grave de lo que parecía". Entonces entendió la enorme preocupación de sus compañeros, que se han volcado en las últimas horas con él. No en vano, cuando recuperó su móvil al salir del hospital, tenía 271 mensajes de WhatsApp, casi todos de guardias civiles que querían saber cómo estaba y para darle ánimos. También recibió llamadas a nivel político, entre ellas la del delegado del Gobierno, Abdelmalik El Barkani.
"Me han demostrado el compañerismo que hay en la unidad. Todos se han portado bastante bien conmigo y han estado muy encima, creo que se asustaron más que yo al ver la caída en vivo y no saber qué había pasado", comenta el sargento Lozano, que extrae en este sentido conclusiones positivas de lo que ha ocurrido.

Agresividad
Sin embargo, reconoce que no ha terminado de asimilar la agresividad que los inmigrantes mostraron contra la Guardia Civil en el salto masivo de hace dos días. Es algo que, tal y como explicó a este Periódico, no había vivido anteriormente en ninguno de los intentos anteriores en los que había tenido que actuar, en los que como mucho no desistían para bajar de la valla, prolongando los saltos durante bastantes horas.

Las amenazas de contagio de Ébola con escupitajos y lanzamiento de orines y sangre no las sufrió como sí le ocurrió a otros compañeros pero, en cambio, fue amenazado dos veces con arma blanca además de la patada que finalmente le hizo caer al suelo. Concretamente, un inmigrante le sacó una navaja de afeitar como las que usan los barberos. "Estuvo intentando darme y tuve que bajar un poco para que no me diera", rememora el sargento. Acto seguido, otro subsahariano le amenazó con un cuchillo. "Eso no lo había visto nunca tampoco", comenta al relatar que poco después llegó el momento de la patada y la caída cuando él sólo quería evitar que nadie se hiciera daño.
"Lo que más me chocó es que estuve ayudando a bajar a muchos inmigrantes y asegurándolos con el arnés de montaña que llevaba para que no se hicieran daño, pero ellos se pusieron a agredir", rememora el sargento Lozano. "Eso no me cuadraba mucho y es tal vez lo que más me toca el orgullo", agrega el joven agente antes de apuntar que su empeño era evitar que cayeran al suelo, sobre todo después de ver que dos de ellos cayeron desde la zona alta, algo que le impactó especialmente.

Quizá por eso comprende la preocupación de sus compañeros tras verle caer a él, una situación que confió en que sirva para cambiar algo la situación que viven los guardias civiles en la valla. "Ahora tendré dolor y molestias durante unos días, pero ojalá sirva de algo para que hagan un protocolo de actuación o cambien un poco la Ley o lo que sea, porque ahora mismo [los guardias civiles] estamos muy pillados en la valla", subraya el sargento del GRS.

A través de sus palabras, se palpa la tensión que los agentes sufren en cada salto masivo porque "si actúas de una manera, se te echan encima las ONG y algunos tipos de prensa". Sin embargo, asegura que lo que él pudo ver en la avalancha del miércoles fue "un salto grande en el que nadie se excedió, todos intentábamos ayudar para que a nadie le pasara nada, dentro de que había que bajarlos". Sobre todo porque la mayoría de los encaramados estaban heridos con cortes en su piel.

Son imágenes que admite que le impactan, y es algo de lo que intenta advertir a los guardias civiles que llegan a Melilla por primera vez: "Antes de empezar a trabajar, a los nuevos les dijo que van a ver a gente muy desesperada y con sangre. El que tiene un poco de corazón y ve cómo está esa gente, pasa un mal rato". "Pero si luego encima sabes que te la estás jugando… No es fácil venir aquí, pero es nuestro trabajo", añade para dejar claro que proteger la valla no es de los servicios más agradables que hay para un guardia civil.

Sobre todo porque además del drama humano, también es de los que más riesgo entrañan para los GRS, que aunque están acostumbrados a actuar en contención de masas, también aclara que solo en la valla es donde se producen los cuerpo a cuerpo. En el resto de manifestaciones donde también acuden, la gente "suele deponer su actitud", salvo en Asturias el año pasado, donde los mineros arrojaron cohetes. Sin embargo, allí no hubo heridos como sí se registran en la frontera melillense, uno de ellos este suboficial, que en 10 años de vinculación al GRS y 14 en la Guardia Civil, nunca había sufrido un contratiempo tan grave.

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