LOS NUEVOS ESPAÑOLES

08 Otazu

Mantengo un agradecido recuerdo a la generación de nuestros padres, que, tras sufrir casi todas las adversidades derivadas de la confrontación entre españoles, manifestada en sus máximos niveles en la Guerra Civil 36-39, supieron, acumulando muchísimos sacrificios, transferirnos una España infinitamente mejor que la que recibieron.

Al mismo tiempo que siento agradecimiento hacia esa generación, la de los nacidos alrededor del comienzo de la propia guerra civil y en los comienzos de la posguerra, siento, desde hace tiempo, una preocupación importante por la España que dejaremos a nuestros herederos. Si seremos capaces de estar a la altura del inmenso sacrificio de nuestros padres y, sobre todo, del buen legado que, a través de él, dejaron en nuestras manos.

La generación en la que me encuadro es la denominada la de los “baby boomers”, la de los nacidos entre 1946 y 1964, en la época de la explosión demográfica propiciada por el fin de la Segunda Guerra Mundial y los años de paz y bonanza económica. Somos la generación que se encuentra en la fase final de su período de actividad y entregando, por tanto, el liderazgo y la responsabilidad de lo que acaezca en nuestra sociedad a la generación siguiente.

Esa generación, la conocida como generación X, la forman aquellos nacidos entre 1965 y 1980 y son los que actualmente se encuentran asumiendo los puestos de liderazgo de nuestra sociedad o ejerciéndolo de manera efectiva. Se la considera la generación puente entre los migrantes analógicos al mundo digital, los “boomers” y los nativos digitales de la generación siguiente, la generación Y, o generación de los “millennials”, aquellos nacidos entre 1981 y 1996, que viven de manera absolutamente natural la globalización y comparten valores transfronterizos gracias al imperio de internet y la influencia, progresivamente creciente y a gran velocidad, de las nuevas tecnologías en sus vidas.

A ellos les siguen los pertenecientes a la generación Z o de los “centennials”, nacidos entre 1997 y 2010, últimos incorporados al mercado laboral y que viven inmersos en las nuevas tecnologías y en los formatos digitales. Son aquellos a los que más trabajo les cuesta aceptar que, de momento, la tecnología tiene límites que no pueden soslayarse si no es apoyándose en procedimientos analógicos que ellos consideran una suerte de aventura “vintage” o de tiempos ya superados. La realidad, no obstante, viene, de vez en cuando, a enfrentarles, para su disgusto, con esta evidencia, que se produce, por ejemplo, cuando desaparece repentinamente el suministro de energía eléctrica o el funcionamiento regular de las redes de transporte.

No obstante, todos ellos, con mayor o menor grado de responsabilidad, forman parte de lo que conocemos como “el sistema”, aquella realidad de la que, de buen grado o a la fuerza, participamos todos y en la que encontramos respuesta a nuestras inquietudes o en la que buscamos la manera de resolver nuestras necesidades.

Detrás de todos ellos, de todos nosotros, se encuentran aquellos ante los que asumimos, ante ellos sí, la responsabilidad de entregarles una sociedad en la que valga la pena vivir.

Me refiero a esos millones de niños que, en nuestro país vemos por las calles con sus mochilas cargadas de material escolar y que aún forman parte de la población en fase de formación, ignorantes, afortunadamente, de las muchas peripecias y controversias en las que nos vemos envueltos continuamente, nosotros, sus padres y abuelos para ganarnos la vida y para poder dejarles como legado una sociedad mejor que la que nosotros recibimos de nuestros padres y abuelos.

Vemos en sus semblantes la ilusión de la inocencia que, como niños, también nosotros conocimos en su día y en la que queremos mantenerles el mayor tiempo posible, sabedores de que el mundo en el que vivimos afronta desafíos de enorme trascendencia y de gran dificultad, a los que hemos de hacer frente de una manera decidida y eficaz.

Al pensar en todos esos niños, me ha venido a la memoria el título de una película, que vi al comienzo de los años 70, en la que los trabajadores de una tradicional Compañía de Seguros, tenían que cambiar sus hábitos de trabajo de una manera radical, a fin de afrontar las demandas de los nuevos tiempos. La película llevaba por título “Los nuevos españoles” y ponía de manifiesto las exigencias de un revolucionario cambio de mentalidad en el fondo y en la forma de la actividad de un determinado sector laboral que invitaba a intuir su extrapolación al conjunto de la actividad laboral de aquella España, que cambiaba de modelo productivo de manera radical.

Ciertamente que los retos y los desafíos son, hoy, de muy distinta naturaleza, pero tengo la casi absoluta certeza de que también en aquella época de aquellos “nuevos españoles”, muchos de nuestros padres pensaban, con vértigo, en la realidad que nos iban a legar y en saber si, como generación, habían hecho lo suficiente para que los jóvenes y los niños de entonces pudiéramos confiar en que su legado nos podría permitir afrontar nuestras respectivas vidas desde la ilusión y la esperanza. Como decía al principio, yo creo que sí que realizaron un buen trabajo por el que debemos sentirnos agradecidos. Yo, al menos, así lo siento y lo manifiesto.

Los retos que hoy afrontamos se manifiestan en la forma de unos conflictos que se ceban, muy particularmente en los más vulnerables, los niños, como estamos viendo en los conflictos de Ucrania o de Gaza o en el fenómeno de los flujos migratorios cuya cara más descarnada hemos visto esta semana en el Puerto de El Hierro con la zozobra de un cayuco en el propio puerto, con la consecuencia de siete vidas malogradas o en la lamentable polarización y confrontación en la que viven inmersas nuestras sociedades.

Debemos afrontar todos esos retos con soluciones justas y dignas, pensando siempre en transferir una mejor sociedad a todos esos niños que hoy vemos desplazándose por las calles y que aún miran al mundo con ilusión y con inocencia, los nuevos españoles.

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Fernando Gutíerrez Díaz de Otazu

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