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Los niños de Belmonte

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Dicen que lo que uno aprende de niño queda marcado para siempre en la memoria pase lo que pase, o te lleve la vida donde te lleve. Si lo que aprendes viene jugando probablemente adquieras valores humanos y de educación que sin darte cuenta forjan la persona que eres hoy. Si el juego es el futbol sobra decir más. Pepe Belmonte convirtió el futbol que aprendió de joven en el entrenamiento que muchos niños emplearon no sólo para jugar si no para aprender que en el respeto al otro esta el camino, que el compañerismo es lo mas importante y que aunque de mayores no cogieran una pelota continuarían recordando el entrenamiento de Belmonte, ese entrenador sereno y de mirada seria que nunca olvidarían.

Hoy el mas joven puede tener cuarenta años, algunos hijos, otros su vida fuera de Melilla pero hace más de un mes hablaron después de más de dos décadas. No hicieron falta presentaciones, se conocían, habían crecido juntos y a todos les brillaban los ojos cuando hablaban de Belmonte y ahí nació la idea.

El pasado Sábado a las siete de la tarde, en el campo del Barrio del Tesorillo convirtió el futbol en magia y aquellos que sin verse nunca se olvidaron se colocaron sus botas de futbol para jugar un partido por él, por la persona que les enseño a jugar no sólo al fútbol, por la persona que cuidó de ellos en cada encuentro, en cada año de su niñez.

Belmonte no sabía nada cuando llegó pero tardó poco en entender que lo que estaba pasando ahí no era más que el agradecimiento de sus niños a toda una vida y un brillo inexplicable en sus ojos contagió de emoción a su esposa, compañera de camino y cómplice en ese sueño que fue el futbol para niños de la edad de su hijo Raúl que ella conocía perfectamente.

Se le entregó a Belmonte un cuadro cuyo único elemento lo conformaba la camiseta que su hijo, pequeño y que también fue entrenado por el sudó en innumerables ocasiones. Una camiseta que por acto milagroso fue salvada de limpiezas y mudanzas durante casi treinta años. Una camiseta que el último día que fue lavada ya sabía de su mágica función. Y jugaron, jugaron como nunca un partido del que hubo un único pichichi, un único triunfador que no será recordado como el mejor entrenador de España ni se llevará el balón de oro, un ganador que se ha llevado lo más importante de una persona el amor de un niño, el respeto de un adulto y el agradecimiento de todas sus familias.

Las sonrisas, los abrazos, los golpes de sus jugadores sobre sus hombros hicieron renacer en Belmonte la juventud que tan felices hicieron a él y a su esposa. Renacieron las noches llevando a los niños a casa, las vacaciones que les regalaba a sus futbolistas en Tivoli, el cuidado y los mimos, la entereza y los valores que trae el deporte rey como lo entiende Belmonte y todos cuantos vivieron aquellos maravillosos años junto a él. Un momento el del sábado que Pepe Belmonte, el entrenador del Real nunca olvidará, porque pasen los años que pasen el amor del sábado queda en la memoria del alma, encapsulada en el corazón y esa, esa memoria nunca se olvida.

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