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Lo que está mal es llamarle Presidente a un gili…

Me envía un ilustre amigo, muy versado en política internacional, una viñeta. Dos niños sentados en medio de un campo hablan y uno le pregunta al otro: Oye, ¿tú crees que está mal llamarle gilipollas a un Presidente? Y el otro niño le contesta: No, lo que está mal es llamarle Presidente a un gilipollas. Contestación, creo, muy adecuada en estos difíciles tiempos. Respuesta que cada uno puede aplicar, haciendo uso de su libertad de pensamiento, allá donde quiera y a quien le parezca oportuno.


Hace mucho calor y parte de España se quema. “En nuestra política el cambio climático o Putin son los chivos expiatorios para justificar las meteduras de pata con Argelia, los déficits presupuestarios desbocados, los incendios por una gestión irresponsable y sectaria del medio natural, o incluso los ochos de marzo intempestivos, vocingleros e infecciosos” (Gabriel Tortella, El Mundo, 5/8). A juzgar por su política educativa, y por el expediente académico de Sánchez, el estudio no es su fuerte. Lo son la improvisación y la desmemoria. Prefieren la memoria oficial (casi un oxímoron) a la historia científica. En este nuevo mundo de nacionalismos agresivos, tenemos un Gobierno y un presidente que parecen dispuestos a rendirse tanto ante los nacionalismos exteriores como ante los interiores.
Nuestros déficits presupuestarios desbocados, hasta alcanzar la estratosférica cifra de casi un billón (con b de burro) y medio de euros -concretamente 1.453.853 millones de euros al final del primer trimestre de 2022- también son culpa, según nuestro Gobierno socialcomunista, del cambio climático y de Putin, que viaja en helicóptero oficial -disfrazado de Pedro Sánchez- para cruzar Madrid. “El importe de nuestra deuda pública, escribe Ignacio Ruiz-Jarabo, que fuera director de la Agencia Estatal de Administración Tributaria (AEAT), equivale al importe de la totalidad de lo que recauda la Agencia Tributaria en siete años y deber lo que debemos -30.500 € cada español- nos obliga a un pago anual de 30.000 millones de euros solo por los intereses de la deuda, “lo que viene a ser un 33% de lo que recauda la AEAT a través del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF, el mayor impuesto que nos imponen). Si no tuviéramos esa deuda, el IRPF podría reducirse en una tercera parte”.


Impuestos o Libertad. Ya he mencionado en varias ocasiones, y lo haré más veces, este extraordinario libro de grandioso título, de Ignacio Ruiz-Jarabo, que parte del artículo 31.1 de nuestra Constitución: “Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad que, en ningún caso, tendrá alcance confiscatorio”. Por ello, concluye Ruiz-Jarabo, en el precepto constitucional se citan, explícita o implícitamente, los ocho principios: Igualdad, Progresividad, Generalidad, Suficiencia, Capacidad, Sistematización, Justicia y No Confiscatoriedad, a los que el autor del libro considera que se podían haber añadido los principios de simplicidad, eficiencia en la gestión, neutralidad y flexibilidad, que él desarrolla a lo largo del libro, en el que analiza “hasta qué punto nuestro sistema tributario es respetuoso con lo que ordena la Constitución española”.


Resalto ahora uno solo de los párrafos del libro sobre la aplicación del sistema tributario en España, que resume muy bien la situación general: “El pago de impuestos en España constituye una auténtica hernia que mantiene estrangulada la vida de los españoles, cualquiera que sea su condición y cualquiera que sea su nivel económico… en lo que respecta al fenómeno tributario, nuestra situación es de extrema subordinación ante el Estado… impropia de lo que debe ser la relación entre individuo y Estado en pleno siglo XXI”. La extrema subordinación de los españoles ante el Estado no se produce solo -aunque sí de manera muy, muy acentuada- en el ámbito tributario. Tenemos -en Melilla también e incluso más que en otros lugares de España- en todos los ámbitos de nuestra actividad, individual o empresarial, una subordinación de los individuos ante el Estado -un ente ficticio al que pagamos- impropia de cualquier democracia moderna. Y de eso no tiene la culpa ni Putin, ni el cambio climático, la tenemos nosotros, que votamos mal, que utilizamos mal el voto, el instrumento más importante que tenemos para mejorar las cosas, nuestras vidas.


Hay que combatir más. Me resultó curioso saber que el nombre Israel significa “Dios combate”. El nombre le fue conferido por Moisés a su pueblo, con el fin de prepararlos mejor para la lucha, según leí en “Las Tablas de la Ley”, uno de los grandes libros de Thomas Mann, premio Nobel de Literatura en 1929. Sí, debemos combatir más, para vivir con libertad, o sea, para vivir mejor.


Volviendo, para terminar, la vista a Melilla sin salir del ámbito fiscal, mi amigo José Luis Vereda me envía una propuesta que ha hecho para mejorar nuestra ciudad económicamente: adecuar las bonificaciones fiscales y económicas a la nueva ley del trabajo a distancia, para la atracción de nómadas digitales que se instalasen en Melilla por un mínimo de tiempo determinado (seis meses, al menos). En este punto es necesario señalar que el pasado mes de julio una Resolución del Tribunal Económico Administrativo ha reconocido el derecho a aplicar deducciones en el IRPF, por ingresos obtenidos en Melilla, a un trabajador por cuenta ajena de una empresa ubicada en la Península que realizaba teletrabajo en Melilla. “Este puede ser un importante incentivo para la atracción de estos “nómadas digitales” que decidan instalarse por un tiempo determinado en nuestra ciudad”, resume José Luis.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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