El aeropuerto de Melilla está sufriendo en los últimos tiempos un problema que conlleva un gran contratiempo para los pasajeros: llegan los viajeros pero no todas las maletas, como ocurrió este miércoles.
De este modo, viajar ya no es lo que era. Y no porque haya cambiado la emoción de despegar o la ilusión de reencontrarse con seres queridos, sino porque ahora, en el caso de nuestra ciudad, volar implica demasiadas incógnitas… y una creciente resignación.
El último episodio vivido en nuestro aeropuerto, con decenas de pasajeros regresando desde Madrid y descubriendo que su equipaje no ha llegado con ellos, es solo una muestra más del deterioro en la gestión de un servicio esencial para nuestra ciudad.
Lo que debería ser una excepción, un fallo puntual, se está convirtiendo en una rutina irritante: maletas extraviadas, largas colas por falta de personal y un silencio administrativo que indigna.
AENA, la empresa que gestiona el aeropuerto, parece mirar hacia otro lado mientras los usuarios —melillenses o visitantes— padecen las consecuencias. Y lo hacen sin apenas explicaciones. “Ya les llamarán”, es lo único que reciben como respuesta tras largas esperas y frustración. ¿De verdad es esta la atención que merecemos?
El aeropuerto de Melilla es mucho más que una terminal: es un puente vital de conexión con la península. En una ciudad donde el transporte aéreo no es un lujo sino una necesidad, los fallos de este tipo afectan no solo a la comodidad, sino también a la confianza y a la imagen que proyectamos.
¿Qué sensación se lleva un visitante que aterriza aquí y descubre que su maleta ha decidido quedarse en Barajas? ¿Qué pasa con ese trabajador que depende de su equipo profesional o con ese enfermo que trae medicación en su equipaje?
Es hora de que AENA y las autoridades competentes tomen nota y actúen. No se puede pedir paciencia indefinida a los pasajeros mientras los errores se repiten y las soluciones no llegan. Tampoco se puede escudar el problema en los recortes o en una “falta de personal” cuando hablamos de un servicio público esencial.
Si hay que reforzar la plantilla, que se refuerce. Si hay que invertir en logística, que se invierta. Porque lo que está en juego no es solo el equipaje: es la dignidad de un servicio y el respeto a una ciudadanía.