El sábado pasado fue un día de manifestaciones, en Barcelona, tras el atentado yihadista, y en Melilla, a propósito del paso de los borregos marroquíes. En ambas manifestaciones y alrededor de ellas no ha faltado la polémica, como era de esperar.
Sobre la de Barcelona uno de los mejores comentarios, que reproducimos en este número, es el de Ramón Pérez-Maura en el diario ABC con el título "El atentado que no perpetró nadie". "La manifestación ha sido, dice el autor del artículo, "un momento triste de la historia de la democracia española", por dos razones: 1/No había carteles contra el Estado Islámico, que reivindicó el atentado, sino contra el Rey y el Gobierno español, "que, además, no tiene las competencias de seguridad contra el terrorismo" en Cataluña, y 2/ Era "verdaderamente idiota llenar las calles con carteles contra las armas cuando los muertos de Barcelona fueron causados por un vehículo". En cualquier caso, basta con ver fotos de la manifestación contra el terrorismo en París en 2015 y su imagen de unidad, y compararlas con las fotos de la manifestación del sábado en Barcelona, con el Rey y el Gobierno de la Nación rodeados de esteladas, para concluir con un triste lamento y una conclusión: ¡qué pena!
También da pena comprobar cómo por un asunto menor, como las condiciones de paso de los borregos marroquíes a Melilla para la celebración de la Pascua musulmana, se ha llegado al nivel de manifestaciones y confrontaciones en el que ahora se encuentra Melilla. Nuestra ciudad tiene ya una enorme cantidad de problemas. Llevarla a un choque de civilizaciones puede beneficiar, a corto plazo, a los ultras de los diversos bandos, pero es letal para la salud del enfermo que es ya Melilla. Así no se puede seguir, es ya un clamor popular local.
Para empezar, al menos con lo que parece más sencillo: ¿por qué, en lugar de acudir a paraguas formalistas y excusas administrativas, no se investiga, desde la Delegación del Gobierno de nuestra ciudad, de la Fiscalía, de quien sea, de dónde provienen las presiones y amenazas que, según personas sensatas denunciaban en nuestro periódico, han sufrido algunos de los que podrían poner fin, con su trabajo, al conflicto del cordero? Una pregunta que lleva a otra: ¿a quién o quienes beneficia este conflicto?. Quizás volver al aforismo romano popularizado por Cicerón de "cui prodest" (¿quién se beneficia?), ayudaría a resolver lo que tanto, tan peligrosa y tan poco inteligentemente, se ha enquistado.