De pronto siento necesidad de dialogar y acudo a mi silencioso y confidente sofá y cabalgo hasta ese tiempo, el de atrás, aquel que fue tan romántico. Y remanso de afirmaciones, de situaciones para aprender todo lo bello que está en los demás. Todo como magia ha quedado esculpido en mi mente y de nuevo disfruto de aquellas calles de Tetuán.
Piedra a piedra siento esa sensación de volver a saltarlas. Aquellas, las de la blanca judería, todas ellas tan perfumadas, tan ordenadas. Cuanto tiempo ha pasado y aun necesito verme envuelta en aquel encanto y hablar con el pasado. ¡Cómo recuerdo ese mundo lleno de golosinas, sus semillas de calabazas, las de girasol como grises escarchas, sus frutos secos estrenando brillos nuevos…! Aquellos perfumes a romero, a incienso, todo está como un éxtasis para mis pensamientos.
Como una hechizada niña después de tanta algarabía todos los días hacia mi recorrido
Parada en la entrada de aquel patio donde el Sol perseguía a los jilgueros. El azahar perfumaba aquel oasis, pero lo más hermoso fue conocer a Ruth, Raquel y Rebeca. Ellas eran tan bellas, tan discretas,…
Un día me invitaron a pasar, ¡no lo podré olvidar! Fue el comienzo de una sincera amistad. Pude asistir al ritual del té, todo era tan pausado, tan lleno de poesía. Aún veo su inmaculado mantel, aquel rito de ofrecer sus confituras, sus finuras. Y después de un tiempo me obsequiaron regalándome un camafeo que contenía Tierra Santa.
Yo entre bromas y risas les llamaba “MIS TRES ERRES”. Después de tantos años hoy y muchas veces he tenido esa necesidad de dialogar con lo que jamás podré olvidar.
También supe que tenía un hermano llamado Rubén, estaba en Jerusalén. ¡Qué manía con las “R”! Él y su padre estaban en Tierra Santa. Parece que eran profesores de idiomas. A a madre le llamaban Reina, vuelta otra vez con la “R”. Lo supe por una chica jovencita musulmana que al servir el té la reina de la casa, la madre, decía: -“Mañana Rachida es viernes, tendrás que llevar a tu padre a rezar a la Mezquita”.
Pasó el tiempo, yo tendría 11 años, volví a mi tierra Melilla. No me pude despedir de ellas. Fue la época de mi vida que siempre recordaba con nostalgia.
Luego me hice una jovencita casada y el que todo me lo daba me dijo: -“Iremos a Tetuán”.
Lo primero que hice fue ir a ver la Judería. No era la misma, no tenía ese encanto. Solo pude reconocer aquel niño, ya hecho un mozalbete, que seguía vendiendo verdura.
Le pregunté:”-¿Y tu padre?”, él contestó con un muy malo español: -“Munana se lo llevó”, -¿Y el joyero, y el sastre y D. Moisés el de almacén?”, –“Todos morir o marchar”. Que amable, que sonrisa. –“Toma vaso de té”. Dije: -“¿Y el jardín?. –“¡Ay señora! Hermano morir, padre morir de guerra”. Intenté preguntarle por su familia un poco más, ¡qué barbaridad!, que poco español sabía.
Me dijo: -“Tres mujares marchar. Mucha pena, dejar casa y todo. Madre morir. Yo pansar que marchar a Alemania”. -“Cuanto me alegro de verte”.
Vi el jardín, ¡qué pena!. La calle Luneta estaba bonita, pero no era igual. Luego fui a Río Martín. Que playas tan lindas. La plaza de España. Recordé aquel general, creo que murió de leucemia. Para mí no era ya nada igual. A mi mente vinieron de nuevo mis tres erres tan discretas, tan bellas.
Reconozco y sé que hago muy mal porque cada día salgo menos, me gusta la misa de la dos y sus programas anteriores. Hablan de todas las religiones, yo respeto a todas las religiones pues al final todas hablan de amar a Dios y a todos los hombres.
En uno de esos programas de pronto pensé ¡qué horror!. ¡que ven mis ojos!. Allí estaba, era una anciana que sujetada por su hija. No sé qué fiesta celebraban. La locutora le preguntaba cómo se llamaba. La hija le decía:- “Perdone a mi madre porque ya nada recuerda. Se llama Raquel”. Le volvió a preguntar que como se llamaba. La anciana se abrió la chaqueta se subió la manga y enseño tatuado unos números mientras al mismo tiempo gritó: “¡Asta as mi nombre1” (este es mi nombre). No quiero pensar, era ella una de mis tres erres. Dios mío, han pasado tantos años, más de sesenta. Desde entonces no me gustan los tatuajes, me recuerdan mi niñez por la judería y mis tres erres, tan bellas, tan buenas, tan discretas.