La palabra hecha sangre. Dinastía. Tiempo. Luz. “La poesía no debe ser sin pecado un adorno”, como decía Gabriel Celaya. Sin embargo no creo que estemos tocando el fondo. Él lo tocaba, con respecto a estado social. Pero ya superado ese problema, ahora el fondo es otra cosa. MIGUEL FERNÁNDEZ sabe mucho de esto. Su SAGRADA MATERIA, es una época. Un momento. Una realidad sentida de su vida. De su vida infantil…Pero su SOLITUDINE es otra cosa. Son las bóvedas de su DISCURSO SOBRE EL PÁRAMO, bajo la presencia plástica de una España transmutada por Goya, que cobra una anatomía personal pero no propia; que ese es el gran oficio de Miguel: sin olvidarse de sí mismo, dejar de ser, para seguir siendo; una especie de cristificación, a través de la dinastía de la palabra anunciadora del Verbo. En uno de sus poemas de DISCURSO SOBRE EL PÁRAMO dice:
“Aunque los cerros húmedos,
apacigüen la lumbre del viviente,
siempre quedará el rescoldo
del carbón que fue hoguera…”
Es Quevedo cuando dice:
“Será cenizas más tendrán sentido.
Polvo serán, más polvo enamorado”
Le escribí un poema a Miguel que dice: -Es bonito hablar de Miguel en este mes de Abril, tan ligado a su historia-. Le escribí un poema que dice:
“Es un vórtice de órbitas
tu nombre Miguel
flamea el arcángel.
Una luz blanca sin sombra,
es lo que deja tu verso al escaparse.
Como se escapa el alma, cuando decide,
dejar el cuerpo solo ante su imagen.
Ante ti mismo escribes Miguel.
Ante ti…Antes”
Yo creo que Miguel Fernández, no estuvo nunca del todo con nosotros. Quizás fuera un reflejo en la penumbra. Una mirada en nuestra oscuridad. Un hermoso silencio en nuestro griterío… Representó su muerte como criatura humilde, que compartió la tierra de aromas y recuerdos, pero suspendido a sí mismo en su verbo desnudo, trascendió en el alma de una ciudad sin nombre…
