El rincón de Aranda

La poesía y el "Mostagán"

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Yo no pensaba que los enólogos, que estudian la ciencia del "mostagán", fuesen unos poetas cuando describen la elaboración y lo que contiene cada botella, y si no vean una etiqueta de cualquier botella de cualquier denominación de origen. Por ejemplo: de un vino de la Ribera del Duero dicen: Cata: color picota cereza de capa alta. En Nariz: destacan las notas de frutos maduros y especias sobre todo de madera. En Boca es carnoso y sedoso, y transmite redondez. Es muy persistente. Lo de muy persistente debe ser real porque muchos caldos, a algunos, les invitan a seguir trasegando, tan a gusto, y sin que se den cuenta se han soplado su cosecha de varios días, y si es con unos taquitos de queso manchego o de la pata de un buen guarro bellotero extremeño, cojonudo. No me digan que la explicación de la redondez, de la seda y de la carne, no es poético para referirse a cuando echamos un trago de un tinto de Quintanilla del Pidio, el pueblo de Burgos de apenas 200 habitantes. Sobre el color te lo describen semejante al de las cerezas; lo que ya se me pierde es eso de la cereza de capa alta, que seguramente los del Valle del Jerte, en Extremadura, darían una buena y científica explicación sobre la variedad de las Mazzards y Hearts. Los cerezos de este valle cuando están en flor es algo fantástico para la vista, por el colorido níveo de sus árboles; que por cierto su madera, según los buenos ebanistas, también es muy apreciada por su valor, casi tanto como la del caoba. Sobre el olor, eso de notarlo como frutas maduras y especias y destacando la madera, es para mí una forma de poetizar lo que olemos al escanciar ese tinto en un vaso limpio de los demás olores. Luego te dicen las clases de uva: Macabeo, Garnacha, Tempranillo, Cencíbel, etc., todas con nombres raros de dinastías reales judías, de un bandolero de Jauja, de antiguos cómicos, y de golillas y vestiduras. Su elaboración es del estilo tradicional, que dicen es la mejor. La temperatura de fermentación suele ser de unos 25º grados. Los días de maceración, son de 10 días, y al final te dicen el tiempo de la crianza, más o menos como la de un bebé, si es que a este se le da la teta, que suele ser de unos 18 meses en una barrica (cuba) de roble blanco americano. ¿Por qué debe ser blanco y no de otro color?; doctores tiene la Iglesia, -menos lo del condón, el aborto y la homosexualidad-, como los bodegueros para elegir esa clase de madera.

Sobre la crianza recuerdo que cuando apenas eché a andar mi madre me llevaba a una miga en la calle Duque de la Torre -actual Teruel-, la de doña Nieves; hoy les llaman guarderías, como si los críos fueran objetos que se deben guardar para que no estorben. Casi todos los niños solíamos llevar dos reales y algunos una banquetita para sentarnos, pero siempre con la bragueta desabrochada, o sin pantaloncitos, solo con el babero, ya que muchos de nosotros solíamos jiñarnos sin pedir permiso a nadie, y para qué, porque allí estaba la buena de doña Nieves limpiando a real cada cachete cagado. Apenas sonaba el cañonazo de las doce del medio día en el cercano destacamento de Artillería de Ataque Seco, salíamos en desbandada como ratones asustados por el maullido de un gato, y con la banqueta a cuestas hasta nuestras casas. En recuerdo de aquélla miga tan entrañable, hace muchos años, sin la compañía de musa alguna, tuve el atrevimiento de escribir estos versos: "En la calle Duque/ había una escuela-miga/ donde cada niño llevaba/ dos reales y su banqueta. Pero algunos tenían que llevar/ bien desabrochada la bragueta/ porque sus madres sabían/ que no retenían la cagaleta". Qué crianza más emotiva si la recuerdas, como yo lo hago a menudo, cuando mi madre me recibía sonriente, sentada en su silla baja de anea, y a escondidas, me daba parte de su salud, ya fuera de la izquierda o de la derecha, me daba igual: "Para que cuando seas mayor no te resfríes", me decía la pobre mía. Más tarde el médico, D. Juan Espona, con su sordera, bruscamente me quitó lo más preciado que poseía, y era eso, la leche de mi madre; y lo hizo subiéndome encima de su mesa negra, decimonónica, y zarandeándome: "La teta se acabó, ¿me entiendes malandrín?, que ya tienes buenos dientes". El caso es que llevaba razón, los tenía y aún los tengo en su totalidad, pero como mi madre era así, y yo tan tragón, qué quieren que les diga. Eso sí fue una realidad, la teta de mi madre se acabó para mí totalmente, pero la meada que le eché encima de su mesa quedó grabada en los papeles que tenía en ella. No crean que fue aposta, ni mucho menos, fue porque el galeno me dio tal susto que aún hoy, después de más de sesenta años, sigo recordándolo. Al rato, pegándome un buen fregado por mis partes, aún no pudendas, le comentaba a su hermana: "Qué vergüenza he pasado, Virginia, mira que orinarse encima de su mesa", y la contestación: "Pues menos mal que no se ha cagado", decía muy seria. Luego supe que interiormente sonreía; ella siempre sonreía con las cosas de su Juanito. Yo creo que el bueno de D. Juan ya no se le ocurriría subir encima de su mesa a ningún otro niño, para su destete.

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Juan J. Aranda

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