La segunda presidencia de Donald Trump no está siendo una continuación de su primer mandato. En política interior se ha enfocado en dos líneas: la lucha contra la inmigración ilegal y la destrucción de ciertas libertades individuales a las que tacha de “woke”. Si bien es cierto que una parte importante de la sociedad americana quería evitar algunos de los excesos percibidos en estos temas, la materialización de su política a través de medidas extremas, urgentes y no siempre bien pensadas o incluso legales, ha enfrentado a las dos partes claramente divididas de la sociedad.
En el terreno internacional, sus políticas representan una transformación radical respecto a lo establecido tras la Segunda Guerra Mundial. La doctrina que hoy impulsa su administración no es sólo una reformulación del aislacionismo norteamericano, sino un giro hacia un realismo crudo que desmantela alianzas tradicionales y redefine el papel de Estados Unidos en el mundo. Esta estrategia, aunque aplaudida por ciertos sectores nacionalistas, genera una incertidumbre global que podría debilitar la posición de EE.UU. en el largo plazo.
La fuerza sustituye a la negociación
Su estilo de negociación se caracteriza por ser agresivo y pragmático, tanto con sus aliados como con los que no lo son, priorizando la obtención de la mayor ventaja posible en cada trato. A diferencia del conocido modelo «win-win» internacionalmente usado, quien busca obtener beneficios mutuos para las partes negociadoras, Trump favorece un enfoque en el que la competencia es vista como un juego de suma cero, donde su objetivo es maximizar su posición sin necesariamente preocuparse por el bienestar de la otra parte. Su libro “The Art of the Deal” así lo recoge.
Una alianza en ruinas
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos construyó un entramado de alianzas basado en el liderazgo estadounidense y la promoción de un orden internacional liberal. Sin embargo, bajo la nueva administración, este sistema se tambalea. La retórica de Trump contra la OTAN no es nueva, pero sus recientes declaraciones sobre la posibilidad de no defender a países miembros en caso de agresión rusa, han causado pánico en Europa. Históricamente dependientes del paraguas de seguridad estadounidense, las naciones europeas han comenzado a contemplar un futuro de mayor autonomía estratégica, un movimiento que hubiera sido impensable hace apenas una década.
La diplomacia de Trump se basa en la transacción y la fuerza bruta. Sus acercamientos a líderes autoritarios, desde Vladimir Putin hasta Viktor Orbán, muestran una preferencia por regímenes que comparten su desprecio por la diplomacia multilateral. Su visión de las relaciones internacionales no es una de cooperación, sino de dominación: los aliados son vasallos, y los rivales oportunidades de negociación desequilibrada hacia Estados unidos. La seguridad europea queda en vilo, y la influencia estadounidense en el llamado “mundo libre” corre el riesgo de reducirse drásticamente.
El retorno del mercantilismo
El orden económico global, diseñado en gran medida por Estados Unidos tras 1945, ha permitido el crecimiento de mercados interconectados, la expansión de la globalización y el fortalecimiento del dólar como moneda de referencia. Sin embargo, el gobierno de Trump ve este sistema como un fraude, un engaño en el que Estados Unidos ha sido víctima de países que han aprovechado su apertura económica.
Su guerra comercial con China, que en su primer mandato se limitó a aranceles simbólicos, ahora se intensifica con una ofensiva regulatoria que limita el acceso de tecnologías chinas al mercado estadounidense. Pero es en la relación con Europa donde la tensión se torna más evidente. Trump ha dejado claro que las normas del comercio internacional deben redefinirse para beneficiar exclusivamente a EE.UU. y ha amenazado con nuevos aranceles a países como Alemania y Francia si no ceden a sus exigencias comerciales.
El impacto de esta estrategia es doble. Por un lado, algunas industrias estadounidenses pueden beneficiarse a corto plazo. Pero por otro, el aislamiento comercial podría llevar a represalias y a una menor competitividad en el largo plazo. La economía global ha funcionado con base en la interdependencia, y las rupturas abruptas pueden causar estragos en cadenas de suministro y mercados financieros.
Tan solo con Rusia parece tratar de llegar a acuerdos sin plantear exigencias desmesuradas. Los lamentos de Trump sobre el supuesto sufrimiento a que se vio sometido Putin, cuando fue acusado por la inteligencia de Estados Unidos de interferir en las elecciones de 2016, así lo parecen indicar.
Un imperialismo del siglo XXI
Quizás la novedad más sorprendente de esta segunda administración es su renovado interés en la expansión territorial. Durante su primer mandato, Trump fantaseó con la adquisición de Groenlandia, pero ahora la idea de la anexión territorial se ha convertido en un punto central de su política exterior. Ha hablado también de convertir Gaza en una posesión estadounidense y ha sugerido la posibilidad de incorporar a Canadá como el «estado 51». Lo que podría parecer un desvarío, en realidad responde a una visión política que busca devolver a Estados Unidos a la era del expansionismo territorial, con la lógica de que el poder nacional debe medirse en extensión geográfica. La teoría del “Lebensraum” -el espacio vital- que formuló Ratzel y que trató de llevar a la práctica Hitler, parece no haber muerto en algunas mentes del gobierno Trump.
El desprecio de Trump por el derecho internacional también se refleja en su visión sobre Ucrania. A diferencia del apoyo a Ucrania, aun con ciertas condicionantes, proporcionado por el gobierno de Biden, Trump parece dispuesto a aceptar las demandas territoriales de Rusia. Y exige a Ucrania concesiones mineras, por valor de miles de millones, sin dar a cambio garantías de seguridad.
La destrucción del “Soft Power” americano
La Administración Trump no sólo reconfigura la política exterior estadounidense a nivel militar y comercial, sino también en el ámbito de la ayuda internacional. El desmantelamiento de USAID y la reducción drástica del presupuesto para programas humanitarios envía un mensaje inequívoco: el «América Primero» significa que las vidas fuera de sus fronteras no tienen valor. Programas que proporcionaban medicamentos contra el VIH en África o asistencia alimentaria en zonas de conflicto han sido reducidos al mínimo.
Esta decisión no solo afecta a millones de personas en el mundo, sino que también reduce drásticamente la influencia de EE.UU. en países en desarrollo. Mientras China expande su influencia con proyectos de infraestructura y Rusia con asistencia militar, Estados Unidos parece retirarse de la diplomacia humanitaria, dejando un vacío que otros actores están dispuestos a llenar.
Hacia un nuevo equilibrio mundial
El impacto de estas decisiones aún está por verse, pero una cosa es clara: la América de Trump ya no es la superpotencia que construyó y lideró el mundo durante el siglo XX. La política exterior de la administración actual marca un regreso al unilateralismo brutal, donde los aliados son tratados con desdén y los enemigos con pragmatismo cínico.
El problema fundamental es que este modelo no solo cambia el rumbo de Estados Unidos, sino que también redefine el orden global. Europa busca ahora una estrategia de independencia, los países en desarrollo vuelven su mirada hacia China y Rusia, y las normas que mantenían la estabilidad mundial están siendo erosionadas.
El «América primero» de Trump puede terminar significando «América sola». Y la historia nos enseña que las naciones que abandonan a sus aliados y desprecian las reglas del juego, terminan pagando un precio que, aunque no inmediato, es inevitable.